En el azul sin límite
La concesión, a finales del pasado año, del Premio Nacional de Artes Plásticas al pintor Alfredo Alcaín (Madrid, 1936 ) venía a reconocer, como es obvio, la importancia de aquella tan incisiva reelaboración de los estereotipos icónicos de nuestra cultura popular, que lo consagraría como uno de los referentes básicos de su generación, pero, en idéntica medida, también el interés sostenido de esa trayectoria posterior que el artista ha articulado sobre la confrontación de determinados referentes vertebrales del legado sintáctico de la modernidad.
Aun cuando su conocida querencia por la digresión caprichosa confiere a menudo a su producción cierta apariencia de exuberante eclecticismo, la evolución reciente de Alcaín ha tenido como eje central un proceso de orientación muy distinta. Tras lo esbozado ya, en el arranque de los ochenta, con el ciclo Cézanne-petit point, la pauta tenderá a una creciente decantación económica, ya sea en el tránsito desde la estilización del motivo en el bodegón cubista hasta ese límite destilado en su diagrama esquemático, con el recurso al monocromo o con la reiteración serial. Incluso, en los últimos años, la referencia figurativa tenderá a desvanecerse casi por entero o mantendrá tan sólo alguna incursión residual, a favor de la rítmica ornamental de la modulación geométrica y los entrelazados lineales. Pero el objetivo de esa ascesis no es otro que explorar esa estrategia recurrente que la vanguardia asocia a la divisa "menos es más" y que en la fragmentación del campo de juego revela, paradójicamente, horizontes de insospechada riqueza.
ALFREDO ALCAÍN
Galería Elvira González
General Castaños, 3. Madrid
Hasta el 9 de abril
En esa línea, pero elevando de hecho radicalmente el riesgo de la apuesta al sumar otra vertiginosa vuelta de tuerca, Alcaín obtiene a mi juicio, con esta nueva muestra, uno de los logros más intensos que le recuerdo. Cargando la suerte, el pintor ha articulado todo el proyecto sobre un único color, y el azul nada menos, para desplegar luego, a partir de ese núcleo, un deslumbrante alarde de invención polifónica que establece, ante todo, una sagaz indagación de ese potencial laberíntico que nutre, como desdoblamiento del legado en porvenir, el cosmos de la pintura.
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