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Reportaje:MATANZA EN MADRID | Las víctimas

"Los terroristas no van a quitarme las ganas de vivir"

Heridos y supervivientes del 11-M hablan sobre el reto que supone reanudar la normalidad cotidiana

Hay una ventana en la habitación de Basile Sofromizin que da a un patio de hospital, pero Basile está sentado de espaldas a ella. Desde que le subieron a la habitación 638 del Hospital de la Princesa, en Madrid, Basile parece ajeno a todo. Su vida se vio monstruosamente alterada por los atentados del 11-M, que le causaron lesiones en la cara y quemaduras en una pierna. Pero las heridas más graves no se ven. Están en su mente, exactamente igual que en el caso de los restantes supervivientes de las explosiones asesinas. Asumir la memoria de esa pesadilla y reanudar la rutina de la vida cotidiana es el gran reto que espera a miles de supervivientes de la matanza del 11-M. Basile Sofromizin, y su mujer Mariana llevan dos años en España, y viven con sus hijos, de 9 y 12 años, en un piso de la localidad de Coslada. Para ellos las secuelas de la tragedia tendrán, al menos, un lado positivo: conseguirán los anhelados papeles para vivir y trabajar legalmente en España.

David está traumatizado. Dice que no piensa volver a subirse a un tren
"Lo que nos ocurrió no es fortuito. Es un golpe terrible a gente normal"
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Rosa María Ventas

Rosa María Ventas, de 43 años, vive también en Coslada y como Basile viajaba en uno de los trenes que saltaron por los aires el 11 de marzo. Desde lo ocurrido, su marido le da vueltas a la posibilidad de vender el piso comprado con tanta ilusión en esa ciudad dormitorio e instalarse en Madrid. Así no tendría que volver a subirse al tren de cercanías. "Pero yo le he dicho que no, que de ninguna manera, porque este piso me gusta mucho", dice ella. Rosa María, fue atendida en el hospital Gregorio Marañón de cortes y erosiones en el rostro, dos costillas rotas y hematoma en el ojo izquierdo, causadas por la metralla de la bomba que estalló en el tren en el que viajaba, a la altura de la calle Téllez.

Esta empleada de Correos, casada y madre de dos hijos, estuvo ingresada hasta el pasado martes, cuando le dieron el alta y pudo volver a abrazar a sus hijos. Pese al trauma de la experiencia, Rosa María no está dispuesta a abandonar su casa de Coslada, porque lo más dramático ahora sería, precisamente, que los terroristas condicionaran su futuro. "No van a quitarme las ganas de vivir", dice, aun reconociendo la indignación que produce pensar que alguien, un desconocido, ha conspirado para quitarte la vida.

Ese jueves fatídico, como todos los días, se había subido al tren en la estación de Coslada, en la periferia de Madrid. "Serían las 7.20 de la mañana. El vagón iba más vacío que de costumbre, por eso encontré asiento. Normalmente voy de pie hasta Recoletos, la estación donde me bajo". Rosa María recuerda esa mañana como una más en la rutina cotidiana. Sentada en uno de los asientos exteriores, en mitad del vagón, iba pensando en sus cosas; en sus hijos, Álvaro y Luis, de 8 y 10 años de edad, en su marido, Luis; en el trabajo. "De repente sentí un ruido extraño, como de una explosión interior, y un golpe, aquí, en la sien izquierda. Me quedé paralizada. No podía abrir la boca, ni moverme. Pensé que estaba muerta, y flotaba en una atmósfera distinta. Luego enseguida me llegó el olor del hierro quemado. El silencio era total, no oía nada, no podía moverme. Alguien dijo: '¡es una bomba!', y todos intentamos salir, pero a rastras porque no podía andar. Vi al pasar un montón de cuerpos como echados unos encima de otros, vi la melena de una mujer. Es extraño, porque recuerdo haber visto un cuerpo mutilado, pero un cuerpo sin sangre, como un maniquí, aunque ya no sé si era una alucinación. Se lo he contado al psicólogo".

Rosa María fue evacuada de los andenes y trasladada a los antiguos cuarteles de Daoíz y Velarde. Allí vio llegar cuerpos que eran cubiertos de inmediato con mantas, y gente sangrando. Fue entonces cuando se decidió a avisar a su marido, Luis Díez. "Me llamó al móvil y no olvidaré nunca lo que me dijo", dice él . "Te necesito, ven a buscarme. Ha estallado una bomba, hay niños heridos, gente llorando".

David Bautista

Rosa María se encontró en el hospital Gregorio Marañón a María, una compañera de Correos, más dañada que ella por la explosión. Y a David Bautista, vecino de Coslada.

David, de 26 años, cogió el tren siguiente al suyo. En su vagón explotaron dos bombas, justo cuando el convoy abandonaba la estación de El Pozo. "Mi hijo se tiró a la vía desde el pasillo, por uno de los huecos que abrieron las explosiones. Salieron todos a gatas y ya en el andén les atendieron. A nosotros nos avisaron de que estaba herido, porque, por fortuna, él no quedó inconsciente", relata emocionado el padre de este chico. El parte médico de David Bautista es impresionante. Tiene quemaduras en las dos piernas y en la cara, un hematoma fuerte en el ojo izquierdo, fisura en el codo izquierdo, y edema pulmonar. David iba al trabajo, en la sede de Repsol, en Recoletos, cuando el tren explotó. "La asistencia después del atentado, y luego, en el hospital, ha sido increíble", dice su padre. Los psicólogos han estado pendientes de ellos en todo momento, pero el trabajo que les queda por delante es mucho. David está traumatizado física y mentalmente. "Dice que no piensa subirse más a un tren".

Lola Menéndez

Lola Menéndez está recibiendo también tratamiento psicológico desde el 11-M, aunque el destino le permitió contarlo. Menéndez, empleada de Páginas Amarillas, no había cogido en su vida los trenes del Corredor del Henares, pese a vivir con su marido y su hijo de 18 años, en San Fernando. "El lunes 8 de marzo cogí el tren por primera vez, porque me han cambiado de puesto y ahora estoy en Recoletos". La mejor combinación para ir al trabajo era el tren. "Ese jueves, iba sentada junto a la ventanilla, y antes de que llegáramos a la estación de Atocha y se abrieran las puertas pensé: 'bueno, después de todo no es tan malo. Seguro que me acostumbraré'". En ese momento sonó la primera explosión. "La verdad es que del tren de Atocha no he encontrado mucha información, sólo una fotografía. Es como si hubiera sido un tren fantasma", dice Lola que está estos días de baja, traumatizada por lo ocurrido.

"Una de mis compañeras ha muerto, y el sábado, en el tanatorio, se notaba un silencio terrible". Todavía no tiene claro qué es lo que le ocurrió ese maldito jueves. "No he leído nada coherente de lo que pasó con el tren de Atocha. Pero, la verdad es que yo viajaba en él. Y el tren llegó a la estación, y se abrieron las puertas, y en ese momento, sonó un impacto. Yo vi la explosión. Quiero decir que iba mirando por la ventanilla y en mi campo visual ocurrió algo, una especie de resplandor, y, bastante humo. Luego, todos salimos deprisa, pero aturdidos, como en cámara lenta. Cuando sonaron las dos siguientes explosiones, no sé donde estaba yo, pero sé que entonces sí que hubo una avalancha y todos salimos corriendo. En mi mente sólo había una obsesión, salir a la calle. No volví la cabeza atrás. No vi nada".

En la plaza de Carlos V, esta trabajadora se encontró a dos compañeras que iban en el mismo tren. Todas estaban sanas y salvas. Lola Menéndez no sabe aún cómo volverá al trabajo. Si volverá a subirse a los trenes de cercanías, todavía un poco despistada con el itinerario, pero una cosa tiene clara: "los terroristas no me van a fastidiar la vida, aunque lo han intentado. Sé que me voy a recuperar, porque siempre he sido optimista, siempre he visto la botella medio llena. Aunque te queda el mosqueo de que alguien haya sido capaz de decidir por ti, sobre tu vida. Porque lo que nos ocurrió no es fortuito, no es un accidente. Es un golpe terrible a gente normal. Gente que se levanta con sueño a las seis de la mañana y sale de noche a la estación, y va en el tren medio dormida a su trabajo. Y espera volver a casa".

Una amarga elección

Rosa María Ventas no votó el 14-M no sólo por su estado físico, sino porque no se sentía lo bastante tranquila como para participar en las elecciones. No se trata de una cuestión privada -"ni siquiera siento tanta rabia como cuando he visto desde fuera un atentado de ETA"-, sino de su punto de vista como ciudadana. "Estos días me he sentido más manipulada por los políticos que por los terroristas. No es justo que se hayan celebrado las elecciones a los tres días de este golpe, tendrían que haberlas aplazado un par de meses. La gente estaba muy afectada". Luis, su marido, está de acuerdo. "Y eso que nosotros no somos políticos", subraya.

Lola Menéndez, que escapó por milagro de la trampa mortal de Atocha, coincide en parte con ambos. "Comprendo que Rodríguez Zapatero esté contento con la victoria, pero no debería olvidar que ha ganado por los 200 muertos", dice. A su juicio, lo importante no es quién está detrás de los atentados: "Me da igual quienes fueron los terroristas", repite. Lo que cuenta es la respuesta que se les dé a los asesinos. Lola participó como millones de ciudadanos en la manifestación del viernes 12 de marzo, en Madrid, y se siente segura de que recuperará su equilibrio personal. "En la manifestación, entre tanta gente, no me sentí agobiada. Sé que recuperaré las fuerzas. Lo importante es salir adelante y disfrutar de la vida". Su pequeña batalla es lograr que el Ayuntamiento de San Fernando de Henares publique en su página web la lista de los residentes en la localidad muertos en los atentados. "Quiero saber qué vecinos he perdido".

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