El 'Nuevo Testamento'
Las revelaciones del ex corredor Jesús Manzano abren una brecha en la lucha contra la plaga
Jesús María Manzano Ruano (El Escorial, Madrid; 1978) ya era un mito en el pelotón antes incluso de que sus confesiones serializadas la pasada semana en el diario As abrieran al gran público las puertas de las prácticas ocultas de algunos ciclistas, de algunos equipos. Manzano era un corredor exagerado desde amateur y llevaba a sus compañeros de grupetta a su casa y les asustaba enseñándoles el arsenal farmacológico que atesoraba. Luego, ya de profesional, los asustaba contándoles aventuras de su disipada vida y citándoles las Escrituras. "Es que no podéis nada", les decía; "es que os habéis quedado en el Antiguo Testamento y yo voy con el Nuevo". Hablaba de dopaje. No mentía.
En las conversaciones off the record, en las charlas de hotel, los directores lo reconcocen.Hablan de la imposibilidad de estar a la altura sin recurrir a la química, llaman ingenuo a quien dice que no todos hacen lo mismo. Llaman tonto al que no está a la última.
A Manzano, que cuando corría en el Kelme no tenía en gran estima el concepto de la disciplina, lo despidieron del equipo fulminantemente dos días antes de terminar la pasada Vuelta después de que le encontraran con una amiga en la habitación del hotel mientras su novia lloraba en la recepción porque no daba con él, porque no sabía dónde estaba. Fue la razón escandalosa que trascendió públicamente, pero no la real. En privado, los directores del Kelme hablaron de otros motivos: "Estábamos también hartos de que, médicamente, fuera a su aire. A todos les exigimos que sólo tomen lo que les den los médicos del equipo".
Una vez en la calle, sin indemnización por despido, con algunos meses adeudados, Manzano empezó a tramar su venganza. Ya hace meses dejó entrever que, si no le pagaban, lo contaría todo y que, encima, ganaría dinero vendiendo sus secretos. En el sindicato de corredores, la ACP, le dijeron que lo suyo era la vía legal y le propusieron un abogado. En su ex equipo le dijeron que no se atrevería. Se atrevió. "Y quizás haya exagerado algo, pero el 90% de lo que dice es verdad", cuentan fuentes cercanas al Kelme. La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Sus revelaciones, la sordidez que ha sacado a la luz, la tristeza de los cambalaches y las jeringuillas en el pelotón, han incorporado a España, por una vía directamente escabrosa, definitivamente a Europa. En Francia, en Italia, en Bélgica..., las confesiones de arrepentidos de todo tipo fueron precedidas de diferentes actuaciones policiales y judiciales -caso Festina, fiscal Guariniello; blitz de San Remo, juicios a los médicos Conconi y Ferrari...- y proseguidas por diversas acciones autocríticas, propósitos de enmienda y conmociones sociales. En España, a Manzano le precedió la ley del silencio -la ley del rumor; del todo el mundo sabe, pero no se puede hacer nada- y, vistas las reacciones al serial, será proseguido por más ley del silencio -un ambiente en el que los tramposos se sienten protegidos y fuertes- y, o eso esperan las fuerzas vivas del ciclismo español, por una profunda investigación judicial.
"Dejamos pasar la oportunidad de purificarnos cuando el caso Festina, en 1998. Y en 1999, cuando expulsaron a Pantani del Giro en Madonna di Campiglio, ya le dije a Hein Verbruggen, presidente de la UCI, que había llegado el momento del relevo, que los que habíamos llevado al ciclismo a ese punto de no retorno no podíamos ser quienes lo liderarámos en su regeneración", cuenta, escéptico, José Miguel Echávarri, director del Banesto; "ninguno nos fuimos. Estamos donde estamos. Y, como en el 98, se dejará pasar el chaparrón, se cerrará el paraguas y se seguirá como si nada".
La primera reacción de José Rodríguez, presidente de la ACP, al leer el As del miércoles pasado, fue enviar un SMS a sus asociados, a todo el pelotón español, aconsejándoles no hacer ningún tipo de declaraciones. Nadie ha hablado. La asociación de médicos del ciclismo, temiendo que si uno de ellos hablaba se convertiría en un blanco de todos los medios, también ha acordado un tácito silencio colectivo que ampara a aquellos cuya práctica es más dudosa.
Después llegó el momento de las denuncias. El Consejo Superior de Deportes anunció una nebulosa denuncia judicial y puso en marcha una comisión de investigación. La federación ha creado otra comisión, unipersonal, con el notario Enrique Franch. Y el Consejo de Ciclismo Profesional ha puesto en conocimiento de la Fiscalía de Madrid las declaraciones de Manzano para que investigue los hechos que denuncia el ciclista, perseguidos por el artículo 359 y siguientes del Código Penal. Esperaba una rápida reacción, que aún no se ha producido. No ha habido, como hubo en Francia, en Italia, en Bélgica, detenciones, interrogatorios, registros. Ni Belda, Mas, Labarta, Laguía, ni otros directores del Kelme, ni mecánicos, ni masajistas, ni corredores, ni el médico Eufemiano Fuentes, o su hermana Yolanda, o el médico Walter Viru, todos implicados en las declaraciones, han sido llamados a declarar.
Mientras tanto, el Liberty ha contratado de médico a Alfredo Córdoba, colaborador de Fuentes en los tiempos gloriosos del Kelme, cuando los directores organizaban tácticas espectaculares, lo nunca visto, y los ciclistas las interpretaban a la perfección, multiplicados. Mientras tanto, los pocos corredores que se resisten a dar el paso hacia las prácticas dopantes dudan cada vez menos. Lo dicen anónimos, pero claramente.
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