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Miquel Gil mezcla el Mediterráneo con el flamenco

Hace un par de temporadas, la aparición de Orgànic constituyó un revulsivo en la carrera de Miquel Gil, voz imprescindible de la mediterraneidad por su cuarto de siglo al frente de bandas como Al Tall o Terminal Sur. Ahora, este ilustre hijo de Catarroja (Valencia) se propone consolidar "eso que llaman momento dulce" con un tercer trabajo en solitario, Katà, en el que las músicas populares levantinas estrechan sus vínculos con el flamenco. "Me he propuesto encontrar un espacio más de cantaor que de cantautor", resume.

El nuevo álbum encontró su título a partir del prefijo griego para "bajo" o "debajo", un símbolo de esas "capas superpuestas" que, sedimentadas a lo largo de los siglos, van definiendo las distintas expresiones folclóricas. "La palabra pureza me pone muy nervioso", enfatiza Gil. "Cortázar en Rayuela decía: 'Horrible palabra, puré y después za...'. Los hombres debemos asumir que somos hijos de mil impurezas, de las estratificaciones que nos dejaron los tiempos".

Con este ánimo integrador, Miquel Gil hermana el Mediterráneo español con los cantos gnawas marroquíes, el rembetika griego, la métrica irregular turca y, en especial, el cante jondo. "Al principio, cuando ya era evidente que me estaba aflamencando, sentí cierto complejo. Luego oyes discos de gente mayor mallorquina, por ejemplo, y se te pasa el susto. A fin de cuentas, es una música vecina con la que compartimos malagueñas, fandangos o seguiriyas". Raúl Rodríguez, guitarrista e hijo de Martirio, ha sido el encargado de dar hondura al sonido de Katà. Otros colaboradores de raigambre, como Xavi Lozano -responsable de innumerables instrumentos aerófonos- o varios integrantes de L'Ham de Foc, refrendan ese aire terruñero de todo el trabajo. "Me he deshecho de la batería para sustituirla por percusiones orientales, igual que he suprimido esas guitarras acústicas blandas, de relleno. Intento consolidar un sonido cada vez más orgánico". Al igual que sucediera en Orgànic, esta entrega se enriquece con espléndidos poemas de literatos en lengua catalana, como Antoni Fornés, Anna Montero, Jaume Pérez Muntaner o Plàcid Rosaleny. "Es casi un ejercicio de egoísmo", admite Gil. "Sería un poco tonto no aprovechar un material de tanta belleza. La poesía da valor a la humanidad, nos diferencia de los animales e invita a la reflexión. Yo, como buen vampiro, absorbo de uno y otro lado, ya sea el trabajo de recuperación de géneros casi perdidos o unos versos hermosos".

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