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EL COMANDO DE LA MATANZA DE MADRID / 1

Agua de La Meca en la peluquería

Varios procesados en los atentados del 11-M se reunían en el local de uno de ellos en Lavapiés

Francisco Peregil

Amer Azizi hablaba como si se supiera los 6.226 versículos del Corán. Solía tomar té y merendar en el restaurante La Alhambra, por la calle del Tribulete, en Lavapiés.

Los clientes le recuerdan como una persona amable, de maneras refinadas, trato educado y aspecto seguro. Decían que trabajaba en la construcción. Le gustaba relacionarse con los obreros y comerciantes del barrio. Nada de pequeños traficantes de droga ni atracadores de turistas. Se dejaba caer a media tarde por La Alhambra. Su té, su merienda, a veces su cena. Buenas noches y hasta mañana. Así, hasta que dos aviones derribaron las Torres Gemelas de Nueva York. Desde aquel mes nadie conoce su paradero. Y Azizi pasó a convertirse en una leyenda entre algunos marroquíes del barrio. Una más.

Aunque hace más de treinta años que nadie se reúne en los corralones de Lavapiés para jugar al juego que le dio nombre a la calle del Tribulete, aunque hay fruterías con productos árabes, españoles, indios y latinos, aquí todo el mundo se conoce.

Hace tres años, en el distrito de Embajadores, al que pertenece Lavapiés, había 1.170 ecuatorianos censados, 1.080 marroquíes, 300 chinos, 240 colombianos, 174 filipinos, 100 bangladesíes... Más de 50 nacionalidades. Pero Lavapiés aún conserva el sabor de esos pueblos encajonados en el centro de grandes capitales, a diez minutos caminando de la Puerta del Sol y a otro tanto del museo Reina Sofía. Sin un Vips o un McDonald's, pero muchos sitios con su clientela fija.

Beber agua de La Meca no significa ser un terrorista. Es como beberla de Lourdes

La gente de La Alhambra sabe distinguir entre un camello de poca monta y un traficante de hachís con conexiones en Bélgica y Holanda, conoce quién anda en el negocio de la prostitución y quién parece llevar en la cabeza las 114 suras (capítulos) del Corán con sus 6.226 aleyas. Algunos, hasta pueden saber quién tiene influencias en los campos de entrenamiento de Al Qaeda más recónditos.

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Hace tres años era muy difícil imaginar un vínculo claro entre la calle Tribulete y las aldeas pastunes de Afganistán. Podía parecer ridículo que en las mismas sillas donde ahora se sienta una pareja de novios punkis con la cresta roja se sentara un tipo que se había adiestrado en Afganistán en el manejo de armas y explosivos y que reclutaba voluntarios para enviarlos a Bosnia o Afganistán. Ahora, nada de eso suena ridículo.

La misión de Azizi, alias Othman Al Andalusi, también conocido como Omar de España, era precisamente ésa: reclutar jóvenes y enviarlos a los campamentos de Al Qaeda. Para que luchasen después donde hiciera falta; en Bosnia, Chechenia, Indonesia o Afganistán.

En la cárcel de Marruecos, El Chino se transformó. De libertino a integrista

Y todo eso, ahí, en la calle del Tribulete, a diez minutos caminando de la Puerta del Sol. La policía debía tener sus buenos contactos en esa calle. Porque a las pocas semanas del 11-S el juez Garzón averiguó que Omar Azizi había mantenido contactos con el argelino Mohamed Belfatmi, quien participó en labores de apoyo a Mohamed Atta, el jefe de los pilotos suicidas, y con Ramzi Binalshib, quien coordinó todo el ataque desde el suelo norteamericano.

Garzón logró saber también que Azizi tenía contactos con un karateca indonesio de nombre Parlindungan Siregar, Parlin para la policía. Parlin había abandonado sus estudios de aeronáutica en Madrid y se había trasladado a la isla de Sulawesi para montar un campamento de muyahidin. Y desde allí pedía dinero a sus "hermanos" españoles para comprar armas.

¿Quiénes eran esos "hermanos" españoles y dónde se encontraban? Dos días después del atentado del 11 de marzo en Madrid era detenido el dueño de locutorio el Nuevo Siglo, frente al restaurante La Alhambra, Jamal Zougam. Demasiado tarde, pero detenido al fin. La policía creyó haber dado con uno de esos "hermanos".

El Tunecino estaba unido a la célula que mató en Casablanca a 45 personas

-Estoy seguro de que Zougam no tiene nada que ver con los atentados- declara el dueño de otro locutorio en la calle del Tribulete-. Puede que a él le hayan comprado 30 tarjetas, pero él no tenía por qué saber para qué las querían. Si hasta algunos de los que iban en los aviones que se estrellaron contra las Torres Gemelas no sabían exactamente cuál era el plan... ¿Por qué tenía que saber Jamal nada?

Zougam se encuentra ahora en prisión acusado de comprar las tarjetas prepago que accionaron las mochilas bomba en los trenes de la muerte. Al enseñarle varias fotografías de distintas personas, dos testigos reconocieron a Zougam "sin ningún género de dudas", como uno de los individuos que subió al tren de Alcalá de de Henares y dejó en un vagón una de las mochilas asesinas. Otro testigo dibujó un retrato robot de uno de los terroristas, y su imagen reflejaba "claramente" el rostro de Jamal.

-¿Cómo se puede estar tan seguro de la cara de alguien con la cantidad de gente que hay a esa hora en un tren?- pregunta un cliente de La Alhambra.

Jamal Zougam ha declarado que en el momento en que estallaron los trenes se encontraba durmiendo. Y nadie de los consultados en la calle del Tribulete que Zougam tenga algo que ver en los atentados del 11-M. Todos en La Alhambra saben que Zougam estaba siendo investigado por la policía por su supuesta vinculación a una célula de Al Qaeda desarticulada en noviembre de 2001 en España y encartado también en un sumario por su relación con los atentados de Casablanca del 16 de mayo de 2003 donde murieron 45 personas, cuatro de ellas españolas.

-Si es que además esa tarde, la tarde del 11 de marzo, vimos a Jamal tan tranquilo. Todo el mundo es de carne y hueso. A veces discutes con un amigo por la mañana y se te nota el malestar por la tarde. ¿Cómo iba a estar él tan tranquilo ese día? En esos momentos todos pensábamos que era ETA, y creo que Jamal también lo pensaba.

Una comisión rogatoria francesa registró la casa de Jamal el 10 de agosto de 2001, justo un mes antes del 11-S. Allí encontraron un papel con la anotación del teléfono de Amer Azizi. Faltaban aún tres años para los atentados del 11-M. Todos en Lavapiés sabían eso o algo similar acerca del dueño del locutorio. Pero nunca se demostró fehacientemente su intervención en nada. Así que Jamal Zougam, el dueño del locutorio, seguía acudiendo a beber té a La Alhambra.

La vida en La Alhambra antes del 11 de marzo discurría con la mansedumbre de siempre. De vez en cuando llegaba Rafa Zuheir con chicas de Europa del Este. Y en La Alhambra se decía que estaba relacionado con el mundo de la prostitución y de la droga.

Aparecía por allí el mecánico Mohamed Bekkali, estudiante de física aplicada, a quien los dueños consideraban y consideran una bellísima persona; llegaba también con sus hijos Mohamed el Hadi Chedadi, el dueño de una tienda de venta de camisas al por mayor, Faisal Alluch, que trabaja fabricando letreros luminosos de publicidad. En una mesa podía sentarse el honrado peluquero Abdelhouahid Berraj y en otra Rachid Adli, de quien todos comentaban que no le gustaba trabajar, que su hermano lo había colocado en su carnicería, pero el muchacho prefería vender drogas o robar móviles.

La inmensa mayoría de los clientes de La Alhambra son gente trabajadora que sólo pretende descansar un rato entre amigos. Tomando un té. Ahora se encuentran con que muchos de sus contertulios están en prisión. Desde Jamal, hasta Rafa Zuheir, quien aparecía con mujeres del Este, hasta el estudiante de física aplicada Mohamed Bekkali o Rachid Adli. Todos ellos, acusados de colaborar con los siete suicidas.

Abdelhouahid Berraj, el dueño de la peluquería Abdul, también fue detenido. Los policías expertos en terrorismo islamista indicaron que en su peluquería de la calle del Tribulete solía reunirse un grupo de islamistas, entre los cuales se encontraba algún autor material del atentado y el propio Jamal, el dueño del locutorio. En las reuniones de la peluquería, según los expertos en terrorismo, se se realizaba periódicamente "un acto de purificación mediante la ingestión de agua santa de La Meca".

Cuando escuchan esa versión, los clientes de La Alhambra se ríen.

-Beber agua de La Meca no significa nada, es como beberla de Santiago de Compostela o de Lourdes.

El propio dueño de la peluquería, quien ha pasado dos meses en la cárcel y ha de personarse una vez a la semana ante la policía, sonríe también cuando oye hablar del agua de La Meca. Tiene agua, claro que tiene agua en la peluquería, pero eso no es una arma de destrucción masiva.

¿Y las reuniones de los terroristas en la peluquería?

¿Qué reuniones? El propietario no conoce a nadie de los que se suicidaron en Leganés. A su amigo Jamal Zougam, el dueño del locutorio, sí, claro que lo conoce. Pero está seguro de que Zougam no tuvo nada que ver con los atentados del 11-M. Abdul, el dueño de la peluquería, no quiere salir en los papeles. Dice que a raíz de todo esto ha perdido la mitad de su clientela. Él sólo quiere que su abogado, de oficio, aclare cuanto antes la verdad y seguir yendo a La Alhambra, como siempre a ver a los amigos, a charlar.

Siempre resulta agradable ir a un sitio donde conoces a todo el mundo y todo el mundo te conoce. La Alhambra. Muy de vez en cuando, y la última vez fue hace más de año y medio, se dejaba ver por La Alhambra un tipo con gafas, dientes salidos y aspecto pulcro. Era Jamal Ahmidan, alias El Chino.

Regentaba una tienda de ropa en Lavapiés, pero en La Alhambra se comentaba que era todo un traficante de droga, no un pequeño camello. Se decía también que en Marruecos mató a una persona, que cumplió cinco años de cárcel, que logró escapar sobornando a los funcionarios y que no le iban mal las cosas en España. La familia del Chino, desmiente esas cábalas. Y en medio de toda la telaraña de rumores, sólo una cosa parece clara, algo en lo que coinciden los clientes de La Alhambra y los detenidos por el 11-M en sus declaraciones a la policía: el Chino que salió de la cárcel no tenía nada que ver con el que entró.

En algún momento alguien le hizo ver la diferencia entre un traficante disoluto preocupado sólo de sí mismo, y un muyahid, un luchador por una causa justa, noble, grandiosa, una causa que le permitiría redimirse de todos sus pecados y alcanzar la gloria eterna.

De golfillo a héroe, de vividor a mártir. Sus contactos en el mundo de la droga los podía poner al servicio de la causa, de la gran causa.

Pero los contactos del Chino llegaban hasta donde llegaban: Bélgica, Holanda y los camellos de Lavapiés. El Chino no podía ser el interlocutor de Al Qaeda en Madrid. No tenía pedigrí ni autoridad moral suficiente. Detrás de él, moviendo los hilos más largos de la lucha, se hallaba un personaje que no frecuentaba La Alhambra ni la calle del Tribulete: Sharhane Ben Abdelmajid Fakhet, alias El Tunecino.

La policía conocía bastante bien al Tunecino. Sabía que era licenciado en Económicas, que estudiaba el doctorado en la universidad Autónoma de Madrid. A él y a otros cuatro suicidas de Leganés la policía los tenía más que localizados.

De hecho, la foto que ha aparecido de él en los periódicos hablando por un móvil procede de un vídeo que la policía grabó en el marco de una investigación sobre una célula de Al Qaeda que inició el juez Baltasar Garzón en 1995 y concluyó en noviembre de 2001.

Los expertos en terrorismo islamista sabían que el Tunecino residía en el Parque de las Avenidas, en un barrio próximo a la mezquita de la M-30. Podían saber, incluso, que era un magnífico vendedor de pisos, que batió el récord de ventas en un mes dentro de la agencia donde trabajaba.

Metiendo la mano en el cajón de las cerezas y tirando de alguna de ellas, la policía pudo darse cuenta de que muy cerca de El Tunecino andaba Mustafa El Mymouni, conocido como Mustafá, miembro de la organización terrorista Salafia Jihadia, detenido en Marruecos por su participación en los atentados de Casablanca del año pasado.

Los investigadores supieron que Mustafá, el Tunecino y hasta el propio Azizi, antes del 11-S, solían mantener reuniones donde "se exaltaba la Jihad, se defendían los valores del muyahid y se decidía quién viajaría a constituirse en un guerrero islámico para combatir a los enemigos del Islam".

Esas reuniones, según los agentes, se celebraron en el piso de Faisal Alluch, otro de los marroquíes que solían acudir a La Alhambra. Sus conocidos aseguran que Faisal, quien se dedica a fabricar letreros luminosos, jamás colaboraría en una matanza. Faisal Alluch, rechazó la acusación. Y finalmente ha sido puesto en libertad.

Así pues, la policía sabía que los terroristas que perpetraron la matanza de Casablanca estaban vinculados al Tunecino. Y que el Tunecino, a pesar de que vivía en el barrio del Parque de las Avenidas, cerca de la mezquita de la M-30, la más grande y famosa de Madrid, había captado a gente en el barrio de Lavapiés. Y que lo había hecho a través de El Chino, un traficante con conexiones en Bélgica y Holanda.

Pero lo que faltaba a los agentes por conocer era el vínculo exacto entre el Tunecino y un antiguo minero de Avilés, con antecedentes penales, llamado José Emilio Suárez Trashorras. Tirando del hilo después se sabría que Emilio conoció en la cárcel a Rafa Zuheir, el que iba a La Alhambra acompañado de mujeres del Este. Y Rafa le presentó al Chino. Los tres se reunieron en un McDonald's que hay junto al hospital 12 de octubre. El Chino quería explosivos y Emilio Suárez sabía cómo proporcionarlo. El coche lo iba a poner Rafa Zuheir, un Volkswagen Golf negro para ir desde Madrid a Oviedo.

Había que conseguir los explosivos en la madrugada del 28 al 29 de febrero. Y no iba a ser nada fácil hacerlo. Pero ésa, es otra historia.

El restaurante La Alhambra, en la calle del Tribulete.
El restaurante La Alhambra, en la calle del Tribulete.MIGUEL GENER

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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