Guerra al 'jing ma', las injurias pequinesas
Las autoridades chinas publicarán en los periódicos las fotos de quienes insulten en los estadios y los enviará a cursos de reeducación
Durante los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 sólo habrá en los estadios un tipo de tacos: el del calzado de los deportistas. No tendrán sitio los insultos con los que los espectadores chinos, como cualesquiera otros, suelen acribillar, por ejemplo, a los futbolistas rivales y a los árbitros. Al menos, eso es lo que pretenden las autoridades, que han lanzado una campaña para acabar con este popular hábito, conocido como jing ma (injurias pequinesas). "Estamos decididos a solucionar el problema", afirma Liu Qi, secretario del Partido Comunista.
Tradicionalmente, los aficionados maldicen -a menudo, en coro- haciendo referencia a la anatomía femenina o a la madre de sus víctimas orales para mostrar su entusiasmo o su frustración por la evolución de un partido o las decisiones de los colegiados. Ahora, para tratar de poner freno a tantos improperios, se ha optado por implantar un método histórico: el escarnio público. Quien recurra repetidamente a este desahogo verá su fotografía reproducida en los periódicos y tendrá que someterse a sesiones de reeducación.
El objetivo, según Liu, es mejorar el nivel de civismo con vistas a unos Juegos que se desea que sean "los mejores". Y en ello se está. Pese a que aún faltan cuatro años para el ansiado evento, la máquina olímpica china ya funciona a todo ritmo, demoliendo barrios enteros para hacer hueco a las instalaciones y maquillando una ciudad que se quiere convertir en el escaparate del progreso experimentado por el país en los últimos decenios.
Huang Xiao Long (Pequeño Dragón), de 17 años, pelo cobrizo, figura atlética y chándal combinación de Nike y Adidas, es uno de los numerosos admiradores de Ronaldo, Raúl y Beckham, y conoce bien el jing ma. "¿Una foto a todos los que gritamos? Imposible", advierte, sin embargo, este estudiante de educación física. De momento, la guerra contra los vituperios sólo afecta a Pekín, explica Dong, portavoz de la Asociación China de Fútbol, que sólo da su apellido; "es una iniciativa que apoyamos [se va a experimentar en la Liga, que comenzará en mayo]. Es cuestión de educación. Se puede discrepar, pero no hay por qué injuriar". La polémica, ciertamente, está servida: "El fin es plausible. Pero no se puede sacar fotos a la gente y enviarla a cursos reeducativos sólo porque, en un momento de excitación, diga una obscenidad", apostilla Li, un cocinero de 38 años; "son medidas demasiado severas. Otra cosa es si se producen actos de violencia".
La preocupación por la fotogenia pekinesa llevó al Gobierno a lanzar en 2003 una campaña para convencer a los ciudadanos de que no se suban las camisetas, vientre al aire, con el calor. En vano. Ahora, a principios de mes, ha cancelado la calabración de corridas de toros por considerarlas ajenas a la cultura china: "Debemos mostrar civilización, no crueldad con los animales", concluye Liang Congjie, de la Conferencia Consultiva Política Popular.
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