Banderillas que valen la oreja
Dos orejas en la segunda de feria, una para Barrera y otra para El Fandi. Pero dos orejas con distinta lectura. La de Barrera, lograda al mejor toro de la tarde con diferencia, por faena de vibrante inicio. Y templada. De aguante; cuestión necesaria para ligar en un palmo de arena dos series con la derecha que le dieron el mayor vuelo a esa faena. Con motor el toro y valor seco el torero, el rumbo de un triunfo más redondo comenzó a frustrarse cuando Barrera se dispuso con la izquierda. Por ese pitón, el de Núñez del Cuvillo se negó y cada embestida era una clara intención de rebañar. Cuando Barrera volvió a coger la muleta con la derecha, el toma y daca de tan vibrante inicio acabó esfumado. La faena ya estaba hecha.
Cuvillo / Jesulín, Barrera, Fandi
Toros de Núñez del Cuvillo. El 2º fue devuelto y sustituido por otro del mismo hierro. Corrida entre correcta y justa de presencia y venida a menos de juego. El sobrero, el mejor. Jesulín: casi entera baja y descabello -aviso- (saludos); casi entera trasera y caída (silencio). Vicente Barrera: casi entera caída -oreja-; pinchazo y casi entera -aviso- (silencio). El Fandi: estocada (vuelta); casi entera pasada y caída (oreja). Plaza de Valencia, 16 de marzo. 2ª de feria. Tres cuartos de entrada.
La oreja de El Fandi al sexto no premió una esforzada labor de muleta. El recuerdo de un tercio de banderillas todo espectáculo y derroche físico, pesó mucho más a la hora de pedir trofeo. En el límite de presencia, el jabonero que cerró plaza acudió a la muleta sin gobernar sus fuerzas. El interés por ofrecer espectáculo sólo lo puso una de las partes: el torero. Arrancar la oreja como fuera era la consigna que se aplicó con pundonor el diestro. Los rodillazos finales, un esfuerzo in extremis por obtener el trofeo. El público, generoso, se lo premió: las banderillas, en este caso, tuvieron recompensa mayor.
Esa oreja cortada por El Fandi al sexto casi tuvo idéntico antecedente en el tercero. Otro tercio manejando un espectáculo sobre el que se siente seguro, aunque pifiara en el segundo par al no medir y clavar al aire. Pero el toro fue como una promesa incumplida. Mucho aire en el segundo tercio, con embestida arrogante incluida, para tomar la muleta sin intención de humillar. Fue toro, quizás, de entender las primeras embestidas. Mas no hubo sociedad capaz de poner de acuerdo a toro y torero, y ese principio puntuó de forma negativa para los restos.
Muy mimado en varas y noble en la muleta fue el toro que rompió plaza. Sin traspasar la frontera de la segunda raya, Jesulín, mecánico y con la confianza al límite, no apostó por nada que no fuera una burocrática forma de entender a ese toro. La faena, una serie continua de rectificar la posición, no tuvo frío ni calor. Ni subía ni bajaba. Se quedó en cero.
El cuarto toro tampoco aportó nada. De una sosería evidente, acabó por contagiar a un Jesulín que se metió con descaro en la cueva de las tablas para no salir jamás de allí. Toro soso y torero sin chispa. Resultado, una faena tan triste y gris como la fría tarde.
El segundo toro de Barrera, el más serio y hecho de una corrida limpia y no más que correcta que pasó por varas sin pena ni gloria, se volvió innegociable en la muleta. La faena tuvo un inicio consentido de Barrera que no siguió el toro, ni por la derecha ni por la izquierda. Desengañado pronto el torero, hizo lo mejor que en estos casos se puede hacer: echar mano de la espada y acabar cuanto antes. Se agradeció.
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