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Columna
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¿Acobardados?

Quieren que nos acobardemos, ha dicho el presidente George Bush tras las elecciones generales del pasado domingo. Es una de las lecturas que se han podido hacer del sorprendente resultado de las urnas. Al Qaeda habría conseguido incidir en el proceso electoral de una democracia de forma favorable a sus intereses, y de ahí a hablar del "resultado del miedo" queda un solo paso.

Estamos acostumbrados a estos análisis simplistas. Y no necesitamos esperar las palabras del presidente norteamericano para hallarlas similares entre nosotros. Se habla ya de desistimiento de la ciudadanía española ante el terrorismo, con repercusiones evidentes en la lucha contra ETA. Los considero juicios de valor que prefieren eludir la autocrítica. Son además juicios sin fundamento cuando van dirigidos contra quien ha declarado que la lucha contra el terrorismo será prioritaria para su futuro gobierno.

Se ha votado contra la manipulación y el engaño. Una lección que el nuevo presidente no debe olvidar
No creo lícito dudar de la firmeza que Rodríguez Zapatero ha mostrado hasta ahora en la lucha contra el terror

No creo lícito dudar de la firmeza que José Luis Rodríguez Zapatero ha mostrado hasta ahora en la lucha contra el terror. Pero firmeza e inteligencia no han de estar reñidas. Puede que nos hallemos ante una contienda heroica, mas ningún héroe que lo sea de verdad actúa a espaldas de su pueblo. Tal vez el nuevo presidente de Gobierno se vea obligado en ocasiones a tomar decisiones impopulares, pero siempre le quedará un margen para convencer, aunque sea a posteriori y con la tarea bien hecha. Es lo que nunca supieron hacer José María Aznar y su think tank: demasiado despecho, demasiado desprecio.

El voto del pasado domingo no fue el voto del miedo ni el del desistimiento. Tampoco fue un voto emocional, excusa en la que parecen refugiarse quienes perdieron las elecciones. El voto emocional cierra filas, y lo suele hacer por lo general en torno al partido que está en el gobierno. No, fue el voto de la lucidez, con lo que no quiero dar a entender que quienes votaron por la oposición tuvieran la razón de su parte. Quisieron decir, simplemente, que no son tontos, que no se dejan engañar con facilidad.

Viejas sensaciones cristalizaron de pronto con la reacción del Gobierno del PP ante la catástrofe, que ofreció una foto fija deplorable. Un Gobierno desarbolado, que, si no quiso engañar, dio la impresión de que estaba intentando hacerlo desesperadamente: que estaba más pendiente de algunos efectos de la catástrofe que de la catástrofe misma.

Esa cristalización de sensaciones no se hubiera producido si no lloviera sobre mojado. La protesta ciudadana había ido creciendo durante los años de mayoría absoluta de Aznar y sólo estaba a la espera de una alternativa que le ofreciera confianza. Se trataba de una protesta menos organizada de lo que pretendían dar a entender el Gobierno y sus apagafuegos, y que nacía en muchos casos de reacciones espontáneas antes que de las consignas nacidas de los partidos de la oposición, quienes habitualmente llegaban después.

Así ocurrió con la protesta ante el desastre del Prestige, surgida de la plataforma Nunca Mais y del voluntariado que luchó contra el chapapote vertido, o con los actores y la guerra de Irak, o con las familias de los militares muertos en el accidente del Yak-42. Si alguna enseñanza nos han deparado estos años es la de la facilidad con que hoy se pueden articular los movimientos espontáneos de masas. Nos han enseñado también que estos movimientos surgen con mayor viveza como antídotos contra el engaño.

Admirábamos a los británicos y sus comisiones parlamentarias de investigación, y nos lamentábamos de nuestra apatía, de nuestro desinterés por la honestidad y la verdad. Resulta que no había tal, sólo ocurría que nos habían sido sustraídos los cauces habituales para restaurarlas. Llegada la ocasión, ese deseo democrático ha hallado su vía.

Tampoco es de extrañar que haya sido la reacción ante el terror la catalizadora de la derrota del Partido Popular. Hacía tiempo que rondaba la sospecha de una manipulación del drama por parte del Gobierno, sospecha que, en muchos casos, sólo el respeto por las víctimas impedía que se hiciera explícita. El desdichado asunto de la entrevista de Carod Rovira con la cúpula de ETA, utilizado burdamente con finalidades espúreas, produjo un efecto bumerán, ya que puso en evidencia la falta de escrúpulos del Gobierno en el uso colateral de la lucha antiterrorista.

El recelo estaba ya asentado cuando ocurrió la tremenda masacre de Madrid, y la actuación del Gobierno no hizo sino incrementarlo. Y se había consolidado además un nuevo líder, porque no se pueden minimizar los méritos acumulados por José Luis Rodríguez Zapatero a lo largo de la campaña electoral. A estas alturas resulta inútil hacer conjeturas sobre cuáles hubieran sido los resultados de no haber ocurrido la tragedia, pero sospecho que hubieran sido más sorprendentes de lo que muchos esperaban.

Se ha votado contra la manipulación y el engaño. Una lección que el nuevo presidente español no debe olvidar.

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