RODOLFO BENITO SAMANIEGO: La carta de la novia
Ingeniero, de 27 años. A las pocas horas de su muerte, su novia, Ana, tuvo la entereza de sentarse ante un papel en blanco para escribirle una carta a Rodolfo; para reprocharle su marcha, tan rápida y eterna: "Dejas el hueco tan terrible que puede dejar una persona que era el número uno en todo. En tu familia: el niño pequeño, el bromista, el imitador, el malabarista... Con tus amigos: el inventor de palabras, el activo, el del chiste fácil... Con tus compañeros de trabajo: tan correcto, sonriente, educado en las peticiones, trabajador... Conmigo, con tu amor: de los paseos largos y las manos entrelazadas, las caricias tiernas, los cuidados, toda la complicidad de una vida aprendiendo todo juntos...". Rodolfo, del mismo nombre que su tío, dirigente de CC OO, había estudiado en el instituto más antiguo de Alcalá, el Complutense, y pisaba mucho el pabellón del Val, lugares donde todos los alcalaínos han coincidido alguna vez. Se licenció como ingeniero en la Politécnica y ahora se afanaba por convertirse en profesor de Matemáticas. Sus colegas de la empresa Gehsa, de Madrid, donde trabajaba, lo dibujan como un hombre alegre y deportista, que salía de copas como cualquiera, gustaba del bricolaje y del aire libre. Un chico vivo y listo al que sus amigos yudocas llamaban con cariño El bola.
"Trataremos de recordarle imitando a Raphael, corriendo, hablando de su rodilla (le habían operado varias veces), probando un buen vino, dando besos a la abuela, comiendo el bollo de su tía, el sándwich de mamá y hablando tolerante y receptivo con cualquiera", le escribe su novia. Con Álex, su hermano, se llevaba un año, y eran uña y carne. Atrás quedan, compartidos, juegos, camas, habitación, envidias y riñas... Se podrían decir mil cosas, concluye Ana en su misiva, "pero nos faltan las palabras aunque nos sobren los motivos".
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