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Reportaje:FÚTBOL | Final de la Copa del Rey

El misterio del Zaragoza

Nadie sabe nada de Kabir Nana, paquistaní, tras más de 20 años como masajista del club

Kabir Nana es un hombre extraordinario. Eso dicen todos los que le conocen y eso advierte la historia del masajista del Zaragoza, de la que se sabe justo lo que él ha querido que se sepa. "Mi vida no interesa a nadie", sostiene, seguramente equivocado, el hombre al que un cúmulo de casualidades, incluido el amor, acabó por llevarle de Pakistán a Borja, un pueblo cercano a Zaragoza y de allí a la camilla del vestuario de La Romareda, donde ha ido desgranando anécdotas de su vida. "Yo no tengo nada que contar", insiste una y otra vez a cuantos se acercaron a saber algo de él el día que el Paquete Higuera instituyó una tradición muy del Zaragoza: besar su calva después de marcar un gol.

Se especializó como fisioterapeuta cuando en España imperaba la ley del agua milagrosa
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Kabir es una leyenda del Zaragoza, pero mucho antes pudo serlo del hockey sobre hierba. Hijo de un diplomático pakistaní, Kabir recibió una esmerada educación. "Hablar con él es un lujo, es un hombre muy culto", recuerda Victor Fernández, ex técnico del Zaragoza y ahora en el Betis. En Indochina, donde parece que vivió su familia varios años, fue atendido por tutores particulares, y en Pakistan cursó estudios en las mejores academias locales, legado cultural de la ocupación inglesa. Allí empezó a correr con un stick en la mano; en los Juegos de 1968 (México) alcanzó la segunda medalla de oro de la historia de un país que abandonaría para no volver nunca.

No está claro si fue al regreso de aquella cita, durante la escala del vuelo en Heathrow, o durante una gira por Inglaterra, en 1971 o al año siguiente, justo después de la independencia de Bangladesh. Lo cierto es que pidió asilo político en Londres, y jamás ha vuelto a poner los pies en su tierra, ni siquiera pudo asistir al entierro de su padre. "No cuenta nunca los motivos", apunta alguien que le conoce desde hace 20 años. "Y sus amigos lo respetamos", añade el anónimo confesor.

En Londres se especializó como fisioterapeuta recuperador en una época en la que en España imperaba la ley del agua milagrosa. Allí seguiría de no ser por una moza aragonesa, que primero le llevó al altar y, al poco, se lo trajo hasta Borja, un pueblo cercano a Zaragoza.

De allí a La Romareda medió un mito: Marcelino. En la calle San Vicente Mártir instaló a principios de los 80 un centro de investigación medicodeportivo, en el que se pretendía incorporar un departamento de recuperación traumatológica: "Encajó perfectamente", recuerda el autor del histórico gol ante Rusia que dio la Eurocopa a España en 1964. "Me habían hablado muy bien de él algunos deportistas a los que había tratado en su consulta y, especialmente, José Luis Torrado", ése al que apodan el brujo, fisioterapeuta mítico de la selección española de baloncesto, con la que participó en cuatro Mundiales. "Es un gran recuperador", apunta Marcelino, que el miércoles no estará en Montjuïc. "Tengo que entregar 22 pisos en La Coruña", asume con cierto lamento este promotor inmobiliario.

Kabir se incorporó al Zaragoza a principios de los 80 y, en parte, por azar. Armando Sisqués, por entonces presidente del club, acudió a su clínica a recuperarse de una lesión y decidió su contratación de inmediato. "Puede que fuera su mejor fichaje", advierte el doctor Villabuena, galeno hoy como entonces del Zaragoza. Sus manos son tan mágicas como facilidad tiene para contagiar buen ambiente en el vestuario. "Puro humor británico", dice Xavier Aguado. Moisés, hoy delantero del Elche, de sobras lo sabe. Se da por hecho que nadie lo ha sufrido como él: "Le tenía machacado", recuerdan entre risas quienes coincidieron con ellos. Según explican, una tarde lejos de La Romareda, con Victor Fernández de entrenador, que no le daba ni bola, llevaba Moisés más de media hora corriendo por la banda. Kabir le llamó. "Se creía que iba a salir al campo y vino como una bala hasta el banquillo, quitándose la sudadera", recuerdan. Cuando llegó, Kabir le soltó: "No, si no sales, era para preguntarte a qué hora sale el vuelo de vuelta". Moisés le hubiera matado de no ser porque a Kabir Nana, en el vestuario del Zaragoza le quieren tanto que le besan la calva después de los goles. Puede que ésta sea su última final -lleva dos ganadas y una Recopa en el palmarés- antes de que se jubile y se vaya a Marbella a disfrutar del sol, su único vicio conocido. Entonces, tal vez cuente su vida. O al menos su edad, un misterio que nadie en las oficinas del Zaragoza se atreve a desvelar.

Kabir Nana, <i>fisio</i> del Zaragoza, con un jugador.
Kabir Nana, fisio del Zaragoza, con un jugador.HERALDO DE ARAGÓN

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