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Entre Escila y Caribdis

Cuando llevamos apenas tres semanas de gobierno socialista, parece prematuro enjuiciar las decisiones adoptadas. Sin embargo, dado el carácter excepcional del giro político que ocurrió el 14-M, era inevitable que los tradicionales cien días de gracia quedaran reducidos a unas pocas horas, que es lo que tardaron la oposición y sus plataformas mediáticas en iniciar la refriega.

En cualquier caso, antes o después, la evaluación crítica se impone. Pero bueno será advertir que el carácter radical del vuelco político no legitima necesariamente el radicalismo de las medidas que se arbitren. Porque el peligro existe y lo estamos detectando ya: dado que el gobierno anterior se comportó con manifiesto autoritarismo, existe la fuerte tentación de desatar lo anudado por él con idéntica firmeza y -como decían entonces- "sin complejos".

Sólo que todos los temas no son iguales. Una cosa es la guerra de Irak y otra, el PHN, una cosa es la reforma del Senado y de los estatutos autonómicos y otra, la LOCE. En cuanto a la salida de Irak, la abrumadora mayoría de los ciudadanos españoles nos manifestamos unánimemente contra la guerra, así que dudo que ningún historiador pueda reprocharle nunca al nuevo gobierno que cumpliese su promesa electoral con celeridad. Vale decir lo mismo de las reformas constitucionales.

Pocos votantes seguían sin ser conscientes de que la situación de bloqueo, a la que se había llegado, conducía directamente al estallido del edificio estatal y de que, en un marco de mutuas concesiones, tal vez lograremos recomponer los trozos rotos entre todos: sabemos que el acuerdo no es fácil, que las reivindicaciones intolerantes de los más extremistas pueden abortarlo, pero nadie en su sano juicio estaría hoy, aun en pleno Xacobeo, por un ¡Santiago y cierra España!

No obstante, lo del PHN ya es otro cantar. No deja de ser sintomático que antaño el PSOE proyectase un plan hidrológico, al que el PP se opuso, y que luego el PP proyectase un plan hidrológico (¿el mismo?), al que el PSOE se ha opuesto. A veces, como muestra la conversión de CiU a la causa conservacionista, es un mismo partido el que cambia de opinión sin dejar de gobernar. Y es que lo del PHN es un asunto vidrioso, que no enfrenta convicciones políticas opuestas, sino territorios, lo que es muy diferente. Harían bien los políticos en no usarlo de arma electoral porque, al igual que un boomerang, puede volverse contra ellos, como ya lo hizo en el pasado. Si yo estuviera en su pellejo -no lo quieran los hados-, preferiría los barcos a la honra, es decir, me preocuparía de resolver los problemas hídricos de unos y otros, de manera mediocre e insatisfactoria (esto no es Suecia: ¡qué le vamos a hacer!), pero tangible.

Con todo, la decisión más controvertida es la relativa a la educación. Aquí ya no es que se avive la malquerencia entre regiones hermanas que han compartido una misma historia, es que se está instalando la división en el cuarto de estar de las familias y, a veces, en la conciencia de los individuos. Que doña Pilar obrase "sin complejos" no autoriza a doña María Jesús a ser tan insensible como ella. A ver si nos entendemos: la LOCE tiene muchas cosas que deben modificarse, pero las insatisfacciones que crearon un caldo de cultivo social propicio a la misma no son un invento de doña Pilar, estaban ahí, y fueron provocadas en parte por la LOGSE. Así como suena.

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Vayamos por partes. Claro que encomendar la enseñanza obligatoria de la asignatura de Religión (y también de esa rareza non nata del Hecho Religioso) a la Iglesia católica, era un error. Mejor aún, era una desfachatez: por la misma razón, la Literatura la debería explicar una editorial (¿a que adivinan qué autores se estudiarían?) y la Química, un laboratorio. Pero eso es una cosa y otra que nuestros escolares no estudien Religión o, lo que es lo mismo, que sea optativa. Impartida por profesores imparciales -de Historia o de Filosofía-, la religión es, primero, un hecho cultural y, segundo, una vivencia, la de lo sagrado, que pertenecen enteramente a nuestra civilización.

Ocurre algo parecido con los itinerarios. Son discriminatorios y, tal como los preve la LOCE, inasumibles. Pero, por enésima vez, eso es una cosa y otra que la educación española pueda seguir jugando en cada nivel al café para todos. No nos engañemos: en España, la tragedia de la enseñanza es, que en la época de Franco -vaya paradoja-, constituía un procedimiento para que los más trabajadores y más inteligentes de los hijos del pueblo ascendieran socialmente, mientras que en la democracia se ha quedado en una penosa obligación del Estado, la cual libera a los padres de tener que aguantar a sus cachorros al tiempo que estabula estérilmente a los niños y a los jóvenes durante la semana laboral. La evolución de la educación en el último cuarto de siglo la ha convertido en el tapiz de Penélope en el que se enredan los mejores gobernantes. Si el licenciado quiere colocarse en algo que no sea el reparto de pizzas a domicilio, ya sabe lo que le toca: hacer un máster en USA, con lo que se elimina de la competencia a aquellos que no tienen padres pudientes, es decir, se restituye -eso sí, democráticamente y desde la izquierda- la pirámide social.

Los profesores han sido la otra víctima de esta perversión. Antes, un buen profesor se valoraba como una joya porque todos sabían, los padres y los propios escolares, que su futuro dependía de su capacidad pedagógica, de sus conocimientos y de su calidad humana. Ahora, dado que lo que enseñan, después de los primeros niveles, no parece servir para nada, su descrédito social está cantado. Los estudiantes los ven, sólo que sin látigo, como al cómitre de las galeras, como responsables de que pierdan sus mejores años aburriéndose en un aula en vez de pasárselo bien en la calle o la disco. Los padres, convencidos igualmente de la inutilidad de su dedicación, no les perdonan que sean incapaces de domar a sus hijos.

Los profesores, deprimidos, desmotivados, hace años que arrojaron la toalla: los más viejos sólo sueñan en jubilarse; los más jóvenes optan por la enseñanza privada (la que recomendaba doña Pilar: toma, con derecho de admisión, yo también sé regentar ese bareto) o comprueban que, curiosamente, los centros del extrarradio en los que abundan los hijos de inmigrantes son los únicos aceptables, con padres que creen en el valor de la educación e hijos que obran en consecuencia. Como siempre, las palabras sirven de coartada a una realidad ambigua: esa "integración", la que hace posible una sociedad mestiza al fundir a los españoles con los inmigrantes y a los ricos con los pobres, sí la queremos y su obligatoriedad debería extenderse a la privada concertada; la otra "integración", la que ha obligado a niños normales a convivir con enfermos mentales (que deberían recibir tratamiento en centros especializados) o con protodelincuentes, mientras el profesor caía enfermo de estrés, ha sido el timo de la estampita.

Todo esto no es ni tremendista ni derrotista: simplemente es cierto. Y no basta con detener la LOCE insinuando que se va a dejarlo todo como estaba antes. Porque la LOCE es mala y lo de antes también. La educación española se debate entre dos arrecifes a cual más peligroso, el de la igualación en la mediocridad y el de la injusta estratificación por el nivel de renta. Y que nadie se engañe: sin una buena educación, la sociedad española del futuro perecerá estrellándose contra los acantilados de Escila y Caribdis.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)

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