Lecturas generacionales del 14-M
Más allá de los análisis que suelen hacerse después de unas elecciones, los resultados del 14-M -inesperados para muchos, todavía incomprensibles para algunos, en cualquier caso de gran magnitud- deberían incitarnos a hacer una reflexión más profunda. Porque existen indicios que apuntan a la irrupción en el electorado de un amplio y decisivo sector de nuevos votantes que han motivado el profundo cambio político que el 14-M marca en nuestro país.
Más de un cuarto de siglo después de la celebración de las primeras elecciones democráticas vividas en España tras el prolongado paréntesis de la dictadura franquista, que fueron las del 15 de junio de 1977, es evidente que en el electorado español se han producido cambios generacionales muy importantes. Baste señalar que el gran vencedor en estos comicios, José Luis Rodríguez Zapatero, que cuenta ahora con 43 años de edad, no pudo votar aún en 1977, y tal vez tuvo que esperar a 1982 para poder hacerlo. Como él, son muchos los millones de nuevos votantes que se han ido incorporando al censo electoral. Está claro que los votos de las incorporaciones más recientes -esto es, los de quienes han accedido a la mayoría de edad entre 2000 y 2004, y que por tanto nacieron entre 1982 y 1986- han sido absolutamente decisivos en el espectacular vuelco político que se produjo en nuestro país el 14-M, un vuelco apenas detectado por las numerosas encuestas previas.
Mientras que en 1977 en nuestro censo electoral existía aún un muy importante porcentaje de votantes que habían vivido y padecido nuestra última guerra incivil, junto a otro importante porcentaje de electores que habíamos vivido y padecido la dictadura franquista, el actual censo electoral presenta características muy distintas. Casi 30 años después de la muerte de Franco, con más de un cuarto de siglo de democracia y tras las sucesivas alternancias en el poder -de la UCD al PSOE y de éste al PP, y ahora con el nuevo regreso del PSOE al gobierno-, algo muy importante debe de haberse producido para que los resultados electorales del 14-M hayan comportado el súbito tránsito del PP de una cómoda mayoría absoluta a convertirse en oposición, mientras que un PSOE con un liderazgo repetidamente cuestionado se ha alzado con un triunfo contundente.
Ciñéndonos sólo a las elecciones legislativas, parece evidente que tanto en 1977 como en 1979 se impuso aún la tendencia moderada y conservadora de un electorado en el que todavía pesaba mucho el recuerdo de la guerra incivil y sus tan dramáticas como prolongadas consecuencias de todo tipo. El franquismo más nostálgico quedó reducido a la mínima expresión parlamentaria, mientras que una UCD que había heredado el poder del régimen anterior no llegaba a conseguir mayorías absolutas y por ello requería apoyos parlamentarios, con lo que se impuso una política muy a menudo basada en el consenso y el diálogo. Ya en 1982, con la incorporación de nuevos electores nacidos en la década de los sesenta y tras el impacto traumático de la intentona golpista del 23-F, el PSOE alcanzó su primer gran triunfo electoral, con una amplia mayoría absoluta, revalidada en 1986 y 1989, para entrar luego en un periodo de evidente declive en que graves errores propios -desde la "guerra sucia" contra el terrorismo hasta los casos de corrupción protagonizados por altos cargos del Gobierno-, unidos a la operación política, financiera y mediática orquestada como acoso y derribo, condujeron a una victoria mínima del PSOE en 1993 y, ya en 1996, a su primera derrota y el acceso del PP al Gobierno, con una mayoría escasa que se convirtió en absoluta en 2000.
Si los primeros cuatro años de Gobierno del PP con Aznar como presidente, entre 1996 y 2000, dieron paso a aquella mayoría absoluta, el segundo cuatrienio, de 2000 a 2004, ha hecho regresar súbitamente al PP a la oposición. Y en ello ha tenido un peso decisivo no sólo el apoyo masivo que el PSOE ha logrado entre los nuevos electores, todos ellos nacidos ya en los primeros años de los gobiernos socialistas presididos por Felipe González, sino también la recuperación o reaparición electoral de antiguos votantes que tanto en 1996 como en 2000 se habían abstenido. De esta doble fuente nacen los millones de nuevos votos que han llevado al PSOE de nuevo al gobierno.
En una sociedad con escasos y nunca sustanciales trasvases de votos, un cambio tan radical como el del 14-M puede tener consecuencias muy importantes en el futuro. No resulta nada aventurado apuntar que el trasvase masivo de nuevos votantes y antiguos abstencionistas que ha hecho posible esta gran victoria electoral del PSOE responde, por una parte, al profundo hartazgo provocado por el PP con su uso y abuso de una mayoría no sólo absoluta, sino absolutista; con un talante arrogante, prepotente, cerrado al diálogo y el consenso; con una política de comunicación basada en la manipulación informativa, la tergiversación y la mentira -el escándalo final del 11-M se sumó a antecedentes varios, desde el Prestige hasta el Yakolev, pasando sin duda por la guerra de Irak-. Pero el triunfo electoral del PSOE responde también a sus méritos propios, y en concreto al mérito personal de su líder, que ha sabido sintonizar al mismo tiempo con su electorado más fiel y con casi todo el nuevo electorado más joven, y también con los antiguos votantes de izquierdas que se habían abstenido durante los ocho últimos años.
Si Zapatero, y con él el PSOE en su conjunto, aprenden la lección del 14-M, si saben responder de verdad a quienes les exigen que no les fallen, habrá llegado en España la hora en de demostrar que otra política no sólo es posible, sino que se ha vuelto algo absolutamente imprescindible; una política de diálogo permanente con el conjunto de la sociedad, con voluntad de consenso y, por tanto, siempre con la verdad por delante, sin prepotencia ni arrogancia. Vamos, la antítesis de la política que Aznar, y con él el PP en su conjunto, había impuesto a machamartillo en nuestro país a través de su mayoría absolutista.
El vuelco político del 14-M tiene una lectura generacional doble, de incorporación entusiasta al voto progresista de un nuevo electorado joven y de recuperación de un electorado que ha recobrado la ilusión perdida en el mismo voto progresista.
Jordi García-Soler es periodista.
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