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Tribuna
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La angustia del periodista

El pasado 11 de marzo no sólo sentí el horror y la impotencia ante la barbarie. Experimenté también la angustia del periodista al tener que escribir sobre un acontecimiento antes de determinada hora, aun cuando tuviera la sensación de que la información no era completa. Durante la campaña electoral he estado escribiendo durante días alternos en estas páginas las diversas impresiones sobre la campaña, junto con mi compañero eurodiputado por el PP José Manuel García-Margallo. La última columna correspondía al día 12, y la había remitido con antelación, pero el brutal atentado de Madrid aconsejó un cambio de contenido. Y así lo hice en la mañana del día 11. Titulé mi artículo ETA entra en campaña, porque ésa era la información que tenía en aquel momento. Pero a lo largo del día empecé a recibir información contradictoria. Me encontraba en Estrasburgo y desde mi despacho tenía acceso a distintas cadenas internacionales que empezaban a apuntar que la autoría correspondía al fundamentalismo islámico. Y ahí sufrí la angustia del periodista y las dudas de mantener las conclusiones de un artículo sobre bases sobre cuya certeza empezaba a dudar. Pero pronto se disiparon mis dudas. Por un lado oí las rotundas declaraciones del Gobierno español, y, por otra, otro eurodiputado del PP me contó que había hablado con el Director de un medio de comunicación, a quien Aznar en persona le había asegurado la autoría de ETA.

En esa tesitura opté por la responsabilidad y decidí confiar ciegamente en la versión que el Gobierno de España, mi Gobierno, había dado. Cuando el día siguiente tuve la ocasión de ver publicado lo que había escrito, me percaté que había confiado más en esa versión que mi compañero de página, que si bien había dedicado su columna al terrorismo, en ningún momento había señalado a ETA como la autora de la barbarie del día anterior. En cualquier caso, y a pesar de mis buenas intenciones, alguna sombra de duda debería tener en mi interior cuando añadí un Post Sriptum especificando que había escrito lo que había escrito, porque había dado por buena la versión del Gobierno.

Pero tuviera las dudas que tuviera, e indudablemente las tenía, consideraba que en un momento como aquél en el que el terrorismo ataca y golpea la convivencia, no es lícito hacer lecturas partidistas ni intentar obtener réditos electorales de la desgracia. El Gobierno, cualquier Gobierno, merece en esos momentos el apoyo de todos. No voy a hacer memoria de lo que había ocurrido en el pasado, en concreto antes de las elecciones de 1996, con ocasión de la manifestación de repulsa al asesinato de Tomás y Valiente, pero en cualquier caso quería huir de una actuación tan miserable como la que tuvo Aznar en aquel momento. La mejor forma de desautorizar a nuestros contrincantes consiste en actuar de forma diferente a como ellos actúan.

Lo ocurrido desde entonces ha sido objeto de múltiples interpretaciones y no voy a insistir demasiado sobre ello. Parece que las encuestas realizadas cuando ya su publicación estaba prohibida, pero antes del 11-M, ya apuntaban a la victoria del PSOE, pero, en cualquier caso, el día 14 se produjo una extraordinaria movilización, que parecía motivada más por el hartazgo de la forma mendaz de actuar el Gobierno que por otros motivos. Parecía que los ciudadanos hubieran dicho "¡ya está bien!", basta ya de mentiras, y por eso se produjo una comunión con el lema socialista: nos merecemos una España mejor.

No voy a insistir en nuevas consideraciones sobre las razones de lo ocurrido, ni atribuir autorías a una estrategia que ha conducido al desastre a los conservadores, porque sería extraordinariamente largo, pero en cualquier caso, debo señalar que no se trata de una estrategia de tres días, sino que el PP ha actuado en esos últimos días de la misma forma que lo ha hecho en sus ocho años de gobierno: con prepotencia, ventajismo y desprecio del adversario, y los ciudadanos les han pasado factura por eso.

Pero son otras las cosas que me preocupan. Me gustaría poder mirar hacia delante e imaginarme que, a partir de ahora, las cosas van a cambiar, y se va a terminar el anómalo periodo de crispación de la vida política española. Quisiera imaginarme un futuro en el que fuera verdad que el PP acentúa sus perfiles más centristas, porque centrismo significa fundamentalmente respeto hacia el contrincante y huir de la descalificación permanente. Es cierto que determinadas cosas que han ocurrido hasta el momento no me tranquilizan especialmente. Determinadas reacciones habidas hasta el momento podrían hacer temer que son las aristas más extremadamente derechistas las que se van imponiendo en el Partido Popular, pero habrá que hacer un análisis más detenido, una vez pasado cierto tiempo. Habrá que dejar que asuman su derrota, que laman sus heridas y que comprendan que la alternancia constituye la esencia de la democracia; que el poder no les pertenece por designio divino. Pero sobre todo, habrá que dejarles que comprendan que los ciudadanos han huido de ellos porque estaban hartos de ese perfil arrogante y ventajista, y no sólo que comprendan, sino que saquen conclusiones de ello. Y tal vez entonces entraremos en una nueva etapa política, una nueva etapa en la que, de nuevo, los contrincantes políticos nos consideraremos eso, simples contrincantes, no enemigos irreconciliables. Sólo entonces la derecha habrá comprendido el mensaje.

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Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

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