Los que se quedan
Lo primero que tienen que hacer es pechar con la abultada deuda histórica de la Comunidad, es decir, con los 9.771 millones de euros que se deben, "que se los traguen ellos", como afirma pragmática y sabiamente EU, y desprenderse de la mentira en donde los enlazó Zaplana -que se dejaron, acollonaditos-, antes de que Zaplana se convirtiera en sustancia combustible, para la leñera de Rajoy, y en abucheo de algunas filas de su propio partido, ya no tan prietas y sí bastante chamuscadas. Camps y sus muchachos tienen que sacudirse de encima la hipnosis de Zaplana y el trauma del 14-M y ganarse el pan y la confianza del pueblo soberano, que es en definitiva quien tiene la capacidad de decisión y pule la vara de medir. Camps y sus muchachos no pueden permanecer en ese dulce sueño de doncella de cuento infantil, a la espera de un príncipe que se ha quedado en caballerizo de la historia, y que ya no va a llegar. Y que cuando despierten, cumplan, se dejen de aspavientos, de frases huecas, de bravuconerías y de posturas olímpicas. Es bastante más fácil: solo se les pide que trabajen con rigor, con solvencia, con pudor y claridad, sin dejarse tentar por los recursos del engaño, de la retórica farragosa y de la tramposería, que ahora no les queda ni el refugio del Gobierno central. Las recientes elecciones puede inducirles a una mejor comprensión de cómo la democracia, en la medida que adquiere madurez, exige a sus representantes responsabilidad en la gestión y cuentas claras, o si no, puerta. El cronista se ha quedado con el deseo de darle al portavoz del grupo de la oposición en el próximo Congreso de los Diputados y aún ministro en funciones, siquiera una mención honorífica, cuando era presidente de la Generalitat, pero, en su opinión, el hombre no hizo nada para merecérsela, sino todo lo contrario. Ahora, bien quisiera un día dársela por escrito debidamente calificado a Camps y a sus muchachos, pero se recela, que todavía andan bajo las influencias de aquél, más que achantados, y no terminan de asumir plenamente el papel que las urnas les confirieron; papel de servicio que aún no rinden como sería de menester. ¿Para cuándo su muy graciosa despertà?
Y de Camps y sus muchachos abajo, todos. Fabra, despojo político de libro, si lo hay, le soplan al cronista, no se presentará a su reelección, faltaría más, pero, ¿por qué no dimite en un gesto de coraje?, ¿acaso se le ha vaciado todo el hipotético coraje por los zancajos? Rita Barberá, después del parón, por parte del Supremo, a su empeño casi obsesivo -¿habrá otros papeles de filigrana entre la filigrana de los papeles?- de partir en dos -¿salomónica a bárberamente"?- el barrio del Cabanyal, desoyendo en su obcecada actitud argumentos, razones y querencias, de las asociaciones valencianas de vecinos y de la plataforma Salvem el Cabanyal, a cuyo servicio está. El tiempo apremia. Y Luis Díaz Alperi, alcalde de Alicante, parece más consciente y consecuente que su colega Rita, y ha renunciado a construir el necesario Palacio de Congresos de la ciudad en el monte Benacantil, para buscarle otro emplazamiento más apropiado y menos conflictivo. Los que se quedan tienen que hacérselo mejor. Todo hace prever que se agotan los plazos. Hora, pues, de dejar de mandar y ponerse a gobernar, con mucho tiento.
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