Enemigos y vecinos
La canción que identifica e inaugura Mis adorables vecinos, la serie estrenada por Antena 3 para las noches del domingo, parece una premonición: híbrido de canción del verano con remotos ecos latinos creada con la intención de saciar los niveles más primarios de diversión. Si son un éxito, a esas canciones se les suele perdonar su machacona falta de imaginación. En este caso sirve de banda sonora para una historia de malentendidos y rencillas entre vecinos de una urbanización de alto nivel. La España de hoy da para mucho, y resulta que tienen que compartir la misma parcela una familia pija y otra de origen humilde que ha dado el pelotazo aprovechando el éxito discográfico de una niña prodigio, Sheila, que empieza siendo Melody y evoluciona hacia una versión posmoderna de Marisol.
Ésta es la materia prima del argumento: el contraste entre ricos y pobres, horteras y pijos, ruidosos y exquisitos, fútbol y bonsáis. Lo que inicialmente parece irreconciliable empezará a resquebrajarse. Los ricos arrogantes resultarán ser menos cretinos de lo que podía parecer en principio, e iremos descubriendo el lado humano de unos personajes que, de entrada, parecían la caricatura del palurdismo patrio y que deben adaptarse a su nueva y privilegiada condición. Si en algún momento la lucha de clases fue el motor de la historia, ahora sirve de excusa para abundar en la televisión teóricamente humorística y familiar. ¿Españolada? Sí, pero no. Destaca más la descarada plantilla de estímulos para todos los públicos (el fatídico triángulo abuelos-hijos-nietos) que cualquier otro ramalazo antropológico. El país ya no es el mismo que en los tiempos de Ozores, cuando el costumbrismo tenía que lidiar con una lista interminable de temas prohibidos. La locuaz Gracita Morales, por ejemplo, ya no encontraría trabajo en el servicio doméstico. Las sirvientas televisivas de hoy son rusas y licenciadas (algo que ya vimos en Paco y Veva, con la que la serie mantiene otros paralelismos).
Como viene ocurriendo en la mayoría de estas series, los actores protagonistas, secundarios o cameos son los que mantienen el interés de la historia. A estas alturas, no obstante, el espectador tiene perfecto derecho a preguntarse por qué demonios se ha producido esta pertinaz y enloquecida inflación de series familiares y humorísticas españolas que compiten entre sí. Al final acabaremos odiando incluso a las mejores y el éxito ya no dependerá del talento, sino de una perversa lotería de los audímetros, tan saturados como nosotros.
[Mis adorables vecinos se convirtió el pasado domingo, en su estreno, en el espacio más visto del día, con una media de 4.900.000 espectadores y una cuota de pantalla del 30,2%].
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