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Reportaje:TEATRO

La infancia infinita

Javier Vallejo

Tienen los espectáculos de Pina Bausch una continuidad extraña: parecen versos desgajados de un largo poema, instantáneas de un mismo paisaje tomadas en diferentes meses del año, retratos de una modelo a la que siempre identificamos, no importa de qué la haya disfrazado el pintor. Una foto basta para que los reconozcamos como suyos, tan acusado es su estilo. Desde mediados de los años setenta, la Bausch sondea simas afectivas, retrata pequeños rincones del alma, hace de lo íntimo un ritual colectivo. La coreógrafa alemana tiende a citarse, del mismo modo que Peter Pabst, su escenógrafo desde 1980, se cita, y cita sutilmente a su predecesor, el desaparecido Rolf Borzik. Por ejemplo, la montaña de rosas rojas, de más de cinco metros de altura, que los protagonistas de El hombre que limpia cristales descienden sobre unos esquíes, es una cita del inmenso campo de claveles prodigiosamente erectos de Nelken, con el que hace siete años, el Tanztheater Wuppertal cubrió la totalidad del escenario del Teatro Real de Madrid. A su vez, el campo de Nelken es una versión florida de la pradera interminable, intensamente verde y húmeda, de 1980, escenografía que Pabst elaboró a partir de un proyecto esbozado por Borzik, el gran amor de Pina, poco antes de morir. El agua que, durante más de dos horas, inundaba el escenario en Arien (1979), volvió a aflorar a raudales el año pasado en los baños turcos de Nefés, pieza que la coreógrafa y su compañía crearon después de una residencia de varias semanas en Estambul; las ramas secas de Orfeo y Eurídice también aparecen amontonadas en Ven, baila conmigo; la espesa capa de tierra que cubría el escenario en Se ha oído gritar a la montaña se convirtió en un muro de ladrillo cocido que se desplomaba al levantarse el telón en Palermo Palermo, para quedar esparcido a lo largo y ancho de la escena...

Pina Bausch no necesita buscar la novedad a toda costa: en su día se abrió camino a golpe de machete, y ahora lo recorre con esa mezcla de buen humor, ternura y elegancia sabia y desolada que le caracteriza. Sus coreografías alternan infinidad de solos, dúos, números de variedades y escenas corales luminosas y llenas de hallazgos. Son collares largos formados por cuentas pequeñas. Otros creadores, cuando dan con dos o tres números como los de Pina, los estiran hasta la hora u hora y media que suele durar un espectáculo de danza-teatro. Ella, en cambio, los encadena por docenas sin darle mayor importancia, y los resuelve con brevedad. Le sobran ideas.

figuran veteranos como Lutz Förster, Dominique Mercy y la española Nazareth Panadero. Las entradas están agotadas: cinco días son pocos para una ciudad como Barcelona. Este espectáculo se estrenó en 2002, justo después de Agua, dedicado a São Paulo, y antes de que la compañía marchase a Turquía para preparar Nefés. El pasado otoño, Pina y los suyos estuvieron tres semanas viajando por Japón para impregnarse del país y volcar su aroma en un espectáculo que acaban de estrenar en Wuppertal. Todavía no tiene título. El título, para Pina, es lo último.

Para los niños de ayer, de hoy y de mañana. Teatre Nacional de Catalunya. Sala Gran. Barcelona. Los días 25, 26, 28, 29 y 30 de mayo.

Julie Anne Stanzak, en 'Para los niños de ayer, de hoy y de mañana'.
Julie Anne Stanzak, en 'Para los niños de ayer, de hoy y de mañana'.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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