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Columna
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El Fórum y 'la Boda': coincidencias

He estado en el Fórum dos veces. He visto la Boda al menos en media docena de ocasiones: por televisión, claro. El Fórum, como tantos barceloneses, lo he visto también por televisión y así seguiré: pasan muchas cosas en el Fórum. Ni en un caso ni en el otro lo he visto todo, ni mucho menos. Tanto por lo que respecta al Fórum como a la Boda, estoy segura de que -lo quiera o no- ambos me perseguirán durante mucho tiempo. Hay, en nuestro mundo, cosas espectaculares, grandiosas, memorables -así se presentan ambos acontecimientos-, de las que uno ni siquiera intenta escapar: pura fatalidad, pura salsa colectiva, puro vivir el presente común.

En eso, el Fórum y la Boda se parecen: son Acontecimientos (con mayúscula). Pasarán a la posteridad como dos hechos históricos sucedidos sobre nosotros en este mes de mayo. Uno en Barcelona, el otro en Madrid: ¿encierra esto algún significado? Desde luego: Madrid vuelve a ser Corte; Barcelona, otra vez, un invento con vocación de prodigio. La historia se repite: versión actualizada. En la Corte, la Monarquía se casa con el pueblo -eso es Letizia / Cenicienta- haciendo un guiño cómplice al mundo de la comunicación -eso también es la Princesa de Asturias, ex periodista-. Y el invento del Fórum es la propuesta de otra boda -rompedora pareja de hecho- entre el pueblo y lo que aquí llamamos patums, que hoy son globales, variopintas, triunfadoras, con poder, famosas y, a veces, muy ricas. Dos hiperespectáculos.

Lo de Madrid es un símbolo. Lo de Barcelona también. Ambos se complementan pese a la fácil tentación de ver en ellos (falsos) signos de eterna rivalidad. Son símbolos españoles -de esta vieja piel de toro común- para el Mundo Mundial. Símbolos sólo aparentemente distintos: uno puede parecer una antigüedad, pero aporta un mensaje moderno: espectacular encuentro populista, de anuncio de cambios profundos en las tradiciones. El otro, el símbolo del Fórum, se envuelve directamente en lo moderno -así lo pretende la puesta en escena- para entroncar con lo tradicional: el diálogo, la fiesta y la transformación de la ciudad en un plató de televisión con espectáculo y star system propio. Esto es: una versión renovada de festa major para el futuro global.

Ambos acontecimientos convergen, más allá del puro look, en presagiar movimientos telúricos de fondo: mezclas sociales impensadas, por ejemplo. Un país de Letizias, un país de dialogantes más festivos que preocupados es -¿por qué no?- un país vuelto del revés. La cosa dará muchísimo de sí, seguro, a menos que estos símbolos se queden en intentos fallidos de modernización, cosa tampoco imposible.

En lo concreto, Madrid y Barcelona, la Boda y el Fórum, son una gran operación de mercadotecnia de Estado. No está mal, dado que hay tanta competencia, la simultaneidad del doble evento para un país que vive de su imagen exterior y del turismo. No sólo exportamos paisajes clásicos e imponentes como el Madrid Real o escenarios de un Blade Runner mediterráneo, sino que también tenemos cosecha de princesas de cuento, príncipes modernos, sabios o santos que bailan con artistas en la calle y responsables políticos que proponen al mundo, para solucionar sus males, una festa major de ambición globalmente educativa.

Desde Madrid y desde Barcelona exportamos no sólo mestizajes y un revoltijo social pragmático, sino guiños de buen rollo: amor, paz, diálogo, desclasamiento fino. No está mal en tiempos frágiles, pendientes de la seguridad. Ambos Acontecimientos vuelven a parecerse. No vemos a los guardias, a la policía, a la tecnología controladora ni su costo, pero ahí están. Son testimonio de un mundo peligroso en el que casarse, aprender o divertirse no sólo parece una inconsciencia, sino un lujo asiático.

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