Discordia
Desde tiempo inmemorial se dijo que la adversidad engendra la discordia. Y la adversidad llegó a las filas del Partido Popular con unos resultados electorales no esperados -como tampoco los esperaba la entonces oposición- que apartó a los conservadores del Gobierno central. Nada hay que añadir respecto a esa adversidad no esperada, porque sobre los fatídicos sucesos de marzo, el tratamiento informativo de los mismos y sus consecuencias, se ha dicho todo. Pero la derecha valenciana que había ganado con holgura, hace apenas un año, las elecciones autonómicas y locales, torció el gesto. No en vano apuntaba el presidente Camps, poco después de los comicios del 2003, que uno de sus objetivos o metas era revalidar la mayoría conservadora en las elecciones de marzo del 2004. No fue así, ni lo fue para el principal mentor de Terra Mítica, Eduardo Zaplana, quien, valencianísimo hasta la médula, había dejado el gobierno autonómico y había acudido presto a la llamada de José María Aznar, para desempeñar el cargo de trajeado ministro portavoz con piso en Madrid. La sombra alargada de Zaplana desde el kilómetro cero madrileño planeaba sobre la figura de Camps, y salió a flote la discordia, ya antes de que la adversidad electoral llegase con los idus de marzo, aunque los resultados electorales acrecentaron la primera. Por lo general, el vecindario se desentiende bastante de las rencillas internas que tienen lugar en las formaciones políticas y que, al cabo, giran en torno al mucho poder cuando se está en el gobierno, y al poco poder cuando se está en la oposición.
Hasta ahí no hay nada que nos asombre o extrañe. Pero resulta que estos días en que los valencianos inundan sus calles celebrando el merecido y no altanero triunfo de la muchachada que tan buen pie tiene con la pelota; estos días en que los naranjos de la Ribera de Cabanes -rincón donde planea el parque temático Mundo Ilusión-, en que los naranjos, digo, cubiertos de flores muestran en esperanza el fruto del otoño; estos días nos han indicado que las dificultades financieras de Terra Mítica, el buque insignia de la política de Eduardo Zaplana, han llevado a la empresa a la adversidad, es decir, a la suspensión de pagos. Y la suspensión de pagos de una empresa con la que los valencianos desayunamos, comemos y cenamos gracias a la política informativa y propagandística de su mentor Zaplana, es algo que preocupa al vecindario. El vecindario, como todo el mundo sabe, se preocupa cuando algo no va bien y el dinero público anda por medio.
La adversidad en Terra Mítica no es la adversidad de una empresa. Es la adversidad de una política altanera y un altanero desarrollo económico. Es la adversidad del mentor y los mentores de un desarrollo económico basado en parques temáticos, que los hay por doquier en Europa. Es la adversidad de la política de las grandes obras emblemáticas en orden al desarrollo turístico, que la realidad, o el número de visitantes, colocan en su sitio. Los voceros del mentor de Tierra Mítica en los medios de comunicación valencianos han intentado, vergonzosamente, presentar esa suspensión de pagos como un logro o un acierto positivo. No es así. Es adversidad que debería llevar al replanteamiento de esos proyectos para el ocio, como el de Mundo Ilusión, que a lo peor consiguen sólo acabar con naranjos y suelo agrícola. Es adversidad que aumenta la discordia en las filas del Partido Popular, reflejada en el sainete de los alicantinistas que amenazan con el enfrentamiento al presidente Camps.
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