La asamblea de La República
Bañado por la misma luz que los actores, sentado en escena en torno a ellos, el público de Homo politicus representa su papel: el de ciudadano callado, convocado por vez primera a una asamblea improbable de una república inexistente. Puesto frente a sí mismo. Como en la antigua Grecia, que el director Fernando Renjifo y su compañía evocaban en Cretences, su primer espectáculo. A los cuatro intérpretes, desnudos de principio a fin de la función, les han dado azogue y devuelven su propia imagen a quien los mira. No hay espectáculo. Alberto Núñez, Rafael Muguruza, Paul Loustau y Abdel Hamid dejan claro que no interpretan personaje alguno: hablan sobre sus abuelos (los de verdad), practican ejercicios de fuerza y destreza, y buscan llagas éticas en las que poner el dedo. Por ejemplo, Muguruza traza un círculo de tiza caucasiano en el suelo, afirma: "Esto es mío", y los demás, sentados entre el público, argumentan sucesivamente: "Porque lo vi primero, porque pagué más dinero por ello, porque Dios me lo ha dado, porque perteneció al padre del padre de mi padre, porque eché a los que estaban, porque soy el más fuerte...".
Formalmente, Homo politicus, como otros montajes de La República, alterna la reflexión sobre cuestiones filosóficas y políticas con cuadros de carácter plástico y coreográfico. Todo está teñido de melancolía, de desencanto y de añoranza de una España que no pudo ser porque las hoces de Franco la segaron de raíz. La memoria de la Guerra Civil late en el montaje desde el principio, cuando los actores hablan de sus mayores para explicarse a sí mismos, y los sitúan en uno de los dos bandos. Hacia el final, un vídeo entrega la palabra a ancianos anarquistas que pusieron manos a la utopía, y lo que dicen suena, en esta España de ciudadanos hipotecados a 30 años, tan hermosamente quimérico como el discurso de Don Quijote sobre la Edad de Oro: "Como no había dinero, no había egoísmo. Le dimos al mundo la lección de que era posible vivir sin Gobierno, porque funcionaron las colectividades y había para todos".
Renjifo, que está sentado entre el público de principio a fin, como uno más, toma de vez en cuando el micrófono de Bertolt Brecht, y corta por las buenas los clímax teatrales para informar del propósito que le movió a escribir su obra, y de lo que, en su opinión, podría parecer y no es: "Se puede pensar que esta obra es panfletaria, que por apelar a luchas pasadas de moda queda desactivada. También que es contradictoria... En una cultura de dinero y de masas, aquí no se mueve dinero ni masas. No pretende ser un éxito. Tampoco un fracaso, aunque juega a perder". Antes, con el mismo propósito con que Aristófanes atacó al demagogo Cleón cuando más fuerte era, dice el director de Homo politicus: "Esta obra ha sido subvencionada con 12.000 euros por la Consejería de las Artes (...) Nos avergonzamos de estar subvencionados por la Comunidad de Madrid. En realidad, nos avergonzamos de la Consejería de Cultura, del Gobierno de la Comunidad de Madrid, de sus votantes...
". Cuando Renjifo la escribió, estaba reciente el golpe de mano que malogró la llegada de un gobierno regional de izquierdas.
Homo politicus participa de
la voluntad de romper barreras entre auditorio y escena que tenía buena parte del teatro norteamericano independiente de los años sesenta, y de su ingenuidad necesaria. Sin embargo, el montaje, dibujado con líneas rectas, claras y escasas, guarda distancias entre observador y observados, y avanza en un clima más tibio que cálido, como un adagio. Tiene momentos de humor, otros evocadores, y uno desabrido: cuando los actores meten en el mismo saco progreso y derechos humanos, y escupen dentro. El final es nihilista y desencantado: tanto que los intérpretes no salen a recoger el aplauso que merecen. Abandonan la escena en pelota, como entraron (así hacían gimnasia y competían los deportistas de la Grecia clásica), pero hace una hora y cuarenta minutos que el público se olvidó de si llevan ropa o no, de tan natural que resulta el desnudo prolongado. La función se estrenó en otoño en la Sala Galán, de Santiago de Compostela, y en Madrid estuvo tres únicos días en Casa de América. El teatro Pradillo le brinda ahora un escenario más acogedor.
Homo politicus. Madrid. Teatro Pradillo. Del 20 al 30 de mayo.
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