_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Zaplanismo

El PP es un partido excesivamente controlado. Sus luchas internas nunca llegan a las bases; se dirimen en el seno de las estructuras de mando. Por eso, a veces, da la sensación de que los afiliados actúan como un ejército de figurantes dispuestos a aclamar cuanto se les propone, sea el nuevo líder o el sucesor designado a dedo como candidato. Es un comportamiento coherente con la recia mitificación del dirigente que ha impuesto Aznar en sus años de gloria. Los ecos de esa doctrina resuenan en las acusaciones de debilidad que Mariano Rajoy lanza desde la oposición, por su talante favorable al pacto y al diálogo, contra el nuevo presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, que ha llegado al Gobierno después de batirse democráticamente en un congreso del PSOE en el que no era favorito y de hacer de la pluralidad de España una bandera. La dureza se impuso a la moderación en el PP durante el aznarato, el alma conservadora, a la de centro. Incapaz de entender cuánto socavan también el liberalismo económico y la globalización los viejos valores del patriotismo, la confesionalidad, la disciplina, la familia y la moral burguesa, en una transformación social sin precedentes, el partido de la derecha (de la práctica totalidad de la derecha española) tiene que volver a sintonizar su imagen del mundo con la práctica política moderna, tan esquiva y compleja. Será un trabajo arduo. De ahí que surjan ya conflictos. Por ejemplo en el PP valenciano, donde la sucesión se quedó a medias y las contradicciones se agudizan. Eduardo Zaplana se resiste a ceder el control orgánico al presidente de la Generalitat, Francisco Camps, en una batalla que tiene perdida de antemano. Una batalla que se dirimirá, como tantas otras, dentro de una oligarquía partidaria a extramuros de la cual hace más frío que nunca. Especula Zaplana, un adicto al poder, con las componendas de la crisis. Sabe que la derrota abre al PP en España escenarios de incertidumbre en los que, a falta de otra legitimidad, el dominio territorial valdrá su peso en oro. Por eso, aunque el barco zozobre, no quiere amortizar su declinante liderazgo; no sin quemar antes los últimos cartuchos de una ambición casi insaciable.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_