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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Certidumbre de la maravilla

Los últimos títulos de Carlos Marzal (Valencia, 1961) quedan muy lejos de El último de la fiesta (1987), cuyos desplantes airosos son fruto tardío del malditismo acanallado de Verlaine, Manuel Machado o Gil de Biedma. En Sin porqué ni adónde, una antología al cuidado de Díaz de Castro, se registra el progreso desde ese primer libro hasta Metales pesados (2001). La sucesión de los poemas mantiene una misma sustancia nihilista, aunque cambia la postura, que avanza del descreimiento displicente al pesimismo lapidario y a la densidad perpleja; y la manera, que lo hace desde el desmayo asonantado y garboso, como un pase de desprecio en La Maestranza, hasta el decir sustantivo. Quien antes bromeaba con los sagrados temas de la lírica intemporal ("Como yo te he querido, por supuesto, / te habrán querido otros", escribe contraimitando a Bécquer), luego afirmaría su determinación "para el delirio de apostar con fe" en que consisten la vida y la poesía.

Son precisamente consideraciones metapoéticas en verso o prosa las que constituyen otra antología, Poesía a contratiempo, donde Andrés Neuman ha reunido un conjunto de poéticas con la pretensión de construir una "novela del personaje Carlos Marzal". La sustitución del orden cronológico, inapelable y objetivo, por el argumental, a criterio opinable del antólogo, hace que en el volumen se mezclen indiscriminadamente las reflexiones enjundiosas con el furor ingenii de los comienzos.

Fuera de mí es su último libro de poemas, con el que Marzal obtuvo el Premio Loewe. El desconcierto precedente se resuelve aquí en un himno a la plenitud del ser, un cántico sin el rigor geométrico del de Guillén, en la orilla de Juan Ramón en Dios deseado y deseante. El conocimiento de lo primordial se define como "un saber de sinsaber", o como la "analfabeta ciencia de estar vivo", reflejo de la docta ignorancia de los místicos. El pasmo contemplativo zarandea el orden verbal, que a menudo renuncia a interpretar una realidad para cuya manifestación bastan simples yuxtaposiciones nominales, con la economía de un refectorio cisterciense: "Unos cuantos limones, unos lirios, / una sardina enjuta sobre un plato, / un mendrugo de pan, / el vaso en que pernocta el agua núbil". Cuando el arrobo es mayor, los vocativos en serie adoptan un tono de oración musitada en el silencio del mundo; así cuando se refiere a la hija en La pequeña durmiente, cuyo final tiene la ternura musical y piadosa de la animula vagula, blandula de Adriano: "Durmiente flor desnuda en mis palabras, / adormidera de los desencantos, / prístina amapola pálida".

La tradición cristiana presta al autor su retórica en las letanías de Felices los felices y de La luna sobre Serra, y lo mismo sucede con ciertas acuñaciones verbales ("Traigo néctar de vida", "Dad y comed de mí") próximas al ágape dionisiaco del gran Claudio Rodríguez: "Que corra el vino hasta volvernos sabios / desde el hondo saber de la alegría"; aunque a veces no es la ebriedad, sino la contemplación pura, la que lo acerca a él, quien a su vez lo aprendió de santa Teresa y de Rilke: "Mira este vaso de agua en que reposa incólume / la eternidad del agua". Pero en ningún lugar se propone otro mundo para cuya posesión hubiera que renunciar a éste, pues el presente himno se funda en el nihilismo o nadismo de las creencias; al contrario, cuando se idea un paraíso que exige mortificación o negación del cuerpo, "más nos encomendamos a estos límites / de paupérrima carne vanidosa".

La febrícula a que aluden algunas composiciones actúa como una gasa que las redime del sentido más plano, al que las empuja cierto aire entre conativo y docente: "No es que pueda alabarse: debe serlo. / Hay un deber de carne agradecida, / todo un imperativo del espíritu". En los instantes de máximo fervor, el cuerpo queda convertido en "fanal / de carne en que titilo", y el sujeto remeda el movimiento nervioso hacia la claridad ("y voy que tiemblo") a través de la "noche ufana del alma". Pero no bastan estos guiños sanjuanistas ni todo el voluntarismo del mundo para recrear la enajenación transfiguradora. Abandonando con valentía el territorio en el que se movía como pez en el agua, el poeta sale fuera de sí, según refiere el título, avanza a tentones y trastabilla en las palabras, abrumado bajo el peso casi insoportable de su tradición.

Carlos Marzal. Fuera de mí. Visor. Madrid, 2004. 116 páginas. 6 euros. Sin porqué ni adónde. Edición de Francisco Díaz de Castro. Renacimiento. Sevilla, 2003. 268 páginas. 10 euros. Poesía a contratiempo (poéticas y prosas). Edición de Andrés Neuman. Diputación de Granada. Granada, 2002. 152 páginas. 6,95 euros.

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