Una escalera con tres vecinos muertos
Francisco Javier, Olecksandr y Susana vivían en el número 6 de la calle de Zazuar
Ojos somnolientos, los buenos días de rigor y alguna queja furtiva por tanto madrugón. Francisco Javier, Olecksandr y Susana se encontraban a menudo, camino del trabajo, en el portal del edificio donde vivían, en el número 6 de la madrileña calle de Zazuar. Ahora la escalera está rota. Los tres eran vecinos, vivían en el mismo edificio y los tres fallecieron en el tren que habían tomado en la estación de Santa Eugenia camino de Atocha.
"Yo ya no volveré a ser la misma, pero el vecindario, tampoco: todos estamos rotos", explicaba ayer Amparo Imedio, la madre de Francisco Javier Barahona, que falleció a los 34 años. Amparo ha recibido el apoyo de decenas de vecinos del barrio y agradece especialmente el ambiente de solidaridad que se ha creado en el bloque de pisos, donde viven cerca de 120 familias.
"Ha venido mucha gente a prestarme su ayuda para lo que fuera y me gustaría haber podido dar el pésame a las otras familias afectadas, pero no me he sentido con fuerzas", lamentaba Amparo, quien sí saca el poco ánimo que le queda para salir de casa cada día. A pasear, a comprar algo o simplemente para airearse. Es en estos paseos cuando muchos vecinos, algunos de ellos casi desconocidos, se le acercan para darle el pésame, ofrecerle su ayuda o para darle dos besos. Lo agradece y no rehúye el contacto con la gente.
Tampoco oculta su indignación con un Gobierno que, según ella, "nos ha quitado a nuestros hijos". Amparo ve la guerra de Irak como la causa más directa de la muerte de su hijo, y así lo explica a cuantos vecinos se le acercan: "Fotografiándose con Bush, Aznar se llevó la gloria, pero a nosotros se nos han llevado a los hijos". Y se dirige al periodista: "Lo pondrá en su reportaje, ¿verdad? Ya que he tenido que pasar por todo esto, al menos que se me escuche lo que tengo que decir".
Su hijo murió mientras iba al trabajo. Alternaba el tren con el coche. "Dependía de la hora a la que se levantaba, pues algunos días se le pegaban las sábanas", explica la madre de Francisco Javier. El día del atentado se levantó pronto, iba con tiempo, cogió el tren.
Oleksandr Kladkovoy, un albañil ucranio de 56 años, fue otro de los inquilinos del edificio que no pudo escapar de la tragedia. Vivía en el quinto piso con su hermana, su sobrino y algún otro compatriota que colaboraba en el pago del alquiler. Quizá era el menos conocido de los vecinos fallecidos, pues apenas llevaba dos años en el barrio. Muchos inquilinos se enteraron de su muerte porque sus familiares pusieron una foto de Oleksandr y varias velas en la entrada del edificio. Algunos le conocían como Álex, un nombre más fácil de pronunciar para sus vecinos, y sobre todo por su jefe de obra. Le recordarán como aquel hombre discreto que entraba y salía muy a menudo con una bicicleta de montaña. Pero el fatídico jueves dejó la bicicleta en casa y salió andando directo a la estación y camino de Atocha.
Al enterarse de lo acontecido, varios vecinos llamaron a su puerta para expresar sus condolencias a la familia y sin saber mucho qué decir. Lucía fue una de ellas y, pese a no tener ningún familiar directo afectado por la masacre, lo ha vivido como una pesadilla: "Además de los tres vecinos de la escalera, también ha fallecido la esposa del vigilante del aparcamiento vecino y Milagros, una amiga con la que estudiaba en la Complutense".
La hija de Lucía se dirigía a la estación de Santa Eugenia en el momento de la explosión. Fue la que dio la voz de alarma a su madre a través del móvil. "Mi otro hijo, médico, se levantó de golpe y se fue a ayudar en lo que pudo". Lucía accede a hablar, pero no quiere ningún protagonismo: "Aquí hay familias que han sufrido mucho más que la mía, pero todos estamos afectados".
También desde la discreción habla el portero del edificio, Daniel Mougan, que trabaja en el mismo sitio desde hace 14 años. "Muchos días les veía salir por la puerta. No había tiempo para mucha conversación, pero siempre caía un saludo, alguna bromita o cualquier comentario para hacer más llevadero el madrugón".
Recuerda especialmente a Susana, la vecina de la sexta planta que también falleció con 46 años. "A menudo la veía salir los fines de semana, con su marido y su hijo, a pasear, jugar con el niño o a tomar unas cañas. A veces también nos juntábamos y lo pasábamos bien", recuerda el portero. Rodrigo, el hijo de Susana, es bien conocido en el barrio pese a no tener más de ocho años. Es el niño hablador, alegre y desinhibido al que todo el mundo conoce por el nombre.
En la escalera también se ha llorado por otros vecinos del barrio. Hasta una decena de muertos se cuentan en no más de 300 metros a la redonda de la calle de Zazuar. Una matanza que nunca creyeron que deberían afrontar. Amparo, la madre de Francisco Javier, pide que no se "monten circos" alrededor de la tragedia y que nadie olvide lo ocurrido. "Al menos que se lo podamos contar bien a nuestros nietos".
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