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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Bichos que se comen

El otro día mi hijo de cuatro años trajo a casa una lombriz. La guardó en un plato -estaba ya medio desportillado- y la tuvo entre sus juguetes hasta que el bicho se evaporó. Ahora tenemos cinco renacuajos en una cazuela y a mí me toca cambiarles el agua cada dos días. A nadie se le ocurre pensar que estos bichos puedan llegar a ser comestibles (si la gente come ranas, ¿por qué no renacuajos?), pero si hablan con la familia Petràs quizá cambien de opinión.

Cualquiera que tenga un mínimo de debilidad por las setas sabe quién es Llorenç Petràs, ese hombre con aspecto bonachón y feliz que cada día -y desde hace 25 años- despacha decenas de kilos de setas en el mercado de la Boqueria. Llorenç y su hijo Isaac aprovechan las vacaciones para hacer largos viajes. Cada año realizan dos: el padre es experto en Asia y el hijo en Suramérica y África. En sus viajes prestan especial atención a los mercados y la gastronomía, y no tienen ningún prejuicio en comer lo que les pongan delante, sea carne de ñu seca o cocodrilo frito, dos de las últimas especialidades que probó Isaac en su viaje africano. Fue así como padre e hijo decidieron que si en México se comían chapulines colorados, una especie de saltamontes que ellos encontraron riquísimos, ¿por qué no se podían comer en Barcelona? Maduraron la idea durante dos años y hace unos días la presentaron en su puesto de la Boquería. Fue tanto el éxito que el material que tenían pensado vender en dos meses se les acabó en dos días. Sin exagerar.

Gusanos, hormigas culonas y escorpiones son algunos de los 20 tipos de bichos comestibles que ya se pueden comprar en la Boqueria

Ahora, en su puesto del mercado encontrarán al padre Petràs como siempre, con sus setas, sus hierbas, sus frutos del bosque... mientras el hijo se queda detrás del mostrador de los insectos. "Ahora ya no nos dicen el puesto de las setas, sino el de los bichos", comenta Llorenç riendo. "Nunca hubiéramos imaginado el revuelo que ha ocasionado esto. Nos vienen televisiones que ni sabíamos que existían". Lo cierto es que Isaac tiene una agenda repleta de entrevistas y que no da abasto. "En gastronomía hay que mostrarse abierto", comenta. Y yo pienso en mis renacuajos.

Los insectos les llegan de México y de un distribuidor inglés que los trae de Colombia, Tailandia, China... Isaac considera que lo que están vendiendo estos primeros días es aún light y que lo bueno, lo fuerte, está por venir. De momento tienen 20 especialidades, pero calculan que tendrán 80. La estrella del puesto será un segmento de la cola de la serpiente de cascabel. También tendrán huevos de hormiga y huevos de mosquito, que, dice, resultan deliciosos mezclados con albóndigas. Isaac afirma que lo ha probado todo y, claro, se muestra entusiasmado. Naturalmente, tiene sus preferencias: según él, el escorpión resulta un tanto soso, mientras que los grillos y los saltamontes son exquisitos. Aunque lo mejor que ha comido en su vida es una tarántula.

Visito a los Petràs cuando apenas hace una semana que ofrecen el nuevo producto. Me sitúo detrás del mostrador y puedo contar 10 personas que se asoman a contemplar los bichos. Algunos preguntan; otros compran directamente, como si ya supieran de qué va; otros ponen caras extrañas; otros sueltan el comentario: "Aunque me pusieran billetes en la mano no me comería yo un gusano de ésos". Isaac me muestra un chupa-chup blanco, uno de los éxitos más rotundos. Se trata de un caramelo afrodisíaco de polvo de perla orgánica procedente de China. Si no se quiere chupar, existe el recurso de los polvos de perla, que, mezclados con cava, son explosivos. Isaac, que los ha probado, asegura que su efecto es más contundente que el de tres viagras, y la ventaja es que también sirven para las mujeres. "Tómatelo el viernes y funciona todo el fin de semana. Si se te ocurre probarlo en domingo, estás perdida, porque el lunes irás a trabajar como una moto". El chupa-chup vale cinco euros, y los polvos 10.

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Mientras Isaac atiende el teléfono, una señora me pregunta si las piruletas con un gusano dentro son dulces. Como antes he recibido una lección rápida, le digo que sí, que tienen sabor a limón y que si prefiere las hormigas tienen sabor a menta. Al final se puede comer el bicho. La señora se va poco convencida. Más abierto es un hombre que se queda con una bolsa de ganchitos. Se trata de gusanos tostados con distintos sabores: queso, barbacoa y chile. "No hay nada bueno o malo", comenta el señor, "se debe probar todo. Y empiezan los valientes". En el mostrador hay también unos botellines con una abeja reina que tiene una aguja clavada en el abdomen, para que segregue sus jugos gástricos y se mezclen con la jalea. Me enseña hormigas culonas que se comen directamente, como un ganchito. Y también el vodka con un escorpión macerado, o con una serpiente. De momento, el único insecto crudo es una bandeja de escorpiones que se pueden cocinar rebozados, fritos o, mejor aún, al horno. Le pregunto qué es lo que hay en una bolsa con una mona dibujada. Isaac me cuenta que es un té chino, muy especial, que recolectan unos gorilas amaestrados. Pero resulta tan caro que lo van a desestimar. Los Petràs son los primeros en comercializar insectos. Estoy a punto de preguntarles qué futuro les ven a mis renacuajos -las culleretes, que decimos en mi pueblo-. ¿Para qué ir tan lejos a buscar emociones fuertes?

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