_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El cántaro roto de Josep Piqué

Permítanme proponerles una pequeña incursión en el túnel del tiempo. No, no muy atrás, menos de un año; sólo hasta el 26 de mayo de 2003, al día siguiente de las últimas elecciones municipales. Por aquel entonces, en el vértice del Partido Popular de Cataluña reinaba una comprensible euforia: no sólo habían esquivado cualquier castigo por el desastre del Prestige o por la guerra de Irak, sino que, crecidos en medio de la hostilidad suscitada por aquel conflicto bélico, ganaban más de 40.000 votos, subían en Barcelona y casi toda el área metropolitana y alcanzaban la respetable cifra de 348 concejales.

Con este reconfortante espaldarazo, el todavía ministro de Ciencia y Tecnología Josep Piqué podía dar los últimos toques a su estrategia con vistas a los comicios autonómicos del otoño, en los que él mismo iba a ser cabeza de cartel; se trataba de tejer complicidades sociales a través del Institut Catalunya Futur, de restregarle periódicamente por la cara a Jordi Pujol lo de que "si es presidente de la Generalitat es gracias al PP", y de confiar en la acción combinada del efecto Aznar más el efecto Piqué para que, a partir de noviembre, con la llave de la mayoría parlamentaria catalana en el bolsillo, Convergència i Unió no tuviese más remedio que cederles algunas consejerías... Descontado que el heredero de Aznar renovaría la mayoría en las generales españolas de marzo de 2004, entonces sí que iba a empezar para el PPC una edad de oro, de asentamiento en la centralidad política y de gradual absorción del espacio convergente. ¡Por fin hay líder y proyecto a medio plazo!: tal era la sensación dominante.

Sin embargo, el susodicho líder apuró su estancia en el despacho ministerial madrileño hasta primeros de septiembre y, tanto antes como después de esa fecha, mostró un manifiesto desapego por las interioridades del partido en Cataluña. Paracaidista de lujo al fin y al cabo, Josep Piqué no comparte la baqueteada cultura militante de las gentes del PP catalán, e hizo lo típico en estos casos: rodearse de un entorno de leales jóvenes que no pudiesen hacerle sombra, prescindir de muchos históricos con el socorrido pretexto de la renovación, zanjar con contundencia viejos y enquistados conflictos (en las Nuevas Generaciones, en Lleida, en L'Hospitalet...), puentear a la estructura territorial del partido nombrando (junio de 2003) unos coordinadores provinciales de su exclusiva confianza. Por otra parte, las presuntas personalidades independientes que debían arropar a Piqué no aparecieron por ninguna parte, si excluimos la modesta repesca de un ex senador de Unió para la candidatura por Girona.

El cántaro de la lechera del cuento empezó a tambalearse el pasado 16 de noviembre. No porque la votación cosechada por Piqué fuese desastrosa -al contrario, supuso una mejora de 3 escaños y 2,3 puntos con respecto a 1999-, pero sí porque el PPC dejó de contar para la formación de mayorías en el Parlamento catalán y, en consecuencia, se evaporó el sueño de gobernar, o siquiera de influir, en la Generalitat. Con todo, quedaba una esperanza: que, despojada Convergència i Unió del poder, muchos de sus votantes, militantes y clientes más pragmáticos decidiesen arrimarse al calorcillo de un Partido Popular sólidamente instalado en el confort de La Moncloa y entre las protectoras páginas del Boletín Oficial del Estado. Si Rajoy ganaba en marzo, nada estaría perdido.

Resulta obligado subrayar que la contribución del partido catalán a tan vital objetivo ha sido bien pobre, por no decir negativa. Primero pareció que Josep Piqué dejaría su escaño de convidado de piedra en la Ciutadella por otro más mullido -tal vez incluso de color azul- en la Carrera de San Jerónimo; luego, mientras cundían la confusión y la aparente penuria de figuras -en Lleida, lo que cundía era el motín-, el líder del PPC patrocinó como cabeza de lista en las generales a la diputada autonómica Alicia Sánchez Camacho, sondeó a Julia García-Valdecasas, tentó a la ex ministra Anna Birulés, descartó a Jorge Fernández Díaz... y acabó aceptando que Madrid le impusiera a Dolors Nadal. Mientras, en Girona, el fichaje de otro náufrago de Unió desataba una nueva fronda de cuadros preteridos. A finales de enero, un diario afín a la derecha españolista local titulaba Piqué empieza a perder las riendas del partido y aludía a "la crisis interna que se está fraguando".

Naturalmente, los sucesos posteriores -crisis Carod, tregua de ETA, atentado en Madrid-, con su impacto mediático y político, enmascararon dicha crisis, y una victoria incluso ajustada de Mariano Rajoy la hubiese diluido. Pero el descalabro del 14 de marzo no sólo hizo añicos el cántaro de las esperanzas de Josep Piqué y de su "proyecto a medio plazo", no sólo deja al PP de Cataluña -¡qué diferencia con la situación madrileña!- en la más absoluta intemperie institucional; además, el fracaso en las urnas del aznarismo-rajoyismo ha debilitado la autoridad y el crédito de su virrey en Barcelona, y ha abierto la caja de los agravios y los ajustes de cuentas. Con su característica rudeza y la hiel del damnificado, Josep Curto ha sido el primero en gritar que el emperador está desnudo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Piqué i Camps se enfrenta, pues, con dos problemas. Uno, de orden interno, tratará de resolverlo con llamamientos a la disciplina y a la unión sagrada, a cerrar filas en torno a Rajoy y a evitar la mudanza en estos tiempos de tribulación. El otro problema es más complejo, porque consiste en proveer al PPC de un nuevo papel y un nuevo horizonte en la escena política catalana, ahora que ya no puede ejercer de apoderado ni protegido de ese primo de Zumosol que es el Gobierno central. ¿Jugará Piqué a celador de la españolidad frente al "rojo-separatismo" tripartito? ¿Tratará de condicionar el proceso neoestatutario, él, que tiene dicho cien veces su rechazo de la reforma del Estatut? Sería grave que los demás partidos le consintiesen un chantaje tan burdo como el que insinuó la pasada semana.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_