_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Encarnación

"EL REALISMO nunca se ha sentido cómodo con las ideas", leemos en Elizabeth Costello (Mondadori), de J. M. Coetzee. "... De forma que cuando necesita debatir ideas, como aquí, el realismo debe inventar situaciones -paseos por el campo, conversaciones- en las que los personajes enuncien las ideas en pugna y, por tanto, en cierta forma, las encarnen. La idea de encarnar resulta ser fundamental". Esta fundamental declaración estética sobre el sentido del arte hoy, no puede tener, sin embargo, una encarnación literaria más alambicada, porque, como si se tratase de un infinito juego de espejos, es la transcripción de lo que piensa John, el hijo de la novelista australiana Elizabeth Costello, la protagonista de la novela de Coetzee y su personal trasunto de ficción, la víspera en que esta escritora ha de pronunciar una conferencia, titulada ¿Qué es el realismo?, tras la ceremonia de concesión de un importante premio con el que ha sido galardonada.

El preámbulo mental del vástago de la escritora no es, desde luego, ocioso, así como tampoco lo es la distinción defensiva que él mismo hace entre escritores y pensadores como las especies de dos medios naturales tan disímiles como el agua y el aire, los peces y las aves, aunque ambas habiten en el mismo planeta y se rijan por las leyes de una misma vida misteriosa. No es ocioso el preámbulo porque la conferencia pronunciada por la escritora sobre el realismo usará un sofisticado circunloquio literario para señalar la precariedad de nuestra actual identidad y lo que, desde el punto de vista de la creación artística, significa el hecho de que ahora no seamos más que actores que recitamos nuestros papeles, a diferencia de lo que antes quizá ocurría, cuando podíamos decir quiénes éramos.

En verdad, toda la argumentación, más que el argumento, de la historia de esta escritora australiana sexagenaria, Elizabeth Costello, no es sino la encarnación de la candente pregunta que se hace a sí mismo J. M. Coetzee acerca de por qué él escribe novelas y, por tanto, de qué sentido tiene hoy la literatura y el arte, cuando estas formas de la humana creación se hallan tan desacreditadas como nuestra identidad, pues ya no somos sino los ilusorios y aleatorios sujetos de esa artificial construcción virtual, antes llamada realidad.

Acuciado por la insinuación de una periodista, que cree saber por qué motivación ideológica su madre escribe, ese hijo de Elizabeth Costello replica que ella lo hace "para medirse con los muertos ilustres" y "para rendir tributo a los poderes que la animan"; esto es: emplaza su vocación en el "detrás" y no en el "después" del arte, en lo que respalda su identidad y no en lo que la disuelve, en lo que fue originalmente la realidad y no en lo que ahora se impone como tal, en la experiencia y no en el experimento; si bien, como melancólicamente concluye la conferencia la propia escritora: "Tiene que haber un límite a la carga de recuerdos que les imponemos a nuestros hijos y nietos. Ellos tendrán un mundo propio, del que cada vez formaremos menos parte".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_