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VIAJE DE CERCANÍAS
Columna
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La historia de María Font

"Cualquier mujer de mis años podría contarle más o menos lo mismo. Antes o después a todas nos tocaba marcharnos a trabajar a Argelia. Si tenías niños, los dejabas con tu marido en el pueblo, o con los padres, o con los suegros. No te los podías llevar. Eso era muy duro. Tu ibas a servir de criada en una familia de franceses. Por eso yo hablo un poco el francés, bon jour, monsieur, aunque no fui a la escuela mas que un año. Lo poco que sé se lo debo a una mujer del pueblo que nos enseñaba en su casa a leer y a escribir. Porque a los ocho años me pusieron a trabajar cuando a mi padre, que sacaba piedra, le estalló un explosivo en las manos. Y luego se le infectaron las heridas y dijeron que tenía lepra y enseguida lo metieron en la leprosería de Fontilles. Pero le digo una cosa: yo creo que no estaba leproso, se equivocaron porque los leprosos no tienen uñas y mi padre tenía uñas, lo que pasa es que se le infectaron las heridas y tuvo gangrena. Querían cortarle una pierna, y él decía que no se la cortaran. Así que lo metieron en Fontilles para que no contagiara a nadie en el pueblo. Y a mi me pusieron a trabajar en una fábrica de cajas de cartón. No había dinero. Yo tenía ocho años. La fábrica estaba en el pueblo. Éramos unas veinte chicas haciendo cajas. Yo pegaba unos cartoncitos para darle forma redondeada a la caja, porque eran cajas para pastillas, de aquellas cajas con una etiqueta de la farmacia. Por eso no fui a la escuela. Tampoco te obligaban en aquellos tiempos. Los niños no iban a la escuela porque no tenían alpargatas, porque trabajabas en una fábrica, porque te ponías enferma.

"Pero eso de no tener estudios nunca me importó demasiado. Lo que de verdad me daba pena, y aún siento esa pena, fue no poder besar a mi padre cuando ya se iba a morir después de pasar diecisiete años de su vida en la leprosería, sin salir de Fontilles mas que una sola vez, cuando mi madre se puso muy enferma y él quiso venir a verla. Pero ni siquiera entonces pasó dentro de casa. Mi madre y yo queríamos que entrara, naturalmente, pero en el pueblo esas cosas de los leprosos se tomaban muy en serio. Y mi padre se quedó allí en la puerta, lo mas cerca que pudo, pero fuera de la casa. Entonces todo era así. Si un enfermo tuberculoso moría en una casa, venían luego a fumigar la habitación del enfermo, o la casa entera. Y no podías hacer nada contra todo eso. Eso era normal.

"Yo subía a visitar a mi padre cada domingo, con mi madre o con una amiga, y mi padre me esperaba al final del camino. Estaba todo el rato que podía con él. No me importaba hacer una hora de carretera empinada a pie, hacia aquellas murallas que rodeaban la leprosería de Fontilles. Y a veces, cuando él podía, me daba a escondidas un duro, las cinco pesetas que le pagaban en el sanatorio por limpiar la iglesia, y le aseguro que yo nunca tuve ningún miedo de que aquella moneda que me regalaba -todo lo que mi padre podía darme- fuera a contagiarme la lepra. Mi padre murió allí dentro. Le daba mucho reparo venir al pueblo. No quería que los vecinos cruzaran la calle al verlo.

"Mi madre y yo fuimos a Argel cuando yo tenía recién cumplidos los 11 años. Nos embarcamos al anochecer en el Sidi Brahim, en el puerto de Alicante, y pasamos la noche navegando, sentadas en una silla. Llegamos a Argel a las ocho de la mañana. Allí podías ganar como criada tres veces lo que ganaba cualquier hombre del campo en España. Mi madre hacía limpiezas mientras que a mi me pusieron a coser a máquina en un taller de uniformes militares. Yo cosía galones y adornos en las hombreras. Eso duró dos años. Luego, en 1932, volvimos a España que ya estaba con la República. Nos asustamos porque decían que iban a cerrar el sanatorio y a echar a todos los leprosos de Fontilles. Luego no pasó nada. Volví a la fábrica de cajas de cartón. También trabajaba en el campo, a lo que saliera.

"Mi madre murió en 1941, antes que mi padre. Mi padre tuvo la alegría de verme casada. Porque yo me casé en 1942. Mi marido se llamaba Salvador y era diez años mayor que yo. Tenía buena planta. Mire usted la foto. Aquí estamos los dos de negro aunque es la foto de nuestra boda porque él llevaba luto tres años ya, y entonces también tuve que vestirme yo de negro.

"Aquel día empezamos a las 5 de la mañana porque las bodas, cuando había luto por medio, se celebraban muy temprano. Después, a las seis y media, cogimos el autobús de El Zurdo, que aún existe, y fuimos a Dénia donde el fotógrafo nos hizo el retrato. El bolso que me cuelga del brazo no era mío, era del fotógrafo que me lo prestó para que quedara mas elegante. Dimos una vuelta por la feria de Dénia, y a la hora de comer volvimos al pueblo porque mi suegra había preparado una paella así de grande. Nada mas terminar la paella me fui a Fontilles para ver a mi padre, esta vez con mi marido y los padrinos de boda. ¿Se imagina cómo se emocionó al vernos? A mí me costaba decirle adiós, me costó mucho regresar al pueblo sin besarlo.

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"La noche de bodas la pasamos en esta casa, donde nací y si Dios quiere moriré. Las baldosas del suelo las pagué con lo que ganaba en Argel. Porque una vez casada seguí yendo bastantes años a Argel. El piso era antes de tierra. Y en esa pared tengo el retrato de mis padres, con el hijo que perdieron siendo niño. Me gusta mirar ese retrato todos los días.

"En la noche de bodas todo fue muy bien. Salvador era un hombre valiente, ¡vaya que era valiente, Salvador!, porque yo no sabía gran cosa. Poco a poco lo fui aprendiendo. Pero oiga, ¿va a escribir todo esto?

"Sí, claro que pienso en la muerte, es normal. Cada noche me digo al acostarme: mira, como eso tiene que venir, y a tus 84 años no puede tardar demasiado, lo mejor sería que viniera durante el sueño. No quiero dar trabajo a nadie. No quiero ser una carga o una preocupación para nadie. Ni para mis hijos, ni para mis nietos, ni para mis vecinas. Para nadie. Prefiero morir mientras estoy dormida. Y si por una de esas voy directamente al cielo, mucho mejor.

"Pero no crea, también pienso en otras cosas. Por ejemplo pienso que puede tocarme la lotería. Una vez ya me tocaron treinta mil pesetas de los ciegos... y si ahora me tocara mucho más, haría feliz a bastante gente, y compraría un garaje para meter las andas de la procesión, y en el pueblo todos dirían: ¿No sabes? ¡María es millonaria! ¡María es millonaria...!"

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