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Reportaje:ESCAPADAS | Cañón del Ebro

El río grande, a vista de águila

Un paseo por los acantilados de más de 200 metros que ha tallado el viejo Íber en el páramo calizo del norte de Burgos

El magno Íber, el fiero Ebro, es como un héroe del romancero, un campeón que, ya desde la cuna, tiene barbas y soberbias de gran señor. No más brotar de las entrañas de la cordillera Cantábrica -la misma madre de España-, forma el mayor embalse del país para adentrarse acto seguido en Burgos tajando con su tizona los páramos calcáreos de La Lora, donde ha abierto una brecha de 200 metros de profundidad. En sus acantiladas riberas acampan, disputándose esta frontera natural, ejércitos de árboles norteños y de encinas castellanas. Abajo, en las aguas de color esmeralda, vive en paz la nutria. Arriba, atalayando tanta belleza, el águila perdicera.

Del romancero parecen también sacados los pueblos comarcanos, y hasta en el más humilde de ellos hallaréis un palacio, una docena de pétreos escudos y un templo que arquea asombrado sus románicas cejas cada vez que asoma un extraño. Pueblos como Orbaneja, donde un afluente del Ebro surge en cascada de la cueva del Agua, partiendo en dos el caserío. O como Moradillo, cuya iglesia de 1188 guarda una de las puertas del cielo. O como Valdelateja, donde el Ebro se junta con el Rudrón -otro río peleón- para asurcar un cañón abismal, no contaminado por el asfalto, donde el único camino posible es el sendero circular que recorreremos.

En sus acantiladas riberas acampan árboles norteños y encinas castellanas

El sendero, que responde al nombre de PR.C.BU-1 -nada que ver, y es lástima, con el romancero-, nace en el mismo núcleo de Valdelateja, un pueblecito pulquérrimo que se esconde en las honduras del Rudrón, con su balneario de 1872 y su ermita roquera tardovisigoda. Bien señalizado con letreros y marcas de pintura blanca y amarilla, comienza rodeando la iglesuela del lugar para continuar río abajo entre espeso boscaje, tanto que casi no se ve ni dónde se junta con el Ebro: una confluencia que acontece poco antes de que cambiemos de margen por un puente de cemento y arribemos a una central hidroeléctrica, como a una hora del inicio.

Desde El Porvenir, que así se llama la central, el camino prosigue emboscado -encinas, quejigos, arces, alisos, madroños, acebos, tejos e, incluso, hayas- y emparedado entre los cortados de más de 200 metros de altura que flanquean el río, por cuya orilla izquierda ahora avanzamos. Así, hasta llegar a Pesquera de Ebro, un pueblo remoto -dos horas y media nos ha costado llegar a nosotros, y por carretera es un rally puntuable para el mundial- donde nos estupefacta hallar varios palacios de los siglos XVI, XVII y XVIII, y un puente medieval de tres ojos sobre el Ebro que se conserva en perfecto estado por la sencilla razón de que no hay otro.

Pesquera señala el punto más bajo de nuestro recorrido por el Ebro y la hora de regresar aguas arriba por la margen contraria del cañón, siguiendo para ello la carretera que cruza el puente medieval y, un kilómetro después, la senda que conduce hasta las soledades de Cortiguera. Si Pesquera, a efectos viales, está en la Luna, Cortiguera es directamente Plutón, de ahí el abandono casi total de sus casas, la ruina de su iglesia y los cascos vacíos de sus palacios barrocos rodeando una fuente cantarina que no se da por enterada del éxodo de sus constructores. Cuatro horas hemos invertido hasta aquí, pero la sensación es de haber llegado cuatro décadas tarde.

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El tramo final, el más espectacular de la jornada, discurre por el borde superior del cañón, contemplando a vista de águila el mismo camino que seguimos antes por la vera del río: la central de El Porvenir como una casita de luz de un moderno Nacimiento, la profunda cicatriz que el Ebro ha dejado rascando durante millones de años la espalda de esta Castilla crustácea y el repentino curvazo que el río describe para capturar al Rudrón a las puertas de Valdelateja. Al pueblo llegamos, tras cinco horas largas de marcha, por un caminejo empedrado que desciende por la pared del cañón, zigzagueando con la ingenua monotonía de un romance viejo.

Dormir en un balneario

- Dónde. Valdelateja (Burgos) dista 290 kilómetros de Madrid yendo por la autovía del Norte (A-1) hasta la capital burgalense y por la carretera N-623 hacia Santander, a través del puerto del Páramo de Masa.

- Cuándo. Cualquier época del año es buena para emprender esta marcha circular de 17 kilómetros y unas cinco horas de duración, con un desnivel acumulado de 250 metros y una dificultad media.

- Quién. Álvaro López (teléfono 947 303 091) y la empresa UR 2000 (teléfono 947 57 14 09) organizan circuitos en bicicleta y diversas actividades acuáticas -rafting, kayak y canoa- en Pesquera de Ebro. En el mismo pueblo, el bar El Arco (teléfono 947-57 13 78) ofrece rutas para hacer en burro.

- Y qué más. Cartografía: Hoja 19-8 (Sedano) del Servicio Geográfico del Ejército.

Para comer: el Mesón Valdelateja (teléfono 947 150 155) sirve ensaladas con sabrosos tomates del huerto familiar y guiso de pollo de corral; precio medio, 20 euros.

Para dormir: Balneario de Valdelateja (teléfono 947 150 220) ofrece 34 habitaciones correctas -las mejores, las abuhardilladas con vistas al río-, copiosos desayunos -hasta tortilla de patata- y un completo circuito de puesta en forma (baños de burbujas y sedimentos, ducha subacuática, chorro a presión, jacuzzi, masajes...); doble, 78 euros.

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