El color de la verdad
Soy actriz y me dirijo tanto a usted como a la persona que el pasado jueves día 1 de abril, por capricho del azar, firmaba con idéntico nombre y apellido en esta misma sección tan desafortunadas reflexiones.
Mi responsabilidad como demócrata es respetar cualquier opinión, por desacertada que resulte, pero comprenderá que en este caso podría haber personas que asocien a un determinado rostro un nombre que, además de artístico, resulta poco común.
Quiero recordarle que tras un tenebroso letargo, nuestra emergente joven Constitución concede a todos los ciudadanos el derecho, que no el privilegio, de conocer la verdad, y en ese sentido algunos medios de comunicación, y en concreto esta casa, creo desempeñan honradamente su misión informativa.
La verdad no tiene ideología ni color. Sencillamente, lo es. Y la verdad prevalece ante cualesquiera apresuradas y reiteradas referencias, aunque provengan de aquellos mismos organismos oficiales que un día la sociedad española en su mayoría decidió configurar.
Señalo, además, que la demostrada unión de todas las personas de bien contra el injustificable terror de los desalmados nada tiene que ver con la necesidad que tienen esas mismas personas de bien de saber en tiempo real quiénes son verdaderamente los terroristas y por qué lo son.
La experiencia, desgraciadamente, nos ha hecho aprender muy bien qué debemos rechazar, pero también nos exige conocer en cada ocasión concreta a quién debemos repulsar.