La metamorfosis de Guardiola
La sima de Guardiola es tan profunda como alta fue antaño la cima a la que se encumbró por la bravura de sus toros. Antes eran la alegría de la casa; salían pidiendo guerra, se encelaban con los caballos; bravos y alegres en banderillas, llegaban incansables a la muleta, y así acabaron con más de una incipiente carrera de aspirante a figura. Ahora no pasan de ser animales bicornes con cuatro patas, y, además, inanimados, amorfos, enfermos o muertos en vida. Nadie se explica tan extraña metamorfosis. Y, bien pensado, ¿habrán pasado por el estado de mariposa?
Lo cierto es que esta ganadería antes era buena y ahora es mala. Sin más. No hay explicación científica posible que explique tan peculiar evolución del toro. Y alguna tiene que existir, porque no es normal. Resulta extraño, ¿verdad?
Guardiola / El Califa, Barrera, Aguilar
Toros de Guardiola -el 4º devuelto por inválido-, bien presentados, cumplieron en los caballos, pero absolutamente inválidos, descastados y amuermados. El 1º, manso y violento. El Califa: cuatro pinchazos, media baja -aviso- y cuatro descabellos (silencio); tres pinchazos y estocada (silencio). Antonio Barrera: media perpendicular y baja (silencio); pinchazo hondo y un descabello (silencio). Sergio Aguilar: estocada perpendicular y baja (ovación); dos pinchazos, estocada y un descabello (silencio). Plaza de la Maestranza, 20 de abril. 6ª corrida de feria. Media entrada.
¡Ay, si los taurinos, los que dicen amar a esta fiesta hasta los tuétanos, quisieran...!
Lo cierto es que ésta era la segunda corrida esperada como torista y fue un segundo petardo clamoroso. Fue una auténtica pena comprobar cómo una divisa legendaria, que tiene la dehesa plagada de premios ganados a pulso por toda la geografía taurina, quedara hecha un guiñapo en el ruedo de sus mejores triunfos.
En el recuerdo más cercano permanece el nombre de la ganadera María Luisa Domínguez y Pérez de Vargas, esculpido en un azulejo colocado en esta plaza, como acta notarial de tardes inolvidables.
Pero parece que han transcurrido siglos, y sólo han pasado unos años, una prueba más de la rapidez de la decadencia.
Conclusión: no hay toro. Y sin toro no hay fiesta. Sin toro todo es falso. Sin toros, los toreros se asemejan a caricaturas de sí mismos. Sin toros, fin, se acabó.
Ninguno se salvó de la quema para sonrojo del ganadero. A ninguno le quedaba una gota de casta en el cuerpo. Y entre todos protagonizaron una tarde más de profundo sopor, de decepción profunda, de hastío general.
Todos los toros salieron al ruedo sin vida, beodos o enfermos, quién lo sabe, pero inservibles para eso que llamaban lidia.
Y allí había tres toreros necesitados de triunfos, como casi todos en la vida, pero desarmados ante la imposibilidad manifiesta de sus oponentes.
El Califa se llevó, quizá, la peor parte, porque le tocó el único peligroso, de auténtica mala uva del encierro, que desarrolló sentido, y se lo hizo pasar muy mal al torero. El Califa no mostró muchas aptitudes lidiadoras, ésa es la verdad, pero el toro era un regalo. Quiso enmendarse ante el descastado cuarto, consiguió algunos derechazos aprovechando el viaje, y hasta le tocaron la música sin venir a cuento, porque la faena era triste como la embestida cansina del animal.
Antonio Barrera lo intentó, pero no pudo ser porque aquello era imposible. Su primero era una nulidad total, y quiso pelearse con el quinto, pero la pelea parecía de broma.
El más joven, Sergio Aguilar, ejecuta un torero estático, que resulta frío cuando los toros no le acompañan. Se lució en unas verónicas a pies juntos y un garboso quite por chicuelinas en el tercero, y dio algunos pases sin ton ni son al sexto, mientras el público, desesperado, abandonaba los tendidos.
Por cierto, volvió Florito, devolvió con rapidez al toro devuelto y se ganó una gran ovación.
Babelia
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