Gabriel Oliver, ex consejero de Sanidad de Baleares
Hace unas semanas, en la entrega de los premios Ramon Llull de la comunidad balear, Gabriel Oliver Capó (Sencelles, 1934) acudió a recoger su galardón en silla de ruedas, muy delgado, visiblemente enfermo. Quienes no sabían de su estado, al verle entre los premiados quedaron impresionados de la elegancia con que resistió la ceremonia, recogió los parabienes y atendió a cuantos se le acercaron. Quizá sea ésta, la elegancia, la característica central de la vida de Oliver, médico por encima de todo, político y académico. Así ha resistido el demoledor avance de la enfermedad, conocedor paso a paso de su gravedad y a la que se enfrentó durante varios años hasta su fallecimiento el sábado en Palma.
Formado en la cátedra de otorrinolaringología del hospital Clínic de Barcelona, de la que fue profesor, volvió a Palma especializado en cirugía oncológica. Trabajó en el hospital de la Cruz Roja hasta alcanzar en 1980 la jefatura de servicio en el hospital universitario Son Dureta, en uno de los momentos de mayor expansión del centro.
Fue consejero de Sanidad por espacio de diez años (1983-1993) durante los cuales cimentó una red sanitaria de centros de salud en los pueblos de Baleares, rehabilitó el hospital Juan March, creó el Servei Balear de Salut y puso en marcha el plan de ordenación sanitaria en el horizonte de unas transferencias siempre prometidas, siempre escamoteadas. Su dedicación a las residencias de las tercera edad no tiene discusión y su apoyo a la Asociación Mallorquina para Personas con Disminución Psíquica (AMADIP) hizo posible el centro Son Tugores, modelo para muchas comunidades autónomas.
Abandonó la política y la actividad sanitaria pública, pero nunca dejó de trabajar como médico en su consulta de Palma, por donde han desfilado numerosos mallorquines. Su último cargo, por designación del Parlamento balear en 1993, fue la presidencia del Consejo Social de la Universidad de las Islas Baleares, con el matemático Nadal Batle como rector. Las opiniones de Oliver estaban en clara disonancia con las opciones nacionalistas que Batle defendía, en un terreno tan poco propicio como la comunidad balear. Aun así, la situación fue muy fructífera para la universidad, mediante una colaboración mutua que Oliver mantuvo con prudencia e inteligencia.
Fue también un exquisito gastrónomo: estuvo en la trastienda de una de las grandes aventuras culinarias mallorquinas, el restaurante Ancora, proyecto malogrado porque llegó diez años antes de que la sociedad mallorquina hiciera compatible el arroç brut con otras formas de sentarse a la mesa.
Durante toda la enfermedad, su esposa y sus tres hijos han cuidado con un equilibrio admirable al médico y doctor Oliver Capó, contagiados los cuatro de esa elegancia que mantuvo intacta hasta sus últimos días de vida.-
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