Diario íntimo

La sombra de perplejidad que dejaron en el aire los primeros compases de la Suite en re menor de Louis Couperin se trocaron enseguida en convencimiento pleno. Ninguno de los clavecinistas que han aprendido con él nos la darían con semejante intensidad. Es más, quizá no sea una música tan honda, pero en sus manos -abrigadas con unos mitones - se revelaba como venida del abismo. Nada había en ella de galante y sí de una trascendencia rara y hasta inquietante. Para muchos de los asistentes fueron los mejores veinte minutos jamás escuchados a Leonhardt, y ya son años de vida en común. El resto del programa siguió en el mismo plan. Exigencia y naturalidad, convencimiento y flexibilidad, técnica y equilibrio. La partitura abierta sobre el atril -copias manuscritas por el propio Leonhardt- no era un elemento distanciador, sino la consulta pública de una especie de diario íntimo. Sólo así se comprende semejante matrimonio entre los Bach -sensacionales las dos polonesas de Wilhelm Friedrich-, Böhm o Krebs y su representante en la Tierra. Al teclado los hay más alegres, pero este Gustav Leonhardt, que los ha enseñado a todos, es el único con puesto asegurado a la diestra del dios de la música en día que, por cierto, deseamos bien lejano.