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Columna
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Aznarín también escribe

Cierta entidad bancaria, de cuyo nombre debo olvidarme, me invitó una vez a dar una conferencia en una ciudad del levante español. Ya saben cómo se las gastan las entidades bancarias. A la salida del aeropuerto me esperaba un amable conductor, al frente de un descomunal Mercedes. Ni él ni el lujoso automóvil pertenecían a la financiera, sino a una empresa de servicios que solía trabajar para ella. Pura rutina del dinero. Cuando ya nos dirigíamos al hotel, aquel hombre, todo afabilidad y sin duda por hacer más entretenido el trayecto, va y me dice: "Pues ahí mismo, donde está usted sentado, iba la semana pasada la señora Thatcher". Pegué un respingo, que a poco me salgo por el techo. Pero como el vehículo era a prueba de bomba, me tuve que conformar con desplazarme al lado derecho del asiento, que no es el lado que a mí más me guste, ni siquiera en los coches. Qué habré hecho yo, dije, para poner mis posaderas donde colocó las suyas tan egregia dama. El hombre se echó a reír. Así fuimos charlando un rato, y ya en mayores confianzas, me estuvo dando relación de otros personajes que igualmente se habían colocado en aquel mismo ángulo de la vida muelle, que diría mi abuelo. Muchos, como la amiguita de Pinochet, eran ex primeros ministros. (Lo digo bien en masculino). Les hago gracia de otros nombres, porque no quiero convertir esta columna en una página de elevados chismorreos. Y porque no me parece de buen tono revelar aquí los secretillos de tan dura profesión, la de conferenciante trasterrado, y de esa especie de montepío en la sombra en que deviene el dar conferencias de alto nivel, para los políticos en desgracia. Lo malo de los escritores es que nunca somos ex. Y se nota, ya lo creo, sobre todo a la hora del cobro.

La otra variante del asunto es escribir libros. O que te los escriban, que para eso hay tanto escritor mal pagado. El ex Príncipe Aznarín, además de lo de las conferencias en Jorgetaun, se ha apuntado también a lo de los libros. Tres ha contratado por la módica cantidad, dicen, de cien millones de antiguas pesetas, o sea.

De modo y manera, y es a lo que iba, que no hay que tenerle compasión a los grandes ex de la política, más que por la cosa moral del vencido, y no mucho. Pues aunque dicen que más dura será la caída, cuando ocurre desde tan alto, no lo crean. Se trata en esos casos de un descenso con muchos efectos retardados, como los ascensores de lujo cuando se sueltan, que bajan poquito a poco. Y que, por lo mismo, el sabor masoquista de perdedor dura una barbaridad, además del derecho al pataleo, que Aznarín ejerce con denodada furia infantil, entre libro y libro. Y sin contar con los mullidos asientos de los Mercedes que te aguardan, o las dedicatorias en los textos que te escriben. Otros hay, con menos suerte, que ni siquiera caen del todo. Caso de Teófila Martínez o de Javier Arenas, que ahí los tienen, soportando a diario sus muelles, ella del sillón de alcaldesa, y ambos los del AVE en clase club, camino de la Corte, como si aquí no hubiera pasado nada. Y deseando caer del todo, imagino, a ver si los contratan para firmar libros o dar conferencias de derrotados, que es como de verdad, de verdad, se gana dinero en la política.

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