Una 'familia' en cada casa
Un compañero de piso identifica a Segundo Mopacita por un tatuaje
Un tatuaje en un brazo que les enseñaron a las 20.00 del viernes en Ifema fue todo lo que pudieron identificar los compañeros de piso de Segundo Mopacita Mopacita, un soldador ecuatoriano que murió en el tren que explotó a la entrada de Atocha. "Patricio se puso malo cuando lo vio", cuenta Delia María Guangatal, que se presenta como la "responsable" del piso que compartían en Vicálvaro.
"Yo soy la responsable porque firmé los papeles. Ellos [Patricio Analuisa y su mujer, María Blanca Silagán; Segundo y otro amigo] me pagan su parte del alquiler, de la luz, del teléfono...", explica. "Pero no se crean: yo sólo soy una amiga. Él tenía su mujer en la parroquia de Quisapincha, en Ambato", aclara.
Segundo tomó aquel día el tren solo. "A mí me dio vaguería", dice Delia María. Él se levantó pronto, a eso de las 6.30, y desayunó un café y pan con queso. "A veces hacíamos el camino juntos hasta Aluche. El jueves, no, porque yo entro a limpiar una hora más tarde", aclara la encargada de la casa.
Los cinco compañeros de piso habían sido vecinos de pequeños. "Fuimos a la misma escuela; la de Elías Torijunes en Quisapincha. Que salga la profesora Marta Mayorga", pide Delia María. Luego, la vida los separó. Ella dejó el colegio en tercer grado para ponerse a trabajar; se casó a los 15 años y tuvo cuatro hijos. Hace cuatro años se fue a España. Hace tres reencontró a Segundo en el parque de El Retiro, un lugar donde suelen reunirse los inmigrantes los fines de semana. "Fue él quien me reconoció", recuerda Delia María. Poco después, decidieron compartir casa. La última, ya con sólo cinco personas, la estrenaron hace 15 días.
"Si voy a la casa ahora, es que no se le encuentra", se lamenta la mujer. "Éramos su familia aquí", afirma.
Precisamente la falta de familiares directos está retrasando la repatriación del cadáver. "Yo creo que él querría volver a su tierra, a la que nos vio nacer", dice la responsable de la casa.
Pero para eso hace falta que llegue su mujer de Ecuador. Ella se quedó en Quisapincha cuando Segundo emigró a España. "Estaba embarazada de su tercer hijo. Era su primera niña. Él nunca la conoció", dice Patricio, quien, "como es un hombre, hablaba más" con el difunto, explican las mujeres. Por eso, porque hablaba más con él, Patricio sabe más detalles de su vida. "Tenía otros dos hijos, dos varoncitos, uno de 15 años y el otro de 11", explica.
Ayer, en el tanatorio de la M-30, se mezclaban los compañeros de piso de las distintas casas por las que había pasado Segundo. "Era muy buen compadre, muy tranquilo, pero con sus chistecitos y sus bailecitos. Nada de tomar [beber]", recuerdan. Incluso acogió a compatriotas gratis en las casas, corriendo él con los gastos. Como tenía papeles, firmó la carta de invitación [un documento para facilitar la entrada en el país] de María Blanca, la mujer de su amigo Patricio. "A veces iba al aeropuerto y hacía teatro como que era el novio o el marido de alguna amiga nuestra, y así la dejaban entrar", recordaban los amigos.
El cadáver está tan deteriorado que el féretro permanece sin abrir. Patricio, de vez en cuando, se acerca al cristal que cierra la morgue. "Va a ir bien guapo; como él quería. Esta caja es más bonita que la del otro día. De pino, bien brillante", comenta orgulloso.
Ayer, los compañeros de las distintas casas que ocupó Segundo en Madrid (en Oporto, Carabanchel, Vicálvaro, barrios de trabajadores de las afueras todos ellos) se mezclan y compiten en recordar anécdotas que demuestren cómo se querían. "Como la fiesta que hicimos las Navidades pasadas"; "o la de su último cumpleaños [los 37]", se quitan la palabra de la boca.
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