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Columna
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Las causas

Decía el lehendakari hace unos días que el terrorismo se combate "no con guerras, sino profundizando en sus causas", y se felicitaba además de compartir esta opinión con Rodríguez Zapatero. Dejando a un lado la, a mi juicio, inconveniente comparación de los actos de terrorismo de la resistencia iraquí con los actos de terrorismo de ETA, la supuesta feliz coincidencia entre Ibarretxe y Zapatero no aporta, en sí misma, ninguna novedad en lo referido al debate sobre la forma de enfrentar el fenómeno etarra. Y no la aporta porque unos y otros distan mucho, hoy por hoy, de compartir un mismo diagnóstico sobre las mencionadas causas del problema.

Para muchos, los actos terroristas de ETA son la consecuencia de la voluntad de determinadas personas de llevarlos a cabo. La causa de que existan es, por tanto, que hay gente dispuesta a matar a otra gente, lo que en toda sociedad civilizada constituye un crimen y un delito. Para otros, sin embargo, dichos actos terroristas son la consecuencia de una determinada situación política, que es la que induce a alguna gente a cometerlos. Es decir, la causa ya no se identifica con la existencia de gente dispuesta a cometer crímenes, sino con los motivos que inducen a sus protagonistas a realizarlos. Conclusión: unos y otros creen que es importante combatir las causas, pero difieren a la hora de ponerse de acuerdo sobre éstas.

Cuando se trata de fenómenos sociales, no conviene simplificar el análisis de las causas. Las hay directas e indirectas, cercanas y remotas. Unas y otras se conjugan y deben ser tenidas en cuenta a la hora de diagnosticar determinados problemas. De lo contrario, nos veremos siempre sometidos a la absurda discusión acerca de si el terrorismo es un problema político o policial, cuando todo apunta a que es ambas cosas a la vez. Si a usted, querido lector, le roban en su casa o secuestran a un familiar, exigirá que detengan a los culpables, por mucho que alguien le explique que quien cometió dichos actos estaba en el paro o había tenido una infancia difícil. Lo que no es óbice para que, a renglón seguido, exija usted que se incrementen y mejoren las políticas sociales, o admita que los culpables puedan reinsertarse más adelante en la sociedad.

Desgraciadamente, no parece que estemos cerca de un diagnóstico compartido sobre las causas del terrorismo de ETA. Quienes valoran únicamente los aspectos policiales del problema, deberían centrar su atención en la responsabilidad criminal de quien actúa violentamente, dejando a un lado consideraciones sobre supuestas responsabilidades de otros, derivadas de la estrategia política de algunos partidos. Pero, al mismo tiempo, quienes subrayan el aspecto político del asunto, buscando el origen y las causas de la violencia en éste ámbito, acaban entrando, paradójicamente, en una lógica que -según cómo se analicen las cosas- puede acabar en el preámbulo del Pacto Antiterrorista, tan criticado, con razón, por el propio Ibarretxe y el conjunto del nacionalismo vasco, pues es evidente que hay nacionalistas que defienden la independencia y no matan, de la misma forma que hay mucha gente en paro que no roba ni secuestra.

Total, que, más allá de las bellas palabras, estamos de momento como estábamos, sin un diagnóstico del problema a enfrentar. Y es que, a lo mejor, en vez de hablar de causas sería más útil distinguir entre responsabilidades criminales -directas-, y responsabilidades políticas de quienes, pudiendo hacerlo, no vacían el agua de la piscina en el que nadan los peces de la violencia. Porque entonces tendríamos que hablar de asuntos múltiples como el alejamiento de los presos, la práctica de la tortura, el cierre de periódicos o el incumplimiento del pacto estatutario. Pero también habría que hablar del pacto de Lizarra, de los muros de algunos institutos en los que cuelgan fotos de personas condenadas por asesinato como si fueran héroes, de los mensajes sobre derechos originarios o inmemoriales que están por encima de todo lo demás, o de la normalidad con que muchos niños perciben en no pocos pueblos la presencia de pancartas y símbolos etarras, sin que el prometido ejército de apoyo a las víctimas y en defensa del pluralismo dé señales de vida.

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