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El 'estilo Berlusconi': el que la tiene más larga

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La pasada campaña electoral confirmó las peores previsiones. A imagen y semejanza de los más repugnantes engendros de la telebasura más deleznable, un buen número de políticos se lanzaron a una competición lenguaraz y verborreica, convencidos de que todo vale para hacerse con unos votos, incluso mentir, ocultar la verdad y mercadear con los muertos. Aunque el PP no ha tenido el monopolio de esta práctica, es evidente que han sido muchos de los dirigentes de este partido quienes se han encontrado más cómodos en el uso y abuso de esta extraña forma de agitación electoral, que tan malos resultados finales les ha dado.

Podría hacerse una gran antología de intervenciones disparatadas de destacados líderes del PP -desde el inefable ministro Federico Trillo hasta la incomprensible ministra Julia García-Valdecasas, pasando, entre muchos otros, por sus compañeros de gabinete Ángel Acebes, Elvira Rodríguez, Francisco Álvarez Cascos o Eduardo Zaplana, sin olvidar a Manuel Fraga Iribarne, Francisco Camps, Fernando Giner, Ramón Luis Valcárcel o hasta el mismísimo Mariano Rajoy- que se han empeñado en competir entre ellos en una sarta de despropósitos y sandeces de difícil superación.

La interminable sucesión no ya de ataques e insultos sino incluso de auténticas infamias, injurias y calumnias utilizadas durante estas últimas semanas por estos y otros líderes del PP no ha tenido freno. La incontinencia verbal definitivamente se ha impuesto al discurso político, tal vez con la intención de movilizar a un electorado que durante estos últimos años se ha ido habituando a la zafiedad y grosería habitual en tantos programas de casi todas las cadenas privadas y públicas de televisión de nuestro país, convertidos casi siempre en una sucesión ininterrumpida de exabruptos y chabacanerías proferidas por los camorristas de turno.

Este sorprendente estilo de hacer política, tan similar al que Silvio Berlusconi ha institucionalizado en Italia tras haberlo impuesto también a través de su poderoso imperio televisivo y mediático privado, ha sido siempre muy bien visto por José María Aznar. La insistente reiteración de unas pocas ideas muy simples, maquilladas siempre con la apariencia de profundas convicciones personales, unida al recurso también simplista e inescrupuloso del maniqueísmo más burdo, ha caracterizado buena parte de las intervenciones públicas de nuestro todavía presidente del Gobierno, en especial durante estos últimos cuatro años de mayoría no ya absoluta sino absolutista, con sistemáticas descalificaciones personales y políticas de todos sus oponentes. No obstante, conviene recordar que en no pocas ocasiones el propio Aznar ha recurrido también a buen número de inconveniencias e intemperancias lingüísticas, hasta llegar al inconcebible punto de grosería machista de retar en un mitin a que alguien le midiera sus atributos viriles.

El demagógico y populista estilo sistemáticamente utilizado por Berlusconi, españolizado por Aznar, ha tenido y tiene numerosos adeptos en el seno del PP. Desde el ya un tanto lejano "¡Pujol, enano, habla en castellano!" berreado ante la sede central del partido en plena euforia electoral hasta las más recientes calumnias e injurias que contra Pasqual Maragall o Josep Lluís Carod Rovira han proferido diversos dirigentes del PP, sin olvidar las alusiones testiculares del ministro Miguel Arias Cañete en su irracional defensa del Plan Hidrológico Nacional como si se tratase de un paseo militar triunfal, en un mal remedo del peor estilo cuartelero, son buena muestra de ello.

Con este lenguaje parece recuperarse el estilo que la derecha española más rancia y montaraz utilizó durante mucho tiempo y que parecía haber quedado superado al fin tras la transición de la dictadura franquista a nuestro actual sistema democrático. El lenguaje cuartelero, zafio y testicular de algunos prebostes franquistas ha resucitado ahora en unos dirigentes políticos que jamás llegan a rectificar de verdad, ni tan siquiera cuando profieren calumnias o injurias penalmente perseguibles, ni cuando el mundo entero denuncia sus mentiras. A lo sumo, se escudan en supuestos lapsus linguae, cuando de lo que se trata en realidad es de unos lapsus freudianos, sin duda muy reveladores de sus propias ideas y opiniones personales.

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Fuimos muchos los ciudadanos que durante la pasada campaña electoral contemplamos toda esta verborrea lenguaraz con una estupefacción creciente, con la esperanza de que el alud de groserías, zafiedades y mentiras que nos invadía no sólo no contribuyera a que el PP alcanzase unos buenos resultados electorales sino que le llevase al fin a la oposición, con lo que ello comportaría de rectificación de sus pésimos modales.

Claro está que no hay nada nuevo bajo el sol. Como escribía Umberto Eco refiriéndose a Silvio Berlusconi, "en nuestro tiempo, si ha de haber dictadura, será una dictadura mediática y no política", ya que "el consenso se controla controlando los medios de información más difundidos". A modo de ejemplo, un simple dato objetivo. Según un reciente sondeo de opinión pública efectuado en los Estados Unidos de George W. Bush, el 11% de los ciudadanos de aquel país estarían dispuestos a pagar por ver en directo la emisión de la ejecución de Bin Laden y el 6% harían lo mismo si el ejecutado fuese Sadam Hussein.

Todo ello me hizo temer que el persistente impacto de la omnipresente telebasura que ha tenido ya en muy amplios sectores de nuestro país pudiese hacer que un gran número de ciudadanos recibieran todo este cúmulo de exabruptos, improperios, falsedades e infamias como algo habitual y normal, sin darle apenas importancia. Por suerte, no ha sido así. El hartazgo ciudadano ha llegado al límite, sobre todo después del indecente intento de tergiversación y ocultación de la realidad orquestado desde la Moncloa sobre el brutal atentado terrorista del 11-M en Madrid. Pero ya lo dijo Winston Churchill: "Se puede engañar siempre a uno, se puede engañar a veces a todos, pero no se puede engañar siempre a todos".

Jordi García-Soler es periodista.

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