La montaña rusa de Dida
Gracias a los penaltis parados, el brasileño logra escapar al fin del acoso de las críticas
Ningún equipo ha metido tres goles este curso a Dida, resguardado por defensas tan fiables como Maldini y por el funcionamiento colectivo de un Milan que prefiere tomar la iniciativa a esperar al rival.
Nelson de Jesús Silva Dida (Irará, Brasil; 1973) vive el mejor momento de una carrera llena de luces y sombras. Sobre todo, desde aquella gloriosa noche de la final de la última Champions, en Manchester, cuando detuvo tres penaltis en la tanda decisiva a la Juventus y fue el héroe de la sexta Copa de Europa de su club mandando al olvido gruesos errores pasados.
Ahora incluso se ha consolidado como titular indiscutible de la selección brasileña. Es el primer portero negro que lo consigue desde Barbosa, fallecido hace pocos años y condenado a la angustia vital bajo la acusación de ser el responsable del Maracanazo, la derrota de 1950 ante Uruguay, en Río, que dejó a Brasil sin su cantada primera Copa del Mundo. Eso lo tiene muy presente porque sabe que el fútbol es una montaña rusa en el que la línea que separa el triunfo de las más ácidas críticas es tan difusa como traicionera.
Un par de clamorosos errores en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96 fueron los primeros golpes que tuvo que superar el joven guardameta que había despuntado en el Vitoria de Bahía y el Cruzeiro. Pero supo levantarse, seguir coleccionando éxitos en el club de Belo Horizonte, incluida una Copa Libertadores, y despertar el interés milanista en 1999.
Ya había acudido al Mundial de Francia 98 como suplente de su ídolo, Taffarel, y el Cruzeiro quería sacar un dinero desorbitado por su venta aprovechando la farragosa legislación sobre traspasos. Comenzó entonces una batalla judicial contra su equipo y finalmente, gracias a un permiso especial de la FIFA, se fue unos meses al Lugano, suizo, hasta que la entidad lombarda le fichó pagando tres millones de dólares a la brasileña. Con todo, aún tuvo que soportar una cesión al Corinthians, con el que ganó el campeonato nacional y el Mundialito.
Tras adjudicarse con la selección la Copa de América de 1999, Dida debutó al fin con el Milan en septiembre de 2000. Tristemente, por cierto. Casi no le dieron tiempo ni a fracasar Un tremendo error ante el Leeds, que costó la derrota, fue suficiente para que el técnico, Zaccheroni, le retirara la confianza. Suplencia, ostracismo y... un mazazo aun más terrible. En febrero de 2001 se convirtió en uno de los primeros futbolistas acusados de jugar como comunitario gracias a un pasaporte portugués falsificado: cuatro meses de sanción y nuevo préstamo al Corinthians.
La suerte le cambió en 2002. Volvió a la selección para la Copa del Mundo, aunque Scolari puso como titular a Marcos, su antiguo discípulo en el Palmeiras. Ronaldo cuenta que la noche antes de la final, contra Alemania, cuando le venía a la memoria la crisis convulsiva de cuatro años antes, en París, su amigo del Cruzeiro y compañero de habitación, Dida, le transmitió la calma necesaria con una conversación psicológica.
De vuelta al Milan, ya con Ancelotti, Dida aprovechó a fondo la lesión de Abbiati. Los tifosi le encumbraron tras su exhibición en Old Trafford y ya le perdonan sus escasos fallos puntuales. Su reforzada confianza le ha hecho ganar en seguridad. Potente y alto (1,95 metros), de físico muy elástico y grandes reflejos, sigue pasándolo mal, sin embargo, ante los centros cruzados. Por contra, es un especialista en los penaltis, en los que concentra su mirada en los ojos del lanzador y adivina su intención.
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