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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Juan Antonio Fernández del Campo, ex presidente de AEC

Si no fuera porque las citas machadianas se han convertido en un tópico excesivamente frecuente, no tendría inconveniente en afirmar que Juan Antonio Fernández del Campo era un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra. Es más, en mi opinión, era algo así como un santo laico. Los que tuvimos la fortuna de conocerlo pudimos apreciar, por encima de sus muchos méritos profesionales, una calidad humana fuera de lo común.

Juan Antonio no tuvo una infancia fácil. Nacido en León durante de la Guerra Civil, se vio privado de la presencia del padre y recordaba con precisión el encuentro con él una vez que las circunstancias políticas lo permitieron. Después, una larga etapa de niñez y adolescencia marcada por las dificultades laborales de los padres, que señalados por su condición de republicanos, tuvieron que aceptar trabajos por debajo de su cualificación. Pero, al mismo tiempo, gozó de un ambiente familiar cálido en el que las virtudes cívicas de la tolerancia y el amor a la cultura y a la verdad probablemente le compensaban de alguna carencia material. Todo ello lo plasmó con gracejo y optimismo en un encantador libro Veinticinco años, así que pasaron que escribió, editó y regaló a sus amigos.

Encarnó a la perfección el estilo de hombre de la transición, con un profundo sentido de la reconciliación, que estaba presente en cada línea de su libro. Asumía su propia historia personal con una elegante aceptación del todo carente de rencor, pero sin caer en la paradójica nostalgia de tiempos peores que a veces asalta a quienes rememoran aquellos duros años de posguerra.

Es difícil describir sus cualidades humanas, porque siempre nos quedaríamos cortos; por ello, sólo insistiré en dos: su generosidad y su sentido del humor. Era un hombre siempre dispuesto a ayudar a las causas y personas que creía que lo merecían, y siempre -por eso resalto su generosidad- sin pedir nada a cambio. Siendo un hombre extremadamente ocupado (catedrático de universidad, empresario, consultor), dedicó ocho intensos años a presidir la Asociación Española de la Carretera, que probablemente logró con él la etapa más brillante de sus más de cincuenta años de historia.

Con su proverbial capacidad de entrega, lideró en España y en cualificados foros internacionales el mundo de la carretera desde una asociación netamente privada -aunque cuenta con representación de las administraciones competentes-, que trata de servir de vínculo entre la sociedad y los poderes públicos, para poner en valor las ventajas de la carretera como elemento vertebrador en los órdenes económico, cultural y personal y, al mismo tiempo, para tratar de conseguir siempre unas carreteras mejores y más seguras. Con este fin, tuvo que sacar tiempo de donde no lo había, pero lo hizo con el optimismo vital que siempre lo acompañaba.

Un optimismo que era la manifestación de una visión de la vida enormemente positiva y que, sin duda, estaba en la raíz de su sentido del humor; humor de castellano-leonés antiguo, que cultivaba una ironía sin acidez ni acrimonia. Siendo un hombre exigente y crítico, actuaba en todo tiempo y lugar con una gran elegancia, y allí donde se encontrara era difícil no estar pendiente de sus palabras y de sus actitudes. Ciertamente le ayudaban a ello su patricia apostura y su hermosa voz baritonal. Por todo ello fue un hombre que concitó el respeto de cuantos nos relacionamos con él en alguna de sus variadas facetas profesionales. Y también el afecto de todos los que fuimos honrados con su amistad.

Descanse en paz.

Miguel María Muñoz es presidente de la Asociación Española de la Carretera.

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