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LA ESTRELLA OCULTA DE LAS LETRAS ITALIANAS

La perfección y la locura

Enric González

FLEUR JAEGGY tiene siempre cerca una Biblia, pero no la abre casi nunca. Sí lee a los místicos, especialmente a Eckhart von Hochheim (1260-1327), un dominico cuya obra fue considerada herética. Meister Eckhart enseñaba que el hombre debe preocuparse por lo que es, no por lo que hace: "Nuestras obras no nos santifican; nosotros santificamos nuestras obras". Se interesa también por el taoísmo. Y es devota del suizo Robert Walser (1878-1956), una de las estrellas más oscuras de la literatura del siglo XX.

Resulta legítimo sospechar que su afinidad con Walser, que, como ella, escribía frases como cristales engarzadas en un bloque de silencio, va más allá de las letras. Jaeggy estudió en un internado cercano al manicomio donde Walser estuvo recluido desde 1933 hasta su muerte, visitó la institución, habló con los pacientes y paseó por el bosque nevado donde fue hallado el cadáver del narrador. La obra más conocida de Walser, Jacob von Gunten, transcurre en una serie de colegios. El colegio, la locura, el suicidio, son temas que Walser y Jaeggy comparten.

No es fácil decidir si la escritora oculta su vida a los lectores, reduciendo al mínimo entrevistas y explicaciones, o, en cambio, la exhibe entera en sus relatos. El casi único dato biográfico que ofrece en la solapa de los libros, "nació en Zúrich y vive en Milán", es técnicamente cierto. Ella considera, sin embargo, que su ciudad es Roma. En Roma vivía su madre y en Roma se instaló, después de una temporada en París, al concluir sus estudios. Fleur Jaeggy viste con una elegancia absoluta, se rodea de un orden extremo (las cosas en su casa no son necesariamente impolutas o armónicas, pero son exactas) y parece gestionar su vida con la máxima precisión. Ha conseguido envolverse en misterio sin recluirse en absoluto: ha escrito algunas letras para Franco Battiato y está casada con Roberto Calasso -ensayista y dueño de la prestigiosa editorial Adelphi, donde ella publica-.

Pero su ironía es la misma ironía inocente y tenebrosa de sus textos. Y, como sus personajes, se niega a hacer comentarios sobre sentimientos o emociones; como ellos, se limita a constatar y a callar. Su exactitud es la de su obra. Aunque prefiere separar la persona y la escritora (durante años escribió en secreto, sin ninguna ambición de mostrar lo que producía y mucho menos de publicarlo), ambas confluyen en sus escasos, breves y perfectos libros: Il dito in bocca (1968), El ángel de la guarda (1971) (Tusquets), Le statue d'acqua (1980), Los hermosos años del castigo (1989), El temor del cielo (1994) y Proleterka (2001) (los tres, también traducidos al castellano por Tusquets). Se niega a reeditar las dos primeras. "La perfección y la locura", dice, "están relacionadas".

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