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Reportaje:

Pasión o desmesura

La nueva directora del IVAM, Consuelo Ciscar, ha sido la cara cultural del PP valenciano

A Consuelo Ciscar le gusta decir que todo lo vive con pasión. Y con pasión ha actuado en estos últimos nueve años en los que ha sido la cara pública de la política cultural de la Generalitat, basada en la imagen de las bellas artes. Pasión que la ha llevado a pasar de la orilla socialista a la popular junto a su marido, el consejero de Territorio y Vivienda, Rafael Blasco: De ser secretaria personal de Joan Lerma a rodear de artistas plásticos a Eduardo Zaplana.

Entre estos últimos se encuentra más a gusto, según ha confesado en alguna ocasión. Hasta el punto de haber creado una camarilla de artistas que no se han perdido ninguno de los actos señalados, como la presentación del programa electoral de cultura. Más de una vez se ha pasado lista a ver quién iba o no, como en aquel acto por el agua regado de paellas.

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Mujer temperamental, consta que estudió Ciencias Empresariales en un país iberoamericano. Más tarde abrió una pequeña galería de arte contemporáneo con su amigo Tomás Ruiz, que la ha acompañado a través de estos años. Después de trabajar en el despacho de Lerma, fue responsable de relaciones externas del Museo de Bellas Artes de Valencia y de ahí pasó a elaborar el programa cultural del PP y a postularse como directora del IVAM en 1995, con la aquiesencia de Zaplana.

Los movimientos en ambientes culturales y políticos, incluso dentro del PP, impidieron que emulara entonces a Carmen Alborch, de la que se decía que era su modelo. Las malas lenguas decían que copiaba los peinados y modelos de la directora que nombró su hermano, Ciprià Ciscar. Ahora el círculo se ha cerrado. Con casi 10 años más de experiencia y un millar de exposiciones bajo la égida de la direción general de Museos y Bellas Artes y del Consorci de Museus, creados ex profeso, Ciscar se enfrenta a su gran reto. Para algunos, su nombramiento es la constatación del fin del IVAM; para otros, puede coger nuevo bríos si se rodea de un buen equipo.

Lo que parece seguro es que los tiempos de las vacas gordas ya se acabaron. Que el presupuesto para los centenares de catálogos editados, para los viajes al extranjero con exposiciones bajo el brazo y para los espectáculos o proyectos de impacto mediático se ha limitado. Se destaca que no hay artista valenciano que no tenga ahora carta de presentación, es decir, un catálogo, y que el empuje al arte ha sido claro; se objeta, por ejemplo, que los valencianos han pagado exposiciones de pintura en Argentina al músico griego Vangelis.

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; tampoco se la acusa de ser una mujer timorata ni se niega que otorgara libertad para que un proyecto como el Espai d'Art Contemporani de Castelló despegara de la mano de Jose Miguel G. Cortés, que podría ser su mano derecha en el IVAM. Pero cabe también preguntarse qué nuevos artistas valencianos con proyección nacional e internacional han surgido de este campo abonado durante tantos años; quién leerá tanto catálogo mientras los índices de lectura de los valencianos siguen por debajo de la no muy letrada España, o qué necesidad hay de inflar hasta el paroxismo las cifras de una cita recién nacida como la polémica Bienal de Valencia. Quizá sea por la incontenible pasión de la que se jacta. Quizá por su desmesura.

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