Dos brasileños felices

Uno es grácil y veloz. El otro es enorme y poderoso. Los dos tienen 22 años y los dos juegan con una sonrisa, como si estuvieran entre amigos. Kaká y Adriano, las dos jóvenes joyas brasileñas del calcio, parecen emanar felicidad. Quizá es coincidencia. Quizá el buen rollo es común entre los de su generación: ahí está el caso de Ronaldinho. Quizá les divierte subvertir las leyes secretas del futbol italiano, tan entregado a la concentración, el forcejeo y el cálculo infinitesimal, y ríen porque les hacen gracia esos señores tan serios que intentan robarles el balón. Puede que sea eso.
Kaká, el milanista, es mejor futbolista que Adriano. En realidad, Kaká es mejor que casi todos. Da un poco de vértigo pensar en lo que puede llegar a ser. En su primera temporada en el Milan -un club lleno de zidanes y con muy poquitos pavones, donde para entrar en el equipo hay que desplazar a un Rui Costa- ha ganado la titularidad, la condición de indiscutible, la categoría de preferido por el público y el scudetto. Todo esto, en unos meses. Con 22 años.
Uno le ve tocar el balon y no sabe si embelesarse o sufrir. Evoca a aquel Ronaldo imparable que vistió de azulgrana, aquel extraterrestre al que un día u otro habían de cazar. O al Schuster de 1980, aquel que murió en San Mamés para resucitar, como Ronaldo, más grueso, más racional, más prudente. Peor. ¿Y si le tronchan la pierna? ¿Y si no volviéramos a disfrutarlo? Uno sufre. Que no lo toquen, por favor.
Adriano es otra cosa. Es uno de esos gigantes bondadosos que salta a rematar con tres defensas encaramados en el hombro y pide disculpas si, al caer, despeina a uno de ellos. Un tipo paciente, sin el brillo y la facilidad de Kaká. Llegó al Inter en 2001, el Inter le hizo jugar un ratito y, con su celebrado ojo clínico para el talento -no hay que olvidarlo nunca: el Inter es el club que echó a Roberto Carlos-, lo cedió al Parma. En Navidad lo repescó, pagando una fortuna por ello -otra de las virtudes del Inter, derramar el dinero-, y le puso a competir por el puesto de ariete con Vieri, la vaca más sagrada en el prado de San Siro. Un asunto complicado.
Ayer, Inter y Parma se disputaban el cuarto puesto, la ultima plaza para la Champions. Era un enfrentamiento directo en la penúltima jornada, la hora de la verdad. Vieri salió como titular y Adriano se quedó en el banquillo. En la segunda parte, Zaccheroni tuvo que hacer lo que había prometido que no haría, juntar a dos delanteros tan parecidos que resultan teóricamente incompatibles, y dio entrada a Adriano. Fue la solución. Adriano marcó de falta. Luego, apesadumbrado, repartió abrazos entre sus antiguos compañeros del Parma.
Cesare Prandelli, el entrenador del Parma, fue un caballero. "Éste era nuestro", dijo casi con orgullo. Luego, se acercó a felicitar a Adriano. Con una sonrisa. Como si el calcio se jugara entre amigos. Como si fuera un joven futbolista brasileño.
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