No es cierto que todo sea incierto
No es cierto que todo sea incierto, decía un matemático francés del XVII. Hay cosas que son ciertas. Por ejemplo, el proverbio según el cual el dolor siempre cumple lo que promete. En esta época de tanta acumulación de dolor deberíamos tenerlo presente. No porque vivamos en España, a unos miles de kilómetros de Palestina o de Irak, podremos orillar la formidable consecuencia, la promesa, de ese dolor.
¿Cómo podremos esquivar los "experimentos" de Israel en Gaza? ¿Acaso no protestamos porque hemos llegado a la conclusión de que los israelíes son simplemente unos matarifes tan capaces como lo fuimos los españoles, los surafricanos o los alemanes, dispuestos a bombardear niños o construir guetos a la imagen de Varsovia o de Soweto? Nadie hizo aquello porque sí, sino con un objetivo aparentemente sensato: para librarnos de la terrible influencia de doctrinas perniciosas; para evitar que salieran terroristas que atacaran a las tropas ocupantes o para permitir que los negros llevaran una vida propia, independiente de la de los blancos... Lo extraño es que entonces hubo mucha gente que no se dejó engañar y que protestó contra nuestra barbarie, mucha más de la que ahora protesta contra la barbarie de Tel Aviv.
De la última brutalidad, Sharon ha pedido disculpas. Antes, pedir disculpas era algo importante y tenía otro significado. Según Desmond Tutu, cuando se pedía disculpas por algo, significaba que quedabas obligado a tomar ese hecho muy en serio y a marcar con él para siempre tu memoria. Es una idea antigua. Hasta Confucio decía que no sirve aceptar que te has equivocado si no lo recuerdas continuamente.
Hay muchas otras cosas que han cambiado de significado. Por ejemplo, "aceptar la responsabilidad". Antes cuando alguien decía "yo soy el responsable" significaba que asumía una obligación moral, o legal. Cuando se asumía una responsabilidad, se pagaba una deuda. Ahora no. Rumsfeld dijo que asumía la responsabilidad de lo ocurrido en Abu Ghraib pero a continuación no pasó nada. Ése es el caso más extremo, pero cada vez son más los políticos que adoptan esa posición, incluso en situaciones nada comprometidas.
Ahora, asumir la responsabilidad tiene tan poca importancia que el ministro español de Defensa, José Bono, decidió quitársela de golpe, y antes de empezar, nada menos que al director del Centro Nacional de Inteligencia, Alberto Saiz, su concuñado. "La responsabilidad será mía", dijo con orgullo. Es de esperar que Saiz haya comprendido que se trataba de una figura retórica y que no se le ocurra hacerle caso, porque, desde luego, el director del CNI tiene su propia responsabilidad y el ministro no es nadie para relevarle de ella.
Barbara Tuchman, una periodista e historiadora que escribió de joven sobre la Guerra Civil española, fue autora también de un libro titulado The March of Folly en el que se explicaba que los dirigentes de países muy poderosos adoptan, a veces, decisiones políticas completamente equivocadas. Se abre entonces una "marcha loca de la historia" que resulta incomprensible porque partió de una decisión considerada una locura por muchos de sus contemporáneos; que pudo ser evitada porque existieron otras opciones perfectamente razonables; y que, sin embargo, fue apoyada no por un único individuo sino por un amplio grupo de personas aparentemente bien preparadas. Cuando eso sucede, sólo cabe esperar que ese equipo sea expulsado del poder y permita la llegada de otro grupo, capaz de detener la galopada.
Dado que las leyes norteamericanas no permiten que los extranjeros realicen aportaciones a la campaña presidencial, lo único que nos queda a los periféricos es comprar camisetas, gorras o tazas de John Kerry, con la esperanza de que algo de ese dinero (las camisetas y gorras cuestan 12 dólares y las tazas 10) llegue a los fondos demócratas y ayuden a interrumpir la marcha loca de George Bush. (www.kerrygear.com)
Es Mahoma (el mismísimo Mahoma) quien promete el Paraíso a quien haga reír a sus compañeros. Así que habrá que agradecer a la boda real de mañana la oportunidad que nos ofrece de sonreírnos un poco, pasear por una ciudad engalanada y ser durante un rato alegres y frívolos. Como decía Cervantes, el asno sufre la carga, pero no la sobrecarga. solg@elpais.es
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