La caída del humanismo
Desde el siglo XIV el humanismo reivindica la cultura clásica y, en tanto que modelo educativo, se concentra en las materias características de esa tradición: gramática, retórica, historia, poesía y filosofía moral. Sus consignas son consabidas: defensa de la razón y la autonomía del individuo, escepticismo y rigor metodológico, independencia crítica y una inveterada fidelidad a nuestros antepasados grecolatinos. En un sentido más determinado, el humanismo plasmó en los Studia Humanitatis, que no hace mucho los administradores universitarios formados en las escuelas de negocios convirtieron en las denominadas "humanidades", rótulo que siempre me recuerda a "manualidades" o "labores", pero que inicialmente se pensó para reunir las materias que dan perfil y relevancia a una formación no sólo científica o tecnológica con la intención de evitar la bancarrota de nuestra herencia cultural. Por desgracia, como la noción "humanidades" fue concebida por los mismos que más han contribuido a desacreditarlas, su programa ha terminado siendo un plan de estudios universitarios para jugar al Trivial Pursuit.
CONTRA EL HUMANISMO
Félix Duque
Abada Ediciones
Madrid, 2004
122 páginas. 15 euros
No es éste el blanco del ataque de Félix Duque sino más bien la pretensión ideológica -en gran parte promovida por las instituciones universitarias afines a la Iglesia bajo el emblema macarrónico de "humanismo cristiano"- de reivindicar dimensión o calado filosófico para una falsa alternativa que vendría a rescatarnos de la supuesta amenaza de caer o bien en el "posmodernismo lúdico", al que se atribuye la anomia moral en nuestras sociedades, o bien en la "deshumanización tecnológica", presentada como una nueva forma de barbarie.
Tras pasar breve revista
a los humanismos históricos, Duque revela que el programa de las actuales humanidades es una variante del philantropinismus, modelo de enseñanza concebido a finales del siglo XVIII en Alemania. En éste se reconoce la inspiración de muchos principios de la llamada "pedagogía renovada": desde la educación sexual hasta el enseñar deleitando con imágenes centrando la tarea de la educación en el alumno. No es, según Duque, el humanismo renacentista lo que se reivindica en el neohumanismo contemporáneo, sino el filantropinismo alemán, cuyo legado más conspicuo es la llamada "cultura de la imagen", la publicidad y el periodismo (y algún otro enemigo contra el que Duque lanza sus invectivas sin nombrarlo nunca).
Enseguida se ve que el ensayo persigue la intención de dejar fuera de la filosofía a quienes pretenden homologarla con un programa pedagógico de este jaez. Duque dedica las partes tercera y última del libro a mostrar, con su reconocida autoridad, que "todos los grandes pensadores -con excepción quizá del periodo 'humanista' de Sartre- han seguido una vía antihumanista" (página 62) y que por consiguiente todos ellos han querido sustraerse, al hablar del hombre, a la tentación de la autorreferencia.
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