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Columna
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El trabuco popular

La España profunda y negra, y la España de las inconfesables empanadas especulativas se han asomado últimamente a la vida pública, por Puerto Urraco y por la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Saura nos ha actualizado los trágicos sucesos de los ajustes entre familias, y el PSPV los más recientes y melódicos orígenes de los presuntos contratos ocultos, y de la no menos presunta evasión fiscal, entre socios de arreo. En la película de Saura, el odio se resuelve en sangre. En la querella de los socialistas valencianos, el chollo se resuelve en las Islas Vírgenes. Película y querella nos ofrecen escenarios y protagonistas, ¿o agonistas?, de apariencia muy diferente. En la película, un espacio rural, y personajes ásperos, introvertidos y adustos. En la querella, hoteles de lujo, palacios y cañones de luz, y personajes mundanos, cínicos y sonrientes. Pero en una y en otra, se impone el trabuco popular. Tomemos precauciones y fijemos conceptos: popular de pueblo, y popular del PP, es decir, lejos del pueblo. El cronista ignora cómo anda de taquilla el último filme de Saura; la taquilla que Zaplana le abrió a Julio Iglesias, hace ya seis o siete años, se iba a 990 millones de las antiguas pesetas, libres de impuestos, según los querellantes.

Antes, los dramas de las gentes del surco, con la dureza del pedernal y la sequedad de la tierra, les daba para mucho lápiz a los gacetilleros y a los novelistas versados en antropología: la tierra es la tierra y nosotros mismos, sentenciaban. Hoy, el discurso narrativo es como más excitante y etéreo y se resuelve en un paraíso fiscal, sin necesidad de postas, y al autor le sobra y le basta con el concurso de la informática: la tierra es el ladrillo, y nosotros a la piña colada. Sin embargo, resulta más peligroso e invulnerable un aforado dicharachero que un tipo con navaja cabritera y ceño de presagios. Aun así, los socialistas valencianos han presentado una querella en el Supremo contra Eduardo Zaplana, portavoz popular en el Congreso, el cantante Julio Iglesias y los responsables, en su momento, del Instituto Valenciano de la Exportación (Ivex), a cuantos imputa supuestamente malversación, falsedad y delito fiscal, en la contratación del cantante, en 1997. Es un tema antiguo, pero que no hay por qué pasarlo por alto, como otros a los que también les llegará su turno, confiemos en que antes de que prescriban. Por supuesto, Zaplana que es aforado y dicharachero, echó balones fuera y se limitó a recordar que los tribunales valencianos no admitieron a trámite la investigación de estos apaños. Pero en la nueva querella, según se dice, se incorporan y revelan detalles, hasta ahora desconocidos, acerca de la contratación de Julio Iglesias. Y un dato que puede levantar sospechas: Font de Mora ha sufrido una repentina pérdida de memoria. Después de asegurar que todo está en los libros, y de recomendarle a los periodistas que se lean detenidamente el Diario de Sesiones de las Cortes, donde se recoge la explicación, se olvidó en qué número se encuentra, qué oportuno.

En cualquier caso el entonces presidente de la Generalitat no valoró ni la solvencia ni la calidad de nuestros productos. Y confiar su promoción, por festivales y escenarios, en la voz de Julio Iglesias, fue todo un menosprecio. Eso sí que tiene delito.

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