_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Al Qaeda, una criatura moderna

Después del reciente atentado del 11 de marzo, en Madrid, quizá resulte de interés destacar brevemente algunos aspectos que puedan caracterizar a la organización Al Qaeda. Normalmente, en los medios periodísticos occidentales, se traduce Al Qaeda (al qa'idah) como "la base". Es correcta la traducción siempre que se haga notar que esta base no es inmóvil, ni un refugio al cual se pueda esporádicamente regresar. De hecho, "la base" no está en ningún lugar. Es un cimiento, un trazo contundente sobre el cual algo se construye. Hace referencia, pues, a la provisión de fundamento de una arquitectura, pero no da indicios ni de su carácter ni de los ejes precisos que debe tener lo construido. La raíz Q'D produce, ocasionalmente, términos de estacionalidad, de maduración. También significa sentarse. El undécimo mes del calendario islámico deriva, justamente, su nombre (du al-qi'dah) de esta raíz. Puede, pues, decirse que la percepción de los especialistas en inteligencia del carácter disipado de la organización y de su funcionamiento excéntrico se corresponde con el nombre.

No hay manera, por otra parte, y a pesar de los muchos esfuerzos de análisis y exégesis sobre el texto coránico fundacional, de establecer conexiones claras entre el tipo de discurso surgido de Al Qaeda -en especial, el procedente de Osama Bin Laden y Ayman al Zawahiri- con ninguno de los variados cánones del discurso islámico. Bien mirado, incluso, la noción misma de yihad resulta ser, en el Corán, ambigua, episódica e inconsistente. Su formalización como parte de un proyecto religioso es lenta y ciertamente nada unívoca de significado. Es defendible que el lenguaje religioso de Al Qaeda pueda proceder del wahhabismo, un movimiento reformador (fundado por el jurista 'Abd al Wahhab, muerto en 1791) que pretende reestablecer una estricta práctica religiosa antigua y actualmente deformada, compatible, sin embargo, con elementos seleccionados cruciales de la vida moderna. Es el caso conocido del Estado dinástico de Arabia Saudí. Aun siendo así, esta procedencia o vinculación no da cuenta satisfactoria ni del carácter diseminado de Al Qaeda ni de sus acciones o, más exactamente, de la elección de sus blancos.

Es pertinente, creo, insistir en que, a pesar de la probable relación formal de su discurso religioso con el wahhabismo, no parece argüible que Al Qaeda pretenda la reactivación de un orden islámico riguroso y primigenio, perdido en un pasado anterior al siglo XVIII. No se trata de un artificio resurrector. Ni hay nada, por otra parte, en los discursos musulmanes más prominentes que incite a una permanente regeneración. O al menos no lo hay de manera singularmente diferente del discurso religioso más genérico. Tampoco su inclusión en los movimientos "islamistas", de bordes difusos, añade inteligibilidad. Lejos, pues, en mi opinión, de ser, Al Qaeda, algo, por supuesto aterrador, que viene del pasado o un monstruo vivo atrapado incomprensiblemente en una falla del mundo actual, se entiende mejor como, justamente, una criatura moderna.

Para entenderlo así se debe tener presente, por una parte, que nunca ha habido una centralización jerarquizada que regule un único discurso islámico y, por otra, que las variantes religiosas se habían ido constituyendo de manera fuertemente local y regional, generando culturas propias. Por supuesto que existían principios y fundamentos, sobre todo los jurídicos, reconocibles como comunes. Sin embargo, hasta, por lo menos, la mitad del siglo pasado, era difícil de imaginar el surgimiento de un, por llamarlo así, "islam cosmopolita" portador de una reivindicación histórica. Cierto que la discusión sobre la maldad de Occidente aparece textualmente a finales del siglo XIX de la mano de Gamal ad-Din al-Afgani (muerto en 1897) y que representa, también, la fundamentación del pan-islamismo según el cual el musulmán no tiene nación ni la comunidad religiosa puede ser dividida por razones de nacimiento, lengua o gobierno. Precisamente, la diáspora de musulmanes en Occidente, inimaginable para estos primerizos pan-islamistas, ha producido efectos también entonces impensados.

La descontextualización de los musulmanes de la continua diáspora de sus culturas religiosas regionales ha hecho posible, por primera vez, la codificación de un discurso islámico simplificado, liberado de discretos referentes locales. Sucede también que la vida moderna en las ciudades y regiones europeas, adonde han acudido a residir los musulmanes, permite una yuxtaposición de grupos y porciones humanas de diferente regulación que no parece afectar, por ahora, al funcionamiento ordinario de la sociedad. Debe también advertirse que en estos lugares se produce una concentración tecnológica extraordinariamente densa y al alcance de muchos, que facilita la generación y crecimiento de comunicaciones.

El contraste entre la imagen de los jefes o portavoces de Al Qaeda -Bin Laden y Al Zawahiri- caminando con anciana dificultad por una montaña de piedras y matorrales con la de los jóvenes agentes de destrucción, dominadores de una complicada logística, puede ser perturbador y opaco para un europeo, pero resulta un mensaje comprensible para un musulmán precisamente porque no establece ninguna conexión funcional operativa entre los dos grupos de personajes. Se sabe que los que producen la muerte no están en la montaña, sino entre los europeos.

La fijación de blancos de Al Qaeda produce enorme perplejidad entre quienes miden la capacidad de destrucción solamente en términos de una organización de decisiones y preparación jerarquizada. Si no hay blancos distinguibles por una caracterización tradicional militar es, seguramente, porque Al Qaeda se ha atrevido a formular una pregunta terrible, y lo que es aún más terrible, a contestarla. Ésta: ¿se pueden discernir diferencias entre la malignidad política, el Estado injusto y las sociedades de donde emergen? La respuesta, dice, es no. Otros, en otro tiempo no muy lejano, también la formularon y hallaron, aunque brevemente, la misma respuesta. Los bombardeos masivos sobre ciudades alemanas, decretado por el alto mando de la Royal Air Force, en el verano de 1943 y que causó unos 600.000 muertos, daban por supuesto que la malignidad del Estado nazi era compartida por la sociedad alemana. Naturalmente, la mayoría de los lectores y el que esto escribe consideramos la pregunta improcedente, pero, quizá, haya lectores más audaces. En todo caso, los entornos de la maldad política son difíciles de recortar con precisión. El caso de Al Qaeda es un ejemplo descorazonador. ¿Cuál es su entorno? y ¿dónde está? La respuesta a estas preguntas determinará la estrategia militar a seguir por europeos y americanos.

El discurso religioso de Al Qaeda encubre claramente un discurso histórico de mayor relieve al tacto intelectual. Es un discurso simple organizado en torno a la metáfora de "las Cruzadas", la intervención militar europea permanente, incomprensible, ultrajante. La vieja cuestión del atraso "material" de las sociedades musulmanas, la deformación colonial, Israel, todo, de golpe, expuesto, sintetizado, simplísimo, transmisible en un lenguaje religioso convencional, comprobable en el Corán, la recitación de Dios. A la falta de objetivos inmediatamente políticos de los atentados que buscan la muerte, la mutilación y la merma puede llamársele, vanamente, nihilismo o cualquier otra cosa. Los que los llevan a cabo, que viven entre europeos -que "aman tanto la vida como ellos aman la muerte"- seguramente describirían sus actos como de "retribución" que debe ser forzosamente personalizada.

Los actos resultan tanto más espeluznantes cuanto son inexorablemente descritos en un lenguaje antiguo y hosco y como formando parte de un cuento de horror una vez, hace ya mucho tiempo, dictado. Todo, por consiguiente, es objeto de percepciones viciosamente contrarias que entorpecen el análisis. Buenos ejemplos de ello son el descubrimiento de un "terrorismo de ricos" en Al Qaeda o una "demencia histórica", la del islam, que, finalmente, ha dejado sobre las playas de Europa unas criaturas feroces y frías capaces de urdir lentamente y en silencio complejas tramas de muerte.

El escenario de la guerra dibujado geográficamente por un contendiente reconocible y convencionalmente fijo -el Ejército de Estados Unidos y sus aliados- y el otro disipado e invisible y de blancos infinitos es colosal. Conviene decirlo y no hablar precipitadamente de derrotas o victorias. Entre otras razones, porque todavía no ha sido posible concebir en qué habría de consistir la derrota de Al Qaeda.

Miquel Barceló es catedrático de Historia Medieval de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_