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El Espai Volart presenta la obra reciente de Miguel Macaya

Personajes insólitos y a la vez comunes, bodegones y animales que surgen de fondos negros animados por algo parecido a una luz interior, forman la exposición Miguel Macaya. Pinturas 1999-2004, que se presenta en el Espai Volart (Ausiàs Marc, 22), la sede barcelonesa de la Fundación Vila Casas, hasta el 26 de junio. Para la exposición, el marchante del pintor, Miguel Alzueta, ha seleccionado 39 obras de los cinco últimos años, todas ellas pertenecientes a colecciones privadas, que evidencian la evolución del artista desde una pintura figurativa formada por pinceladas nítidas hacia una obra más matérica, en la que las formas difuminan sus perfiles en los juegos de claroscuro.

A pesar de ser obras profundamente realistas, en su gran mayoría no se trata de piezas descriptivas: Miguel Macaya (Santander, 1964) cuenta sólo lo indispensable para estimular la curiosidad del espectador. "Me gusta pintar cuadros que crean preguntas y no dan respuestas", afirma el artista, y lo confirman sus personajes suspendidos en un momento eterno que deja al visitante intrigado con los acontecimientos que han motivado su presencia en el lienzo.

Inquietantes y escurridizos

Algunos retratos resultan más descifrables, como El sobresaliente (una de las raras obras de la exposición que tiene título, propiedad de Lluís Vila Casas), un torero anónimo, henchido de dignidad, que surge inmóvil desde el fondo ocre de la plaza donde probablemente nunca encontró la fama. Otros personajes son más inquietantes y escurridizos, como el suicida que abre el recorrido expositivo, el boxeador de la colección de Joan Uriach o el hombre con el dardo rojo que pertenece a la Fundación Fran Daurel, cuyos fondos se exponen actualmente en un espacio del Poble Espanyol. "Son personajes de fisionomía indefinida y prescindible. Los bañistas y los jugadores de waterpolo con sus gorros sustituyen en mis pinturas a los papas y cardenales del Renacimiento", afirma el artista indicando los retratos de unos personajes que se proponen como símbolo de la condición humana.

Gran parte de la Sala Gris, en el subterráneo, está dedicada a las obras de animales. Entre las grandes telas que reproducen una estática vaca propiedad de Enric Oliver y un caballo blanco que surge al galope de un fondo tenebroso, destaca una insólita cabeza de camello, perteneciente a la colección de Antonio Sagnier, que parece simbolizar el asombro de la humanidad en estos tiempos tan convulsos. Finalmente, los bodegones que combinan frutas y siluetas de perros parcialmente desdibujadas, representan la obra más reciente del artista que vive y trabaja desde hace muchos años en Cataluña. Como es habitual, con motivo de la exposición, la Fundación Vila Casas ha editado un catálogo y grabado un vídeo que ilustra el proceso creativo del artista.

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