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Reportaje:MATANZA EN MADRID | Las víctimas

Peregrinación a El Pozo y Santa Eugenia

Miles de personas recorren en silencio las estaciones atacadas

Niños y ancianos, mujeres y hombres, personas solas o en familia. El día festivo de San José permitió a miles de personas visitar las estaciones de El Pozo y Santa Eugenia para realizar su homenaje a las víctimas. El constante desfilar de personas, que dejaban velas, estampitas, cartas y deseos, convirtió a los lugares afectados por los atentados en sitios de peregrinación que ayer reunieron a personas provenientes de diferentes zonas de Madrid.

"He venido desde Villaverde Alto para hacer un homenaje a las víctimas", dice Lorenzo Fernández, de 77 años. "Estoy completamente emocionado, no tengo palabras". Lorenzo ha dejado velas y pegado carteles junto con su esposa en las dos estaciones. "No conocíamos directamente a ninguna de las víctimas, pero tenemos el corazón hecho polvo por las familias que quedan rotas, gente que no lo va a poder superar nunca".

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El matrimonio de Rafi y Juanjo hizo un gran esfuerzo para acercarse ayer hasta la estación de El Pozo junto con su hijo, recién operado y en silla de ruedas. "Hemos venido desde Parla", explica Rafi, "vivimos más de veinte años en este barrio y queremos hacer un homenaje a los vecinos y a todas las víctimas. Los asesinos no tienen perdón". La indignación y el odio hacen mella en muchas de las personas que recorren las estaciones y, por lo bajo, se escuchan comentarios muy duros contra los responsables de la masacre.

Numerosos niños de todas las edades han recorrido junto con sus padres las estaciones plagadas de flores, velas, fotos y mensajes anónimos. "Es muy difícil para los niños. Los últimos días han estado muy nerviosos e intranquilos", afirma Rosario, que se acercó junto a su marido y sus dos hijos hasta la estación de Santa Eugenia. "No conocía a nadie, pero quería venir", agrega.

Ramona, de 23 años, y Cristian, de 28, son una pareja de rumanos que dejó unas velas en la entrada de la estación de Santa Eugenia junto con su pequeña niña Raluca, de 3 años. "Todo es muy difícil, sobre todo por la niña, que un día al regreso del colegio me dijo que unos hombres malos habían puesto bombas y que la paz es amor, abrazos y besos", relata Ramona con lágrimas en los ojos. "Ya nada es igual. Nuestra hija nos ve tristes. Ya no se ven sonrisas en el barrio". Los tres viven desde hace dos años en Santa Eugenia y ahora sus familiares en Rumania les piden que regresen. "Nos han llamado desde nuestro país porque están muy preocupados", dice, "y nos pidieron que volvamos a Rumania".

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