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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fascinante gloria del mestizaje

Incluso en los museos cabe recibir sorpresas, que no sean sustos, como lo demuestra la exposición que se exhibe, hasta el 3 de mayo, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, sobre el ilustrador franco-vietnamita Pierre Le-Tan, nacido en Neuilly-sur-Seine el año 1950. Nacido, pues, en el corazón de Francia, hijo de un pintor vietnamita, Le-Pho, el cual, a su vez, lo fue de Le-Hoan, virrey de Tonkin con el título de Columna del Imperio. Si a esta impresionante heráldica, añadimos que el padre pintor de Le-Tan se afincó en la cosmopolita metrópoli a comienzos de la década de 1930, casándose, tras la Segunda Guerra Mundial, con la hija de un oficial francés y que él vino al mundo, en su condición de mestizo, cuando ya estaba en apogeo la guerra de liberación de Vietnam, que se saldaría con la derrota y retirada de Francia del maravilloso enclave indochino, tenemos ya los suficientes mimbres narrativos legendarios como para construir una novela. No obstante, como la exposición que nos visita lo demuestra, que, por cierto, es la primera que un museo organiza sobre Le-Tan, todo lo anterior no sería sino sólo el primer capítulo de esta historia romancesca, porque en ella hay reunidas más de doscientas ilustraciones, un conjunto en sí digno de formar una novela dentro de la novela, si no fuera porque, casi cada viñeta contiene, a su vez, una historia singular. Semejante urdimbre nos obliga a enaltecer a los organizadores de la muestra y, en especial, a su comisario, José Carlos Llop, que, como no podía ser menos para el caso, es un joven y brillante novelista español.

PIERRE LE-TAN

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Santa Isabel, 52. Madrid

Hasta el 3 de mayo

De todas formas, toda esta

compleja hilatura literaria, unida a la mencionada condición de "ilustrador" de Le-Tan, nada más enunciarse, puede suscitar tanta fascinación como recelo, sobre todo, si recordamos el prejuicio de la añeja vanguardia formalista, que consideró una contaminación profanadora la menor mota de polvo narrativo maculando la limpia tersura plástica de una obra de arte. Es cierto que ha llovido mucho desde esas antañonas excomuniones contra el pecado de lesa narratividad en pintura, pero no sin que se dejase de mirar por encima del hombro a los así llamados ilustradores, que no sólo subordinan su talento a la literatura, sino que, encima, no les importaba estampar sus imágenes en la portada de un libro o de una revista, o, aún peor, como viñetas en el interior de ambos, por no comentar los otros posibles desafueros de los carteles y un largo etcétera. Aunque -hay que añadir- este prejuicio sea paradójicamente de lo más antimoderno e implique olvidar los mil casos de grandes genios del arte contemporáneo dedicados a la ilustración.

No obstante, dedicar más espacio a esta cuestión zanjada supondría restarlo al ya muy tasado comentario de la maravillosa obra de Le-Tan, que ha bebido en las muy ricas fuentes de la ilustración europea del XX, pero salpimentando su exquisito guiso dibujístico con lo aportado, por los maestros de la pintura metafísica y surrealista, aunque no sin estampar el toque personal del lacónico esprit de finesse oriental -esa manera de generar vacío con elegancia budista- y, fundamentalmente, el del fascinante venero de su peculiarísima imaginación. El precipitado resultante de este mestizaje artístico constituye un licor embriagador, que se apura sin saciarse, quizá porque posee la fórmula infalible de la intriga, la clave que hace viable narrativamente el misterio. Como ocurre con los grandes ilustradores, la capacidad de intrigar de Le-Tan no se basa sólo en la explotación del misterio, sino en lo intrincado de sus imágenes; es decir: en la abundancia de elementos que atrapan en sus, por lo demás, muy despojadas -limpias- viñetas, y en la capacidad de cada uno de ellos para generar -abrir- nuevas vías narrativas. Esta economía de trazos como envoltorio de múltiples significaciones es, sin duda, la mejor tela de araña para capturar lo maravilloso, el objetivo máximo del arte, según Breton, y, en última instancia, la fórmula infalible que hace que éste tenga un mítico poder de enganche.

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