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Entrevista:Mitsuo Miura

"Pensé que podría ser un artista europeo, pero es imposible"

Es sabido que la felicidad tiene mala prensa. El dolce far niente, la ausencia de culpa por el disfrute pleno de la vida, la más simple alegría, el color, la mente en reposo, resultan sospechosos de indolencia, irresponsabilidad, esnobismo. Sin embargo, esos son algunos de los elementos del trabajo de Mitsuo Miura (Iwate, Japón, 1946) y lo asume sin complejos, con una amplia sonrisa y con una obra plagada de colores luminosos y formas abstractas, composiciones geométricas, sin compromiso alguno con el mundo, la historia y la psicología. Llegó de Japón en 1966 a Madrid, con 19 años, y se quedó. Era una época intensa en España, sobre todo para una juventud inconformista y en particular en los medios artísticos.

"Siempre parto de la vida real. Pero la representación de la figura me parece grotesca"
"Yo no quería triunfar, yo sólo quería vivir bien. Por eso me quedé en España"

"Vine con la intención de quedarme sólo unos dos o tres años y después, quizá por los amigos, por los estudios o simplemente porque me sentía bien aquí, fui retrasando mi vuelta", recuerda hoy Mitsuo Miura, un artista que figura por derecho en las enciclopedias del arte español contemporáneo, aunque él mismo no sabría dónde situarse. "Era un extranjero más cuando llegué, pero no el único en ese medio. Al mismo tiempo habían llegado Adolfo Schlosser y Eva Lootz (ambos artistas austriacos, que también se quedaron) y contacté con la gente del grupo de Madrid: Juan Antonio Aguirre, Miguel Ángel Campano, Carlos Franco. Éramos como diez artistas. También llegaron otros de distintos lugares, como Juan Hidalgo, Carlos Alcolea o Nacho Criado y no me sentí solo".

Eran los años setenta, un momento de muchos cambios. "Sí, sobre todo porque ellos tenían también otros amigos escritores, músicos o simplemente gente a la que le gustaba el arte. En resumen, toda la movida madrileña. En esa época no había galerías, sólo la de Juana Mordó que para nosotros era inalcanzable. Pero nadie se preocupaba por eso".

Madrid, ciudad abierta. Pero, ¿por qué no regresar a Japón? "En aquel momento otros artistas japoneses se trasladaban a Nueva York, San Francisco, Londres o París. Yo tenía amistad con José Guerrero y él me invitó a ir a Nueva York varias veces. Pero a mí no me atraía la idea. Yo no quería triunfar, yo sólo quería vivir bien. Tenía la ventaja de que mi familia me sostenía. No sé si en esa época lo hice conscientemente, pero más que el arte, lo que me interesaba era conocer el país y la gente de aquí. Era difícil acostumbrarse y pasaban cosas inconcebibles en Japón, como que entrara la policía a la universidad contra los estudiantes. Yo no sabía que el fascismo era así. Era difícil para mí comprenderlo y también decidir si participar o no de todo eso".

"Después me casé con una chica española, tuvimos hijos. Pero sigue siendo difícil. Pensé que podía llegar a ser un artista europeo, pero es imposible. En mi oficio me encontré con diferencias culturales desde un principio. Yo pintaba al óleo, y en 1978 tuve que dejarlo porque no era mi material. El óleo no es para mí, es demasiado opaco. Y eso que un par de años antes de venir vi en Tokio una exposición del Museo del Prado. Fue mi primer impacto. No tenía nada que ver con el arte japonés u oriental. Esa densidad de representación era algo desconocido para mí".

A pesar de ese interés por la pintura clásica española, la de Mitsuo Miura carece por completo de dramatismo. "No, nunca me ha atraído. Quizá porque yo no he participado de los problemas sociales de mi entorno, me sentía ajeno. No tenía los problemas económicos ni las preocupaciones sociales que tenían mis amigos. Lo que he mostrado es mi despreocupación, mis paseos, mi nada. Mi arte no es nada", afirma, alzándose de hombros.

"No sé si llego a entender a fondo el arte español", dice Miura. "Es difícil integrarse ciento por ciento. Yo entiendo más o menos cómo es, pero no comparto la educación religiosa que tienen todos aquí. Es algo que guía la forma de ser incluso de quienes niegan cualquier influencia católica en su obra. Yo no tuve ninguna formación religiosa. En Japón está prohibida la práctica religiosa a los menores de quince años. En mi caso, como vine a los 19 años, no tuve nada de eso y tampoco me interesó después. Podía haberme interesado por el budismo zen, por ejemplo, y hablé muchas veces de eso con Juan Hidalgo y Fernando Zóbel. Yo no entendía nada. Quizá viene también de los padres de mi generación, los que habían perdido con la Segunda Guerra Mundial y que no querían que sus hijos cayeran en ese tipo de historias. Estas circunstancias nos han condicionado".

En su trabajo no hay representación figurativa. Sus intereses son puramente pictóricos, compositivos. "Yo siempre parto de la vida real. Pero la representación de la figura me parece grotesca. Esas ninfas volando que puedo encontrar en una pintura del Prado son temas que no haré jamás. En mi trabajo quiero mostrar las sensaciones, las emociones, las experiencias y de forma abstracta".

Quizá tenga que ver con una

parte de la cultura oriental, más relacionada con los diseños textiles. "Para mí la representación de sensaciones y significados toman forma a través del color. Incluso cuando he utilizado el negro lo he hecho de una manera distinta. Algunos pensaban que el negro significaba lo español o lo europeo, pero para mí significaba también algo placentero que no puedo ver claro. Hablando del color en la cultura tradicional japonesa se representa de forma muy natural, no artificial. El acto simple de abrir un abanico es como un golpe de vida, de naturales, están representadas las flores de todas las estaciones".

Su material son los campos de color, los contrastes, la vibración. "Yo siempre he representado la parte placentera de la vida. Un amigo me decía sin rodeos, que es la parte frívola, el esnobismo, el bienestar, las comodidades. Me decía que son las cosas que el catolicismo siempre había negado. Pero yo me siento cómodo en ese campo. Las cosas desagradables las guardo para mi diario. Quizá tenga que ver con ser emigrante, cuesta mucho mostrar tus problemas a los demás. Como todo el mundo, tengo mis propios problemas, pero ésa es una parte que prefiero guardar para mí. No quiero contarla. Hacia fuera parezco más tranquilo. Supongo que me da cierto pudor".

Aunque llegó a España muy joven y ha vivido aquí toda su vida adulta. Japón está a una lejana distancia física pero sigue siendo una referencia poderosa. "Siempre estás comparando. Y creo que entiendo bastante mejor que los japoneses la pintura japonesa porque tengo material para comparar. Hay una diferencia tan radical entre el pensamiento oriental y el europeo. Los europeos creen que el suyo es el dominante, el único en el mundo y no es verdad porque esa estética no funciona en Oriente. Por ejemplo, un jardín europeo es presuntuoso, una demostración de poder, y un jardín japonés es placentero, más simple. Yo me fijo mucho en ese tipo de cosas y son las que me ayudan a trabajar".

Como profesor de bellas artes, Miura ha trabajado mucho con jóvenes . "Es un contacto que me interesa mucho. Su curiosidad, sus preguntas, sus obviedades, su ignorancia, son muy refrescantes para mí. Se atreven a equivocarse, sin vergüenza alguna. Las discusiones con ellos sobre la vida cotidiana me alimentan como persona y como artista".

Mitsuo Miura expone en la galería Helga de Alvear (Doctor Fourquet, 12. Madrid). Hasta el 8 de mayo.

El artista Mitsuo Miura (Iwate, Japón, 1946), ante una de sus obras expuestas en Madrid.
El artista Mitsuo Miura (Iwate, Japón, 1946), ante una de sus obras expuestas en Madrid.LUIS MAGÁN

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