Una de inválidos
Con un evidente fondo de nobleza, incluso de buen son, la corrida de Martín Lorca tuvo un pecado mortal: su muy escasa fuerza. Un mal signo que se evidenció apenas saltaban los toros al ruedo. El primer titular y el que le sustituyó fueron dos calcos en cuanto a invalidez permanente. Ninguno de ellos acabó su vida en el ruedo. Mal comienzo de una feria iniciada ya con retraso.
Pintando bastos ese inicio de festejo, la corrida apenas se sostuvo entre alfileres. Daba igual que las hechuras de los tres primeros toros, bajos y bien hechos aunque con poco remate, fueran un contraste con la otra mitad. Éstos, tres castaños de mayor entidad, más altos y serios, fueron casi un calco de aquéllos. Ninguno de los seis resistió con dignidad en varas. Un trámite, o incluso menos que eso. Sólo el quinto,sobre juicio generoso, apuntó cierto estilo en el caballo. Toro con un descarado pitón derecho, que se desmadejó antes de que Juan Diego lograra esbozar faena. Derrumbado el de Martín Lorca, acabó apuntillado sin que Diego y su cuadrilla consiguieran ponerlo de nuevo en pie.
Lorca / Abellán, Diego, Castella
Toros de Martín Lorca. El que abrió plaza fue devuelto por inválido, al igual que el primer sobrero. 1º, sobrero bis, también del mismo hierro. Corrida desigual de hechuras y ofensiva de cara. Sin fuerza alguna, todos acabaron sin gas y parados. El 5º, el único que puso estilo en varas, se derrumbó a mitad de faena y tuvo que ser apuntillado. Miguel Abellán: pinchazo y entera tendida (silencio); dos pinchazos -aviso-, otro más y dos descabellos (silencio). Juan Diego: entera (silencio); apuntillado el toro sin entrar a matar (silencio). Sebastián Castella: casi entera atravesada -aviso- y cuatro descabellos (saludos); media caída (saludos). Plaza de Valencia, 15 de marzo. 1ª de feria. Más de media entrada.
De corrida tan mermada, un dato: hubo toros que sacaron fuerzas de flaqueza y metieron noblemente la cara hasta desfallecer en el intento. Entre éstos, el tercero, al que Castella recibió de forma original con el capote por medio de espaldinas. Sin atosigarlo y sin exigirle, Sebastián Castella se lo pasó por la derecha con sutileza, con suavidad. Siempre entre las dos rayas, pareció entender lo que el toro le pedía. Un desarme a destiempo marcó el final, de la faena y del toro.
Otro toro de buen fondo, también sostenido entre alfileres, fue el cuarto. Además, pronto al tomar la muleta. Un par de tirones de Abellán al principio, que lo hicieron rodar por la arena, barruntaron nuevo desastre. Pero el buen fondo del toro marcó la pauta de una faena trabajada en los adentros, firme de pies, pero sin hilo conductor.
También asentado, pero sin acabar de entenderlo, Abellán tropezó de cara con el viento en su noble primero. Juan Diego, con un segundo, gordo, bajo y de escaso cuello, fundió el tiempo entre probaturas estériles. El sexto claudicó apenas Castella pareció adueñarse de la situación. Ideas claras de inicio, que se nublaron al acabarse el toro antes de lo previsto.
Babelia
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