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HISTORIAS DEL 'CALCIO' | FÚTBOL | Internacional
Columna
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El recuerdo de Dante

Enric González

Dante Chirichini se dio a conocer el 20 de noviembre de 1960 en el viejo estadio Olímpico, recién concluido un encuentro entre el Roma y el Padua. Chirichini, un hombre muy bajito, panzudo y de piernas frágiles, saltó al terreno, ya vacío, con una gran bandera romana y dio la vuelta al mismo saludando y disfrutando de la atención. En aquella época, un tifoso era exactamente eso, un tipo pirado por su equipo, con ganas de juerga y sin ánimo de bronca.

Desde aquel día, Chirichini, barrendero de profesión, se convirtió en la mascota de la grada romanista. Era objeto de mil burlas y, a la vez, de un especial respeto. Con los años, su presencia se hizo imprescindible. Llegaba exactamente un cuarto de hora antes del partido a bordo de un Vespino desvencijado y, de inmediato, corría la voz en la curva sur: "Dante ya está aquí". Hasta aquel momento nadie gritaba ni alzaba las pancartas. Había que esperar a que Chirichini, endomingado a su manera con camiseta grana, bufanda y sombrero en mano, llegara a su puesto y alzara el brazo en un gesto papal que hacía enmudecer el estadio.

El escritor Angelo Bocconetti recuerda un ejemplo de la liturgia. Chirichini se alzaba en toda su breve estatura y gritaba: "Hoy es un día bellísimo...", la grada lanzaba un alarido; "ésta es la señal...", otro aullido colectivo, "...de que el Roma...", instante de clamor, "...¡vencerá!" Y surgían las pancartas y los cánticos.

En los desplazamientos, a los que acudía invitado por unos o por otros, Dante añadía al discurso un florido elogio a la belleza, la hospitalidad y el alto nivel cultural de la ciudad que recibía a su equipo. Se apasionaba tanto con el fútbol que se desmayaba en los momentos cruciales.

Luego, llegaron décadas de violencia, de convulsión y muertes en los estadios. El barrendero Chirichini siguió acudiendo a la grada en el nuevo estadio Olímpico, pero perdió gradualmente su autoridad simbólica. En los últimos años pocos hacían caso de aquel anciano bajito que gritaba y se desmayaba.

Hasta que enfermó y se le perdió la pista. Nadie se enteró de su muerte, el año pasado. Su funeral fue íntimo: la familia y unos pocos amigos.

Existe, sin embargo, la memoria colectiva. Un día, en un partido europeo contra el Boavista, alguien desplegó una pancarta que decía: "Atentos, chavales: Dante os observa". Los mayores tuvieron que explicar a los jóvenes quién era ese Dante y el recuerdo revivió.

Unas jornadas después, un grupo de seguidores localizó el último Vespino desvencijado de Chirichini y antes de un Roma-Reggina lo introdujo en el campo. El capitán de Roma, Francesco Totti, se acercó a él, dejó una rosa sobre el sillín y lanzó un beso al cielo.

El Reggina y el Roma empataron ayer sin goles en un partido triste. Dante, y otros como él, faltaban más que nunca.

Totti.
Totti.

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